La Esposa Tierna decepcionada
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Capítulo 3

El silencio en la habitación fue absoluto, denso, pesado.

Valentina se aferraba a la pierna de Isabel, mirando a la mujer que había criado durante seis años como a una extraña.

La cara de Alejandro se contrajo en una mueca de pánico. Rápidamente, se agachó y tomó a Valentina en brazos.

"¡Qué cosas dices, pequeña traviesa! ¡Tu mamá está aquí, en la cama!" . Su risa fue forzada, demasiado alta. "Isabel es una amiga de la familia. Seguro la confundiste" .

Se volvió hacia Isabel, con una mirada de advertencia. "Isabel, ¿por qué no llevas a Valentina a la cocina a por un vaso de leche? La fiebre debe haberla confundido" .

Isabel asintió, su rostro una máscara de inocencia. Tomó la mano de Valentina y la guio fuera de la habitación, no sin antes lanzarme una mirada de pura suficiencia.

Cuando se fueron, Alejandro cerró la puerta. La fachada de esposo preocupado se desvaneció, reemplazada por una frialdad calculadora.

"Sofía, fue una coincidencia. Los niños dicen tonterías" .

"No fue una coincidencia, Alejandro. Y lo sabes" . Mi voz era débil por la fiebre, pero firme. "Ella es su madre" .

Él se pasó una mano por el pelo, un gesto de impaciencia. "Estás delirando por la fiebre. Necesitas descansar" .

Se acercó para tocar mi frente, pero me encogí. "No me toques" .

Sus ojos se oscurecieron. "No hagas una escena, Sofía. Ya es bastante difícil tener a Isabel aquí sin que tú te comportes como una histérica" .

Me reí, un sonido amargo y roto. "¿Una histérica? ¿Después de todo lo que he descubierto?" .

"No has descubierto nada. Son imaginaciones tuyas" .

Era inútil. Su capacidad para negar la realidad era asombrosa. Me di la vuelta en la cama, dándole la espalda. Sabía que no conseguiría nada enfrentándome a él directamente. No todavía.

Necesitaba un plan.

Los días siguientes fueron una tortura. Me recuperé de la fiebre, pero la enfermedad de mi alma era mucho más profunda. Tenía que fingir. Sonreír en la mesa mientras Alejandro e Isabel intercambiaban miradas cómplices. Abrazar a Valentina sabiendo que no era mi hija.

Una tarde, mientras Alejandro estaba en una reunión en Santiago, entré en su despacho. Sabía lo que buscaba. En un cajón cerrado con llave, guardaba los documentos importantes. Forcé la cerradura con un pequeño cuchillo de mi taller de arte.

Allí estaban. Contratos, títulos de propiedad... y una carpeta con los papeles de nuestro divorcio. Los había preparado un abogado hacía años, en un momento de crisis que casi nos separa. Nunca los firmamos. Los guardó "como un recordatorio de lo que casi perdemos" , había dicho él.

Qué irónico.

Saqué los papeles. Mi firma seguía allí, un poco temblorosa, de aquella época. La de él, no.

Tomé una pluma de su escritorio. Con una calma que me sorprendió, falsifiqué su firma en el lugar correspondiente. Conocía su rúbrica a la perfección, la había visto en cientos de cheques y documentos. La imité sin dudar.

Guardé una copia para mí y volví a colocar los originales en la carpeta, dentro del cajón, cerrándolo de nuevo.

Era mi póliza de seguro. Mi billete de salida.

Esa noche, Alejandro regresó de su viaje. Entró en nuestra habitación, radiante.

"Cariño, he cerrado un trato millonario. Esto hay que celebrarlo" . Se quitó la chaqueta y la corbata, acercándose a mí. "¿Cómo te sientes?" .

"Mejor" , mentí.

Él sonrió, satisfecho. "Bien. Porque tengo una sorpresa para ti. Bueno, para nosotros" .

Abrió su maletín y sacó una botella de vino. No una cualquiera. Era una botella de "Lágrima de Sofía" , la cepa experimental que supuestamente llevaba mi nombre.

"Pensé que podríamos brindar. Por nuestro futuro" .

Miré la botella. Luego lo miré a él. Mi corazón estaba muerto. No sentía nada. Ni amor, ni odio. Solo un vacío inmenso.

"Estoy cansada, Alejandro. Quizás mañana" .

Su sonrisa vaciló. "Como quieras" .

Se sirvió una copa y se sentó en el balcón, mirando sus viñedos. Yo lo observaba desde la cama, una espectadora de mi propia vida. Veía a un extraño bebiendo un vino que simbolizaba una mentira, en una casa que ya no era mi hogar.

A la mañana siguiente, encontré a Isabel en el jardín. Estaba podando unas rosas, tarareando una melodía francesa.

Me acerqué a ella.

"Disfrutando de la casa, Isabel?" .

Ella se giró, una sonrisa afilada en sus labios. "Por supuesto. Es un lugar encantador. Siempre lo ha sido" . Hizo una pausa, dejando las tijeras de podar a un lado. "Alejandro y yo solíamos jugar aquí de niños. Enterramos una cápsula del tiempo bajo ese viejo roble" .

Señaló el árbol más grande del jardín. "Una vez, me escribió una carta. Jurándome amor eterno. Dijo que yo era la única mujer que amaría. La enterramos allí" .

Me miró, sus ojos desafiantes. "Me pregunto si seguirá allí" .

Era una provocación directa. Quería que supiera que mi lugar siempre había sido temporal. Que yo era la usurpadora.

Esa misma tarde, mientras todos dormían la siesta, tomé una pala del cobertizo y fui al viejo roble. Cavé. La tierra estaba húmeda y pesada. Después de media hora, la pala golpeó algo duro. Una pequeña caja de metal oxidada.

La abrí. Dentro, protegida por una bolsa de plástico, había una carta. La letra era la de un joven Alejandro.

"Mi amada Isabel, juro que volveré por ti. Eres la única. Siempre serás tú. Te amo, Alejandro" .

Doblé la carta y me la guardé en el bolsillo. No sentí dolor. Sentí una extraña confirmación.

Al día siguiente, Isabel me acorraló en la biblioteca.

"¿Qué buscas, Sofía? ¿Pruebas? No las necesitas. Te lo diré yo misma. Sí, Valentina es mi hija. Y sí, Alejandro me ama a mí. Siempre lo ha hecho. Tú solo fuiste un vientre de alquiler conveniente. Un parche temporal hasta que yo pudiera volver" .

Se acercó más, su voz un susurro venenoso. "Y ahora que he vuelto, tu tiempo aquí ha terminado. Te irás. Por las buenas o por las malas" .

"No iré a ninguna parte" , respondí, mi voz helada.

Ella sonrió. "Ya veremos" .

Se dio la vuelta y caminó hacia las escaleras que bajaban a la bodega. Justo cuando llegaba al primer escalón, se tropezó. O fingió tropezar.

Cayó rodando por las escaleras, un grito agudo resonando por toda la casa.

Corrí hacia ella. Estaba en el suelo, gimiendo, sujetándose el tobillo.

Alejandro apareció de la nada, bajando las escaleras de dos en dos.

"¡Isabel! ¡Dios mío!" . La tomó en sus brazos, ignorándome por completo.

"¿Qué ha pasado?" , gritó, mirándome por primera vez. Sus ojos me acusaban.

"Se tropezó" , dije, pero mi voz sonó débil.

"¡Mientes!" , gritó Isabel desde sus brazos. "¡Ella me empujó! ¡Estaba celosa!" .

Alejandro me miró con puro odio. "¿Cómo has podido? ¡Sube a tu habitación! ¡No quiero verte!" .

Me quedé allí, paralizada, mientras él se llevaba a Isabel en brazos, susurrándole palabras de consuelo.

La trampa se había cerrado.

            
            

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