Con el corazón muerto y el alma en silencio, esperé a que me dieran el alta. No lloré. Las lágrimas se habían secado junto con la música dentro de mí.
Fui a casa de mis suegros. Mateo estaba allí, por supuesto, celebrando su nueva libertad creativa. Don Ricardo y Doña Elena me recibieron con esa cortesía fría que reservaban para las piezas valiosas de su colección. Yo era el activo artístico que daba prestigio al tablao familiar.
Entré en el salón, apoyada en mis muletas, cada paso un recordatorio doloroso de lo que había perdido.
"Isabella, querida, qué terrible accidente", dijo Doña Elena, sin levantarse del sofá.
"No fue un accidente", dije, mi voz sonando extraña, desprovista de emoción.
Puse tres documentos sobre la mesa de centro de caoba: los papeles del divorcio, el informe médico detallando la lesión permanente y una copia de la denuncia por agresión que mi abogado ya había preparado.
Mateo palideció. "¿Qué es esto? ¿Una broma?"
"Es el final, Mateo", respondí.
Don Ricardo se levantó, su rostro una máscara de indignación controlada. "Isabella, piensa en las apariencias, en el negocio. Un escándalo así nos destruiría".
"Su hijo ya me ha destruido a mí", repliqué, señalando mi pie enyesado. "Esto es lo que queda de su 'activo artístico'".
Doña Elena tomó el informe médico. Sus ojos se abrieron con horror, no por mi dolor, sino por las implicaciones. La estrella de su tablao, lisiada. La esposa de su heredero, agredida. La prensa se daría un festín.
"Danos un mes", suplicó. "Un mes para arreglar las cosas, para que esto no salga a la luz. Por favor, Isabella. Por el bien de la familia".
Miré sus rostros asustados. No les importaba mi tobillo roto ni mi carrera destrozada. Solo les importaba el escándalo.
"Un mes", acepté con una calma glacial. "Tienen un mes para convencerme de no hacer esto público. Pero el divorcio es innegociable".
Mateo me miró con furia. "Te arrepentirás de esto, Isabella. Verás lo que es la vida sin mí".
No dije nada. Salí de esa casa apoyada en mis muletas, dejando atrás el pánico y el olor a miedo. Por primera vez en años, sentí que podía respirar.