El Heredero Inesperado del Viñedo
img img El Heredero Inesperado del Viñedo img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Pasaron dos días de un silencio tenso en la hacienda.

Mi sirvienta, Ana, entró a mi habitación con el desayuno.

"Señorita Sofía, toda la hacienda está hablando".

"¿Qué dicen?", pregunté, aunque ya lo sabía.

"Dicen que usted solo estaba jugando con el señorito Ricardo. Que pronto se cansará del capataz y volverá con él. El señorito Ricardo ha estado diciéndole a todo el mundo que solo es cuestión de tiempo".

Sonreí para mis adentros. La arrogancia de Ricardo era su mayor debilidad.

"No tienen de qué preocuparse, Ana. No volveré con él".

Justo en ese momento, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.

Ricardo entró furioso, sus ojos inyectados en sangre. Debió haber escuchado mis palabras desde el pasillo.

"¿Así que no es un juego?", gritó. "¿Realmente crees que puedes desecharme por un simple peón?"

Se acercó a mí, su presencia llenando la habitación de una energía violenta.

"Sigues jugando a hacerte la difícil, ¿verdad? Crees que si me rechazas, me arrastraré a tus pies. ¡Pero te equivocas!"

Su mirada se posó en mi cuello desnudo.

"¿Dónde está el collar de esmeraldas que te regalé? ¿Y los pendientes? Isabella los quería, así que se los di. A ti no te importan esas cosas, eres una salvaje. A ella, en cambio, le quedan perfectos".

Mi sangre hirvió. En mi vida anterior, lloré durante días cuando descubrí que le había dado mis joyas a su amante. Ahora, su confesión solo alimentaba mi resolución.

"¿Me robaste para dárselo a ella?", pregunté, mi voz peligrosamente tranquila.

"¡No es robar si al final todo será mío! ¡Y tuyo! ¿No lo entiendes? Eres tan estúpida. ¡Isabella es una dama, necesita esas cosas para mantener su estatus en la capital! ¡Tú no necesitas nada de eso!"

"Entonces ella es una dama que no puede permitirse sus propias joyas", repliqué. "Y tú eres un hombre que no puede proteger a su amante con sus propios recursos. Tienes que robarme a mí".

La cara de Ricardo se contrajo de rabia.

"¡Cállate! ¡No sabes nada!"

Se acercó aún más, su mano levantada como si fuera a golpearme.

"Te daré una última oportunidad, Sofía. Olvida esta tontería con el capataz. Te permitiré ser mi esposa. Incluso dejaré que Isabella te sirva como una de tus damas. Deberías estar agradecida".

Lo miré con todo el desprecio que sentía. Su oferta era un insulto envuelto en una falsa generosidad.

No dije nada. Mi silencio fue mi respuesta.

"¡Habla, maldita sea!", exigió.

"No quiero casarme contigo, Ricardo", dije, mi voz cortante. "Y quiero que me devuelvas lo que me robaste".

Él se rio, una risa hueca y desagradable.

"¿Devolverte? ¿Aún no lo entiendes? Estás jugando. Vi cómo guardabas el broche de plata que te di hace años. Lo tienes en tu mesita de noche. Eso prueba que todavía me amas".

Miré el pequeño broche, una pieza simple que me dio cuando éramos jóvenes. Era el último vestigio de la ilusión que una vez tuve.

Sin pensarlo, lo tomé en mi mano.

Y lo arrojé por la ventana abierta.

El pequeño objeto de plata desapareció en la maleza.

La sonrisa de Ricardo se borró de su rostro.

"Tú... ¿qué has hecho?"

"He tirado la basura", respondí.

"Estás loca", siseó. Se dio la vuelta y salió de la habitación, dando un portazo que hizo temblar las paredes.

Me quedé sola, y por un instante, un viejo dolor amenazó con aflorar. El dolor de un amor traicionado, de una vida perdida.

Pero lo aparté. Ya no había tiempo para el dolor.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022