La Desfigurada y el Destino Robado
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Capítulo 4

La mañana siguiente, la primera ola de su asalto a mi reputación golpeó.

Una enfermera joven y compasiva, que parecía ser la única persona en este hospital que no estaba en la nómina de mi padre, entró a mi habitación con una mirada de pena.

"Señorita Sofía," dijo en voz baja, "creo que debería ver esto."

Me tendió su teléfono. En la pantalla, un titular de un conocido blog de chismes gritaba en letras grandes:

"ESCÁNDALO PRE-BODA: ¿LA HEREDERA SOFÍA RIVERA ENGAÑABA A SU PROMETIDO, MARCO VILLALOBOS?"

Mi corazón se detuvo.

Debajo del titular, había una foto mía de hacía meses, saliendo de un restaurante. A mi lado, estaba un viejo amigo de la universidad al que no había visto en años. La foto estaba recortada de tal manera que parecía que estábamos solos, íntimos.

El artículo era veneno puro.

Fuentes "anónimas" y "cercanas a la familia" afirmaban que yo era "emocionalmente inestable", que tenía un "historial de comportamiento errático" y que la cancelación de la boda se debía a que Marco había descubierto mi "doble vida".

Decía que mi "colapso nervioso" era una tapadera para una violenta pelea con un "amante secreto".

Sentí que el aire me faltaba.

Era tan calculado, tan cruel.

Cada palabra estaba diseñada para pintarme como la villana de mi propia tragedia.

"Lo siento mucho, señorita," dijo la enfermera, viendo la expresión de mi rostro. "Nadie cree estas mentiras."

Pero yo sabía que la gente sí las creería. La gente siempre prefiere un escándalo jugoso a una verdad dolorosa.

Le devolví el teléfono, mis manos temblando de rabia.

Poco después, mi padre y Renata entraron, con expresiones de grave consternación.

"Hija, es terrible," dijo mi padre, agitando su propio teléfono con el mismo artículo. "¿Quién pudo haber filtrado estas calumnias? ¡Es despreciable!"

Renata asintió, secándose una lágrima falsa del rabillo del ojo. "Pobre Marco, debe estar devastado. Le dije que no creyera nada de esto, que tú no eres así. Pero está tan confundido."

"¿Ah, sí?", dije, mi voz plana, sin emoción. "¿Hablaste con él?"

"Por supuesto," dijo Renata, con una nota de orgullo en su voz. "Alguien tiene que apoyarlo en estos momentos difíciles. Está destrozado, Sofía. Se siente traicionado."

Me miraron, esperando una reacción. Esperando lágrimas, negaciones, histeria.

No les di nada.

Los miré fijamente, uno por uno, mi rostro medio destruido era un espejo de su propia fealdad interior.

"¿Y qué más le dijiste?", pregunté, mi calma pareciendo desconcertarlos.

"Le dije... le dije que lo superaremos juntos. Como familia," dijo Renata, su voz suave y tranquilizadora.

La ironía era tan espesa que casi podía saborearla.

Ellos crearon la herida, y ahora se ofrecían a poner la venda.

Me quemaron, y ahora se quejaban del olor a humo.

"Salgan de aquí," dije en voz baja.

Mi padre frunció el ceño. "¿Qué dijiste?"

"Dije," repetí, mi voz subiendo un poco, "que salgan de mi habitación. Ahora."

"Sofía, no estás pensando con claridad," dijo mi padre, su tono volviéndose autoritario. "Estás alterada. Es comprensible, pero no nos hables así."

"¿Alterada?", una risa seca se me escapó. "No, papá. No estoy alterada. Estoy despierta. Por primera vez en mi vida, estoy completamente despierta."

Vi un destello de pánico en sus ojos. Vieron que su control sobre mí se estaba resquebrajando.

"Daniel te dará algo para calmarte," dijo, dando un paso atrás.

"No quiero nada de Daniel. No quiero nada de ninguno de ustedes," dije, mi voz tan fría como el hielo. "Solo quiero que se vayan."

Renata intentó un último acercamiento. "Hermanita, no nos alejes. Te necesitamos. Nos necesitamos mutuamente."

La palabra "hermanita" de sus labios era un insulto.

"Tú y yo no somos nada," le espeté. "Nunca lo fuimos."

Su máscara de dulzura se rompió por un instante, revelando una mueca de puro odio antes de que la volviera a componer.

Mi padre la tomó del brazo. "Vámonos, Renata. No se puede razonar con ella en este estado."

Salieron de la habitación, cerrando la puerta detrás de ellos.

Me quedé sola en el silencio, el eco de sus mentiras resonando en las paredes.

El artículo, las fotos, las palabras de Renata sobre "consolar" a Marco... todo encajaba.

Estaban borrándome de mi propia vida.

Estaban reescribiendo la historia, con Renata como la heroína y yo como la loca y la puta.

Y Marco... mi Marco. El hombre que amaba, el hombre con el que iba a construir mi vida.

Lo estaban envenenando contra mí, día a día, mentira a mentira.

Me di cuenta en ese momento, con una claridad dolorosa, que lo había perdido.

Incluso si algún día lograba limpiar mi nombre, la confianza se había roto. La duda que ellos habían sembrado en su mente nunca desaparecería por completo.

Nuestra relación, el futuro que habíamos soñado, estaba muerta.

Asesinada por mi propia familia tan brutalmente como habían intentado asesinar mi rostro.

El dolor era abrumador, una ola que amenazaba con ahogarme.

Pero no lo hizo.

Me aferré a mi rabia como a una balsa en medio del océano.

Era lo único que me quedaba.

Y me mantendría a flote hasta que llegara a la orilla.

La orilla donde mi justicia los estaba esperando.

                         

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