La Esposa Tierna decepcionada
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Capítulo 5

La Fiesta de la Vendimia era el evento social del año en el Valle de Casablanca. Cientos de invitados, la élite de Chile, la prensa. Era la noche en que Alejandro Lavezzari se lucía, mostrando el poder y el prestigio de su viñedo.

Este año, la fiesta no era en mi honor. Era en honor a Isabel.

"Una celebración por la exitosa consultoría de la renombrada enóloga Isabel Correa" , rezaban las invitaciones.

Desde mi ventana, observé los preparativos. Un escenario enorme en el jardín principal. Luces de colores colgando de los árboles. Mesas vestidas con manteles de lino blanco. Todo era opulento, exagerado. Mucho más de lo que jamás habían hecho por mí.

El resentimiento era una bilis amarga en mi garganta.

Alejandro entró en mi habitación esa tarde. Llevaba un esmoquin impecable.

"Quiero que te pongas esto" , dijo, lanzando un vestido sobre la cama.

Era un vestido tradicional de huasa, pero modificado. El corpiño era demasiado bajo, la falda demasiado corta y con una abertura vertiginosa. Era vulgar. Diseñado para humillarme.

"No me pondré eso" , dije.

"Te lo pondrás" , replicó, su voz sin dejar lugar a la discusión. "Y bajarás a esa fiesta y sonreirás. Actuarás como la esposa devota. ¿Entendido?" .

Asentí, sin fuerzas para luchar. Mi única batalla era la de mi escape.

Me obligaron a bajar. La música estaba a todo volumen, las risas eran estridentes. Me sentía como un animal en un zoológico. Los invitados me miraban, susurrando. Las mujeres, con miradas de desprecio. Los hombres, con una lascivia que me revolvía el estómago.

"Pobre Sofía. Dicen que se ha vuelto loca de celos" .

"Mira ese vestido. Qué desesperada por atención" .

"Alejandro es un santo por aguantarla" .

Isabel era la reina de la noche. Sentada en una especie de trono en el centro del jardín, con su pierna elegantemente apoyada en un cojín de terciopelo. Llevaba un vestido rojo deslumbrante. Alejandro no se apartaba de su lado.

En un momento, vi a Marta, la empleada, cerca de la salida de servicio. Me hizo una sutil señal con la cabeza. Todo estaba listo.

Mi corazón empezó a latir con fuerza. Faltaban dos horas para las diez.

Justo entonces, un camarero se me acercó. "Señora Lavezzari, tiene un mensaje urgente" .

Me entregó un pequeño papel doblado. Era de mi investigador.

"El médico ha confesado. Tengo la grabación. Alejandro no solo te inyectó anticonceptivos. Te inyectó una droga experimental que causa esterilidad permanente. La misma que usaron en ratas de laboratorio. Hay una orden de arresto en su contra. La policía está en camino, pero están siendo retrasados deliberadamente en la entrada principal. Sal de ahí ya" .

El papel temblaba en mi mano. Esterilidad permanente. La última pieza del horror encajaba. Nunca quiso que tuviera hijos. Su plan siempre fue traerme a Isabel y a su hija.

La música cambió. Era el momento de la cueca, el baile nacional. La tradición dictaba que el dueño del viñedo y su esposa debían abrir el baile.

Alejandro se acercó a mí, su sonrisa era una mueca. "Vamos, cariño. A bailar" .

Me arrastró a la pista de baile improvisada. Todos los ojos estaban sobre nosotros.

"Sonríe" , me susurró al oído. "O te juro que haré de tu vida un infierno aún mayor" .

Comenzamos a bailar. Los pasos eran automáticos, un recuerdo muscular de fiestas pasadas y más felices.

Entonces, sentí un tirón.

Isabel, desde su trono, había hecho una seña a uno de los empleados. El hombre, fingiendo tropezar, se había enganchado en la falda de mi vestido.

La tela se rasgó. No un poco. Se desgarró por completo, desde la cintura hasta el dobladillo.

El vestido se abrió, dejándome semidesnuda, solo en ropa interior, frente a cientos de personas.

El silencio fue seguido por jadeos de asombro y risas ahogadas. Los flashes de las cámaras de la prensa explotaron, cegándome.

Me quedé paralizada, la humillación quemándome la piel.

Busqué los ojos de Alejandro, esperando, tontamente, un atisbo de defensa, de protección.

Encontré solo furia helada.

"¡Sofía!" , gritó, su voz resonando en todo el valle. "¿Cómo te atreves a avergonzar así el apellido Lavezzari? ¡Eres una desvergonzada!" .

Me dio la espalda. Caminó hacia Isabel, la tomó en sus brazos y la besó apasionadamente frente a todos, sellando mi humillación pública.

La multitud estalló en aplausos para la nueva pareja.

Yo estaba sola, expuesta, rota.

Isabel se separó de Alejandro y me miró. Su sonrisa era la del diablo. Se acercó cojeando, apoyándose en un elegante bastón que había aparecido de la nada.

Fingió cubrirme con un chal, pero se inclinó para susurrarme al oído, su aliento fétido por el vino caro.

"Te lo advertí. Esto es solo el principio. Ahora, todo el mundo sabe quién eres. Una loca, una cualquiera. Nadie te creerá jamás" .

Se apartó, su rostro de nuevo una máscara de falsa compasión para el público.

"Pobre Sofía. La presión ha sido demasiada para ella" .

Ese fue el momento. La distracción perfecta. Mientras todos miraban a la pareja triunfante, yo me di la vuelta y corrí.

Corrí como nunca antes en mi vida. Hacia la salida de servicio. Hacia la oscuridad. Hacia mi única esperanza.

                         

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