Capítulo 6

La risa de Luciana fue triste y rota. Sus ojos estaban enrojecidos.

"Bien. Quédate con tu dinero".

Se dio la vuelta y se fue.

Una semana después, Roy escuchó a dos sirvientas hablar en la cocina.

"La señora ha ido a los Picos de Europa a ver a un proveedor. Ha habido una avalancha. Está atrapada".

El cuerpo de Roy se puso rígido. Un temblor incontrolable lo sacudió. Sin pensarlo dos veces, agarró las llaves de un todoterreno y salió corriendo.

"¡Señor Castillo, es peligroso! ¡La carretera está cortada!".

Ignoró las advertencias. Condujo como un loco hacia la montaña, hacia la tormenta de nieve.

"¡Luciana!", gritaba su nombre en la ventisca, su voz ronca por el frío y la desesperación.

La encontró horas después, inconsciente, medio enterrada en la nieve junto a su coche destrozado.

Se quitó su propio abrigo para cubrirla. La arrastró hasta su vehículo.

"Aguanta, Luciana. Te sacaré de aquí. Te lo prometo".

Llegó a un puesto de la Guardia Civil al pie de la montaña y colapsó, agotado y herido, justo después de asegurarse de que ella estaba a salvo.

Despertó en una cama de hospital local. Una enfermera le informó que la señora Salazar estaba bien. Su prometido, el señor Hewitt, la había recogido y la había llevado a un hospital privado en Logroño.

Kieran, una vez más, se había atribuido el mérito.

Cuando volvió a la mansión, Luciana lo confrontó.

"¿Dónde estabas? ¿No te preocupaste por mí? Kieran movió cielo y tierra para encontrarme. Tú... ni siquiera llamaste".

Roy la miró en silencio. El malentendido era un muro demasiado alto para escalarlo. Era mejor así.