El Heredero Inesperado del Viñedo
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Capítulo 2

El shock en el rostro de Ricardo fue mi primera victoria.

Su mandíbula se tensó y sus ojos se clavaron en mí, llenos de incredulidad y furia.

"¿Qué clase de broma es esta, Sofía?"

Su voz era un siseo venenoso.

"¿Intentas ponerme celoso? ¿Quieres que te ruegue?"

Isabella corrió a su lado, aferrándose a su brazo.

"Ricardo, cariño, no le hagas caso. Esta salvaje solo busca atención. Es obvio que te ama, solo está haciendo un berrinche".

Ella me miró con desprecio, como si yo fuera un insecto.

Ricardo pareció tranquilizarse con sus palabras.

"Tienes razón. Es un juego estúpido".

Se dirigió a su padre.

"Padre, dale un momento. Se calmará y entrará en razón".

Don Alejandro me miró, sus ojos buscando una respuesta. No le di ninguna. Mi elección estaba hecha. Simplemente sostuve la mano de Mateo con más fuerza.

El patriarca suspiró, un sonido de profunda decepción dirigido a su hijo.

"La elección de Sofía es la ley. La fiesta ha terminado".

Con esas palabras, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Ricardo y a Isabella solos en medio de la multitud que se dispersaba.

Ricardo me lanzó una última mirada, una promesa de que esto no había terminado.

Lo ignoré.

"Mateo, acompáñame", le pedí en voz baja.

Él solo asintió, su rostro todavía lleno de confusión, pero su mano en la mía era un ancla de certeza.

Me llevó lejos del salón de fiestas, hacia mis habitaciones.

Una vez dentro, cerré la puerta y por fin respiré.

"Gracias", le dije.

"No he hecho nada, señorita Sofía".

"Has aceptado. Eso es todo lo que necesitaba".

Mis ojos recorrieron la habitación. Estaba llena de los regalos que Ricardo me había hecho a lo largo de los años. Un collar de esmeraldas, vestidos de seda, joyas que gritaban riqueza pero carecían de alma.

En mi vida pasada, los atesoré. Ahora, solo me producían náuseas.

Comencé a recogerlos, uno por uno, y a meterlos en una caja de madera. El collar, los pendientes, los pañuelos de seda. Cada objeto era un recuerdo de su desprecio, de sus mentiras.

"¿Qué hace?", preguntó Mateo, observándome con preocupación.

"Limpiando el pasado", respondí.

Cuando la caja estuvo llena, la cerré.

"Quema esto. No quiero volver a ver nada de lo que hay aquí".

Mateo tomó la caja sin hacer más preguntas. Su obediencia silenciosa era un bálsamo para mi alma herida. Salió de la habitación y me dejó sola con mis pensamientos.

Esta vez, no habría dolor. Solo habría justicia.

            
            

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