Capítulo 1

Mateo me fue infiel 99 veces, y 99 veces lo perdoné.

Cada vez, la escena era la misma. Yo descubría el engaño, lo confrontaba con el corazón roto, y él corría al Viaducto de Segovia, amenazando con saltar.

"¡Sin ti mi vida no tiene sentido, Isabella! ¡Si me dejas, me mato!"

Y yo, "La Santa de los Cuernos", como me llamaba la prensa, siempre corría detrás de él, le suplicaba que bajara, le prometía que todo estaría bien. Lo hacía por él, por su familia, por el prestigio del tablao que era mi escenario y mi jaula de oro.

Pero la infidelidad número 100 fue diferente.

No fue con una turista deslumbrada o una admiradora pasajera. Fue con Valeria, una cantante de reguetón con uñas de gel y labios inyectados.

"He encontrado a mi musa definitiva", me anunció Mateo en nuestro salón, con los ojos brillantes de un fanatismo que nunca me dedicó a mí.

"Su música es el futuro. Lo tuyo, Isabella, tu flamenco... es un arte moribundo".

Cada palabra era un golpe. Mi arte, mi alma, mi vida entera, reducida a un cadáver.

"No me dejes, Mateo", le supliqué, aferrándome a su brazo como tantas veces antes. "Por favor, no hagas esto".

Él me miró con desprecio. "Eres tan dramática. Tan posesiva".

Me apartó de un empujón violento.

No fue un simple empujón, fue un acto de desprecio. Perdí el equilibrio, mi pie giró en un ángulo imposible y caí sobre el suelo de mármol.

Un crujido seco resonó en el silencio.

Luego, un dolor agudo, blanco, que me subió por toda la pierna y me robó el aliento.

Mateo apenas me miró. Se ajustó la chaqueta y se fue, dejándome tirada en el suelo.

En el hospital, con el tobillo envuelto en un yeso pesado, el médico me dio la noticia con una calma profesional que me heló la sangre.

"La fractura es trimaleolar, muy compleja. Lo siento, señorita, pero nunca más podrá volver a bailar profesionalmente".

En ese instante, no solo se rompió mi tobillo. Se rompió mi carrera, mi identidad, mi alma. La bailaora Isabella había muerto en el salón de su propia casa, a manos de su marido.

Y la santa, por fin, se hartó de los cuernos.

            
            

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