No respondí. ¿De qué serviría? Él ya había dictado sentencia.
"Te quedarás en esta habitación" , siseó. "No saldrás de aquí sin mi permiso. No te acercarás a Isabel. Y ni se te ocurra acercarte a Valentina. No quiero que tu veneno la contamine" .
Me confinó en mi propia casa. Puso a una de las empleadas, leal a él, como carcelera en mi puerta. Me quitó el teléfono y el portátil.
Desde la ventana de mi habitación, veía el jardín. Veía a Alejandro empujando a Isabel en una silla de ruedas, riendo juntos. Veía cómo le llevaba flores, cómo le leía en voz alta bajo el viejo roble. La cuidaba con una devoción que nunca, jamás, me había mostrado a mí.
Los días se convirtieron en una pesadilla borrosa. Me sentía como un fantasma en mi propia vida, observando desde una jaula dorada cómo mi reemplazo ocupaba mi lugar.
Una noche, la empleada que me vigilaba se quedó dormida. Vi mi oportunidad. Salí sigilosamente de la habitación y bajé a la biblioteca. Necesitaba contactar con el mundo exterior.
El teléfono del despacho estaba desconectado. Pero recordé un viejo teléfono de servicio en la cocina.
Mis dedos marcaron el número de Javier casi por instinto. El corazón me latía con fuerza. Era un riesgo enorme.
"¿Sofía?" , la voz de Javier sonó preocupada al otro lado de la línea. "He estado intentando llamarte. Tu teléfono está apagado. ¿Estás bien?" .
"No" , susurré. "Javier, necesito salir de aquí. Es peor de lo que imaginaba. Me tiene encerrada" .
"Dios mío. ¿Dónde estás? Iré a buscarte" .
"En la viña. Pero es complicado. Me vigilan" .
"Dame una señal. Cuando puedas escapar, llámame. Estaré listo. Te sacaré de Chile si es necesario" .
Sus palabras eran un salvavidas en medio del océano de mi desesperación. Por primera vez en semanas, sentí una chispa de esperanza.
"Gracias, Javier. Gracias" .
"Cuídate, Sofía" .
Colgué justo cuando oí pasos. Me escondí en la despensa. Alejandro entró en la cocina. No me vio. Abrió la nevera, sacó una botella de agua y volvió a subir.
Regresé a mi habitación justo antes de que la empleada se despertara. Mi corazón seguía acelerado, pero ahora era por la adrenalina, no por el miedo.
A la mañana siguiente, Alejandro entró en mi habitación. Su humor había cambiado. Ya no estaba furioso. Ahora era peligrosamente tranquilo.
"Anoche alguien usó el teléfono de la cocina" , dijo, mirándome fijamente. "Una llamada larga a México" .
Me quedé helada.
Se acercó y me agarró del brazo, su fuerza era brutal. "¿Creíste que era estúpido, Sofía? ¿Creíste que podías conspirar a mis espaldas?" .
Arrancó el teléfono de la pared y lo estrelló contra el suelo. "Se acabaron las llamadas" .
"¿Qué quieres de mí, Alejandro?" , pregunté, mi voz temblando a pesar de mis esfuerzos por mantenerme firme. "¿Por qué no me dejas ir?" .
"¿Dejarte ir?" , se rió, un sonido sin alegría. "Tú eres mi esposa. La señora Lavezzari. Tienes un papel que cumplir" .
"¿Qué papel? ¿El de la tonta que finge no ver la verdad?" .
Su rostro se endureció. "Tu papel es mantener las apariencias. Isabel y yo... tenemos una historia. Es complicado. Pero tú eres mi esposa ante la sociedad. Y así seguirá siendo" .
"¿Y qué gano yo con esta farsa?" .
"Ganas el privilegio de seguir viviendo en esta casa, de disfrutar del apellido Lavezzari. Deberías estar agradecida" . Evadió cada pregunta directa, retorciendo la realidad a su antojo.
Era un maestro de la manipulación. Me estaba volviendo loca, haciéndome dudar de mi propia cordura.
"Sofía" , dijo, su tono cambiando a uno más suave, casi suplicante. "Sé que esto es difícil. Pero Isabel se irá pronto. Solo necesita recuperarse. Una vez que se vaya, todo volverá a la normalidad. Lo prometo. Podemos volver a ser felices" .
Mentiras. Todo eran mentiras.
"Solo te pido un poco de paciencia. Coopera conmigo. Por el bien de la familia. Por el bien de Valentina" .
La mención de la niña fue un golpe bajo. Sabía que, a pesar de todo, yo la quería.
Asentí lentamente, fingiendo ceder. Era la única forma de sobrevivir. La única forma de ganar tiempo para mi escape.
Él pareció satisfecho. Me soltó el brazo y salió de la habitación, cerrando la puerta con llave detrás de él.
Me quedé sola, en silencio. Mi plan de escape se había complicado. Estaba más atrapada que nunca.
Esa noche, mientras miraba por la ventana, vi el brillo de una pantalla de móvil en la oscuridad del jardín. Era la empleada que me vigilaba.
Se me ocurrió una idea desesperada.
En mi joyero, tenía un brazalete de diamantes que Alejandro me había regalado en nuestro primer aniversario. Valiá una fortuna.
Esperé hasta que la casa estuvo en silencio. Abrí la puerta con una horquilla, una habilidad que había aprendido en mis años de estudiante de arte para entrar en estudios cerrados.
Me acerqué a la empleada, que estaba sentada en un banco, mirando videos en su teléfono.
"Marta" , susurré.
Ella dio un respingo, asustada. "Señora, no debería estar aquí. El señor se enfadará" .
Le mostré el brazalete. Sus ojos se abrieron como platos.
"Esto es para ti" , dije. "Si me ayudas" .
Ella tragó saliva, mirando el brillo de los diamantes. "¿Qué necesita?" .
"Tu teléfono. Solo por cinco minutos. Y que mires hacia otro lado" .
Dudó por un instante, pero la codicia ganó. Me entregó el teléfono y se dio la vuelta.
Marqué el número de Javier. No contestó. Le envié un mensaje de texto rápido.
"Plan B. Fiesta de la Vendimia. Sábado. Será un caos. Mi única oportunidad. Espérame en la entrada de servicio a las 10 de la noche. Si no llego, llama a la policía" .
Borré el mensaje y le devolví el teléfono a Marta. Ella se guardó el brazalete en el bolsillo sin decir una palabra.
Volví a mi habitación justo cuando mi antiguo teléfono, el que Alejandro había dejado en la mesita de noche como un recordatorio de mi aislamiento, vibró.
Era un mensaje. De un número desconocido.
"El sábado te arrepentirás de haber nacido, zorra. Disfruta de tus últimos días como la señora Lavezzari" .
Era Isabel. La guerra había sido declarada. Y la batalla final sería en la Fiesta de la Vendimia.