Obedecí sin una palabra, mis huesos crujían en protesta, acostumbrados a romperse y sanar de forma incorrecta una y otra vez.
Mi cuerpo era un mapa de cicatrices y fracturas mal curadas, un testimonio de dieciocho años de tortura.
Hoy era un día especial. Hoy, mi tía me arrancaría el corazón de nuevo.
Lo hacía cada luna llena, un ritual grotesco para alimentar el poder de su hija, mi prima Valentina.
Se acercó, su mano rodeada de una energía oscura que me erizaba la piel. No me resistí, nunca lo hacía. Aprendí hace mucho tiempo que la resistencia solo traía más dolor.
Metió su mano en mi pecho, atravesando la piel y las costillas como si fueran de papel.
El dolor fue agudo, brutal, pero me mordí el labio hasta sacar sangre para no gritar.
Un grito le habría dado satisfacción.
Con un tirón violento, sacó una esfera de luz pálida, mi corazón, mi núcleo de poder latente.
La esfera pulsaba débilmente en su mano, una luz moribunda.
Caí al suelo, jadeando, el mundo se volvía gris en los bordes de mi visión.
Marta observó el corazón con una sonrisa torcida. "Perfecto. Valentina necesita este impulso para la ceremonia de hoy."
Se dio la vuelta y se fue, dejándome tirada en el suelo de piedra, sangrando y con el pecho abierto.
Mientras yacía allí, escuché los vítores y aplausos que venían del patio de entrenamiento.
Era Valentina.
Me arrastré con esfuerzo hasta la pequeña reja de mi celda y miré hacia afuera.
Valentina estaba en el centro del patio, rodeada de los jóvenes guerreros del clan.
Su cabello dorado brillaba bajo el sol, su piel era perfecta, su ropa, impecable.
Estaba practicando sus movimientos, y con cada gesto, una poderosa energía emanaba de ella, una energía que yo reconocía muy bien.
Era mi energía.
La gente la aclamaba, la admiraban, la llamaban la "Joya del Clan".
Ella era todo lo que yo no era. Fuerte, hermosa, amada.
Nadie sabía que su poder era robado. Nadie sabía que su fuerza se construía sobre mis huesos rotos y mi corazón arrancado.
Más tarde, dos guardias me arrastraron fuera de la celda.
El clan se había reunido en el gran salón. Era la ceremonia de nombramiento, donde se anunciaría a la próxima líder del clan.
Todos sabían que sería Valentina.
Me arrojaron al centro del salón como un saco de basura.
La multitud se apartó de mí con asco. Escuché los susurros.
"Qué asco."
"¿Por qué la traen aquí?"
"Es una vergüenza para el clan."
Yo era el hazmerreír, la paria, la débil que ni siquiera podía despertar su propio poder.
Mi tío Ricardo, el jefe del clan, se sentó en su trono, con su prometida, Elena, a su lado.
Elena me miró con lástima. Ella era la única que a veces me mostraba un poco de amabilidad, a escondidas.
Marta subió al estrado, con una sonrisa triunfante.
Valentina estaba a su lado, radiante y orgullosa.
"¡Miembros del Clan del Lobo Negro!", proclamó Marta, su voz resonando en el salón. "Hoy es un día de celebración. Mi hija, Valentina, ha demostrado ser la más fuerte, la más digna. ¡Ella será nuestra próxima líder!"
Hubo un estallido de aplausos.
Pero Marta levantó una mano para silenciarlos. "Sin embargo, hay algo que deben saber. Una verdad que he guardado durante dieciocho años."
El salón quedó en silencio. La tensión era palpable.
Marta me señaló con el dedo. "Esa basura que ven ahí...", su voz goteaba veneno, "no es mi sobrina. No es la hija de mi difunta hermana."
Un murmullo de confusión recorrió la multitud.
Mi tío Ricardo frunció el ceño. "¿De qué hablas, Marta?"
Marta sonrió, una sonrisa cruel y llena de malicia. "El día que mi hermana dio a luz, también lo hice yo. Pero mi hija nació débil, sin poder. La hija de mi hermana, en cambio, nació con un poder inmenso. Así que... las intercambié."
El silencio que siguió fue absoluto, pesado, sofocante.
Todos los ojos se volvieron hacia mí, luego hacia una Valentina pálida y confundida.
"¡Valentina!", continuó Marta. "¡Ella es la verdadera hija de la antigua líder! ¡Ella es la que lleva la sangre noble! ¡Esta cosa", me señaló de nuevo, "es mi hija. Una decepción sin valor."
Su plan era perfecto. Al revelar el "intercambio", le quitaba a Valentina la presión de ser la hija del jefe actual y le daba el linaje de la anterior líder, una figura legendaria. A mí, me condenaba al ostracismo absoluto.
La multitud estalló. La conmoción se convirtió en ira, dirigida hacia mí.
Valentina me miró con una mezcla de horror y desprecio.
Mi tío Ricardo parecía aturdido.
Marta me miraba, esperando que llorara, que suplicara, que me rompiera.
Pero en lugar de eso, lentamente, levanté la cabeza.
Una sonrisa sarcástica se dibujó en mis labios ensangrentados.
Mi voz, aunque débil y rasposa, cortó el caos del salón.
"¿Y si todo esto... fuera exactamente lo que yo quería?"