El día del anuncio llegó.
Don Alejandro había convocado a toda la familia y a los trabajadores más importantes en el gran salón.
Ricardo llegó vestido con su mejor traje, su arrogancia restaurada. Isabella colgaba de su brazo, luciendo el collar de esmeraldas que me pertenecía.
"Sofía", dijo Ricardo con un tono condescendiente, "espero que hayas terminado con tus juegos. Tu vestido es demasiado simple. Pareces una campesina. ¿Intentas desafiar las normas de esta casa?"
Antes de que pudiera responder, intentó agarrar mi brazo.
"Ven, ponte a mi lado. Es donde perteneces".
Pero una mano firme detuvo la suya.
Mateo se interpuso entre nosotros, su cuerpo era una barrera protectora.
"Ella no irá a ninguna parte contigo", dijo Mateo, su voz tranquila pero inquebrantable.
"¿Y tú quién te crees para detenerme?", espetó Ricardo. "¡Quítate de mi camino, jornalero!"
"El hombre que ella eligió", respondió Mateo sin inmutarse.
La tensión era palpable. Ricardo estaba a punto de explotar cuando la voz de Don Alejandro resonó en el salón.
"¡Suficiente!"
El patriarca se acercó, su mirada era dura como el granito.
"Ricardo, me has decepcionado profundamente".
Se volvió hacia un notario que esperaba a un lado.
"Lea los comunicados".
El notario se aclaró la garganta y desdobló el primer documento.
"Por decreto de Don Alejandro Del Valle, se anuncia el compromiso matrimonial entre la señorita Sofía, guardiana de la Uva Corazón, y el señor Mateo".
Un murmullo recorrió el salón. La cara de Ricardo pasó del rojo de la furia al blanco de la incredulidad.
"¡No! ¡Padre, no puedes hacer esto!", gritó. "¡Ella me ama a mí! ¡Dile, Sofía! ¡Diles que me amas!"
Me miró con desesperación, sus ojos suplicantes.
Lo miré fríamente y tomé la mano de Mateo.
Ese gesto fue toda la confirmación que el mundo necesitaba.
Ricardo se tambaleó, como si hubiera recibido un golpe físico.
"Pero... ¿por qué él? ¡Es un nadie! ¡Un simple capataz!"
Don Alejandro hizo una seña al notario para que continuara.
"Lea el segundo comunicado".
El notario tomó otro documento.
"Por este medio, Don Alejandro Del Valle reconoce formalmente a Mateo como su hijo primogénito, nacido de una unión anterior a su actual matrimonio. Como tal, a partir de este día, Mateo es nombrado único heredero del imperio vinícola Del Valle".
El silencio que siguió fue absoluto.
Ricardo miró a Mateo, luego a su padre, su mente luchando por procesar la verdad.
Mateo, el hijo bastardo, el capataz silencioso, era el verdadero heredero.
Y yo lo había elegido.
En mi vida pasada, Ricardo lo sabía. Sabía que Mateo era su hermano mayor y usó ese secreto para humillarlo y asegurarse de que nunca fuera una amenaza. Ahora, esa misma verdad era su ruina.
Don Alejandro puso una mano en el hombro de Mateo.
"Oculté tu identidad para protegerte de la ambición de tus hermanos, hijo mío. Esperaba que encontraras una mujer digna de ti y de nuestro legado. Sofía ha demostrado tener un juicio mucho más sabio que el tuyo, Ricardo".
Mateo me miró, sus ojos llenos de una emoción que no pude descifrar. Se acercó y, con una ternura que nunca había conocido, me ajustó el chal que se me había resbalado de los hombros.
Un gesto simple, pero que significaba todo.