"¡Roy! ¿¡Qué le has hecho!?".
El grito de Luciana resonó en la bodega. Corrió hacia Kieran, que yacía inmóvil al pie de las escaleras. Lo acunó en sus brazos, mirando a Roy con un odio puro.
En el hospital, la situación empeoró. Kieran necesitaba una transfusión de sangre urgente. Su tipo de sangre era raro. El mismo que el de Roy.
"Señor Castillo, necesitamos su ayuda", dijo el médico.
Roy se negó.
"No puedo".
Un chequeo médico revelaría la cicatriz de su nefrectomía. La verdad saldría a la luz y su tapadera se destruiría.
Luciana, al oír su negativa, se acercó a él.
"¿Cuánto quieres?", siseó, abofeteándolo de nuevo con un fajo de billetes. "¿Cuánto por tu sangre?".
Roy la miró, el dolor en sus ojos era profundo.
"No es por el dinero".
"¡Mientes!", gritó ella.
Justo en ese momento, el médico que revisaba el historial de Roy intervino.
"Señora Salazar, el señor Castillo no puede donar una gran cantidad de sangre. Según su historial, le falta un riñón. Ya donó uno en el pasado".
Luciana frunció el ceño, confundida. Miró a Kieran, luego a Roy.
"¿Tú? ¿Donaste un riñón?", se burló. "No inventes más mentiras para llamar mi atención. ¡Sé que fue Kieran!".
Roy no dijo nada. ¿Qué podía decir?
Luciana, cegada por la ira y el engaño de Kieran, se volvió hacia el médico.
"Sáquenle la sangre. ¡Ahora! Si le pasa algo a Kieran, haré que este hospital cierre".
Los enfermeros lo sujetaron. Roy no se resistió. Sintió la aguja en su brazo. Vio cómo su sangre llenaba la bolsa. La habitación empezó a dar vueltas.
Lo último que vio antes de desmayarse fue el rostro furioso de Luciana.
Cuando despertó, estaba solo en una habitación fría. Sobre la mesita de noche, había un caramelo de limón. Era el mismo tipo de caramelo que Luciana solía darle cuando era niño y se ponía enfermo.
Un dolor nostálgico lo atravesó.
Miró por la puerta entreabierta. Vio a Luciana en la habitación de Kieran. Le estaba dando de comer sopa, con la misma ternura con la que solía cuidarlo a él.
Escuchó la voz de Kieran.
"Luciana, ámame a mí. Olvídate de él".
Y la respuesta de ella, clara y cruel.
"Yo nunca lo he amado".