"Así que tú eres la cantante" , dijo, sin invitarme a sentarme. Su voz era como el filo de un cuchillo. "¿Qué te hace pensar que eres digna de mi hijo? ¿Tu música?"
La miré directamente a los ojos, proyectando una mezcla de inocencia y devoción que había practicado durante meses frente al espejo.
"Amo a Ricardo, señora. El amor es lo único que importa. Y estoy dispuesta a probarlo. Pasaré la noche en la hacienda. No le tengo miedo a sus fantasmas."
Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios. Era la sonrisa de un depredador que ve a su presa caminar directamente hacia la trampa.
"No son los fantasmas a los que deberías temer, niña. Es a la soledad. A la oscuridad. Ocho mujeres antes que tú se creyeron fuertes. Todas se rompieron."
Hizo una pausa, esperando que el miedo me hiciera dudar.
"Aún estás a tiempo de irte. Nadie te culpará. Vuelve a tu plaza, a cantar por unas monedas."
Su desprecio era tan palpable que casi podía saborearlo. Pero yo no era una víctima asustada. Era una cazadora.
"Con todo respeto, señora, usted no me conoce" , respondí, mi voz firme. "Soy más fuerte de lo que parezco. Sobreviviré. Y cuando lo haga, me casaré con Ricardo y seré parte de esta familia."
Doña Isabella me estudió por un largo momento, como si intentara descifrar un enigma. Finalmente, asintió lentamente.
"Muy bien. Que así sea. La ceremonia será en una semana. Prepárate."
La batalla había comenzado. Salí de esa mansión con el corazón latiendo con fuerza, no de miedo, sino de anticipación. El primer paso de mi plan estaba en marcha.
Pero al llegar a casa, me esperaba otra confrontación. Mi padre me esperaba en la sala, con los ojos rojos de ira y de lágrimas no derramadas. Mi madre estaba a su lado, rezando en voz baja.
"¡Lo hiciste!" , gritó mi padre en cuanto cerré la puerta. "¡Te vendiste a esos monstruos!"
"Hago lo que tengo que hacer" , respondí con frialdad.
"¿Hacer qué? ¿Morir? ¿Quieres que te enterremos junto a tu hermana?"
La mención de Sofía hizo que algo se rompiera dentro de mí. La ira que había mantenido a raya durante años finalmente explotó.
"¡No te atrevas a hablar de ella!" , le grité, mi voz temblando de furia. "¡Tú no hiciste nada para defenderla! ¡Dejaste que la difamaran, que la llamaran loca, que la culparan de su propia muerte! ¡Te quedaste callado mientras esos asesinos se salían con la suya!"
Mi madre sollozó, pero mi padre dio un paso hacia mí, con el rostro descompuesto por el dolor y la culpa.
"¿Qué querías que hiciera, Elena? ¿Enfrentarme a los Mendoza? ¡Nos habrían destruido! ¡Tenía que protegerte a ti, a tu madre!"
"¡La protección que le negaste a ella!" , repliqué. "Ustedes la abandonaron. Yo no haré lo mismo."
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, cargadas de años de resentimiento. Mi padre me miró como si fuera una extraña. Luego, con una voz rota pero firme, pronunció la sentencia.
"Si cruzas esa puerta para ir a esa hacienda, olvídate de que tienes un padre. Para mí, estarás muerta."
No respondí. Simplemente me di la vuelta, tomé una pequeña maleta que ya tenía preparada y salí de la casa, dejando atrás los sollozos de mi madre y la mirada rota de mi padre. Estaba sola. Y eso era exactamente lo que necesitaba ser.