Jimena intervino, su voz era melosa pero sus ojos lanzaban dagas.
"Ay, Sofía, no seas orgullosa. Ricardo solo quiere ayudarte. Entendemos que no a todos nos puede ir igual de bien en la vida."
Hizo una pausa, mirándome con falsa compasión.
"Ser arquitecta de una constructora debe ser... demandante. Pero no te preocupes, no es ninguna vergüenza aceptar la ayuda de los amigos."
Su condescendencia era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. La forma en que dijo "arquitecta de una constructora" estaba cargada de un desprecio sutil, como si fuera un trabajo de segunda categoría comparado con la grandeza de ser "la novia de un inversionista".
Algunos de los que estaban cerca, ansiosos por quedar bien con la pareja del momento, comenzaron a intervenir.
"Sí, Sofía, no seas así. Ricardo es muy generoso."
"Deberías agradecerle, es una gran oportunidad."
"No todos los días alguien te ofrece trabajo así nomás."
La presión del grupo era palpable, un coro de voces que me instaba a aceptar mi papel de perdedora. Me sentí como un animal acorralado. Pero esta vez, yo tenía garras.
La confusión de Ricardo se transformó en enojo. Mi rechazo no solo era un insulto a su ego, sino una grieta en la imagen de hombre magnánimo y exitoso que estaba intentando proyectar.
"Mira, Sofía, no sé qué mosca te picó, pero estoy tratando de ser amable", espetó, su voz subiendo de volumen. "Si quieres seguir viviendo así, es tu problema. Pero no vengas a llorar después."
Se inclinó hacia mí, su voz un siseo venenoso.
"Como quieras. Siempre has sido una terca. Quizás por eso te quedaste sola y amargada."
Esa fue la gota que derramó el vaso. Justo cuando iba a responderle, sentí una mano en mi espalda baja. Demasiado baja. Me giré bruscamente. Era uno de nuestros excompañeros, visiblemente borracho, con una sonrisa lasciva en el rostro.
"Anda, Sofi, no le hagas caso a este. Mejor ven a bailar conmigo."
Antes de que pudiera siquiera empujarlo, una figura se interpuso. Era Ricardo.
"Quítale las manos de encima, imbécil", gruñó Ricardo, empujando al borracho con una fuerza sorprendente. El tipo trastabilló y casi cae.
Me quedé helada. Por un segundo, vi un destello del Ricardo que conocí al principio de nuestra antigua relación, el que era protector. Fue un sentimiento confuso y desagradable.
El borracho, asustado, se escabulló entre la multitud. Se hizo un silencio incómodo. Ricardo me miró, y por un instante, vi algo en sus ojos que no pude descifrar. ¿Arrepentimiento? ¿Confusión?
Jimena, dándose cuenta de que había perdido el control de la situación y que la atención se había desviado de ella, actuó rápidamente.
"¡Bueno, bueno, suficiente drama por una noche!", exclamó con una risa forzada, aferrándose al brazo de Ricardo. "¡Oigan! ¿Ya se enteraron de quién viene? ¡Me dijeron que Alejandro Castillo va a pasar a saludar!"
El nombre resonó en el salón. El ambiente cambió instantáneamente.
"¿Alejandro Castillo? ¿El dueño de Construcciones Castillo?"
"¿En serio? ¡Es el empresario más importante del ramo en todo el país!"
"¡No puedo creerlo!"
Jimena sonrió, satisfecha. Había logrado su objetivo. La humillación de Sofía, el pequeño altercado, todo quedó olvidado ante la mención de un pez verdaderamente gordo. Ella miró a Ricardo, como diciendo "ves, nosotros jugamos en otra liga", y luego me lanzó una última mirada de triunfo. Una mirada que decía: "Él es de mi mundo. Un mundo al que tú nunca pertenecerás".
Poco sabía ella cuán equivocada estaba.
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