El Retorno de Ximena: Renacer y Luchar
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Capítulo 2

"¡Es una adolescente, por el amor de Dios! ¿Cómo puedes acusarla de algo tan monstruoso?" me espetó Fernando, una vez que Sofía, todavía sollozando, se hubo encerrado en su habitación. Su voz era una mezcla de incredulidad y enojo.

Su mente era un torbellino. "Ximena está hormonal. El embarazo la tiene sensible. Sofía es incapaz de hacer daño, solo es una niña que cometió un error inocente. ¿Cómo pudo confundir las hierbas? Tal vez su tío Roberto le jugó una mala broma..."

Ver su justificación, su negación a enfrentar la verdad, me llenó de una fría decepción. Discutir no serviría de nada. Tenía que ser más inteligente.

"Quizás tienes razón, Fernando," dije, suavizando mi tono y bajando la mirada. "Tal vez reaccioné de forma exagerada. Las hormonas, el miedo... solo me asusté mucho."

Vi un destello de alivio en su rostro y en sus pensamientos. Era más fácil para él creer que yo estaba equivocada que aceptar que su hija era un monstruo.

"Sabía que entraría en razón. Pobre Ximena, debe estar muy asustada. Tengo que cuidarla mejor."

Me acerqué y lo abracé. "Lo siento, mi amor. No debí acusar a Sofía así. Hablaré con ella más tarde."

Él me devolvió el abrazo, apretándome con fuerza. "Está bien, mi vida. Todo está bien."

Pero nada estaba bien. Mientras lo abrazaba, mi mente estaba fría y calculadora. Este era solo el primer round. Había ganado esta pequeña batalla al evitar el veneno, pero la guerra apenas comenzaba. Y la estaba peleando sola.

Un par de días después, el doctor Ramírez confirmó mis sospechas. La muestra de té contenía altas concentraciones de ruda y otra hierba tóxica, una combinación que sin duda habría provocado un aborto espontáneo. Fernando se puso pálido al oír el informe, pero cuando enfrentó a Sofía, ella se deshizo en un mar de lágrimas de nuevo, jurando que había tomado las hierbas del jardín y que no tenía idea de su efecto. Dijo que tal vez las había confundido con otra planta. Fernando, desesperado por mantener la paz en su hogar, aceptó su explicación y simplemente le prohibió volver a preparar "remedios caseros" . Para él, el asunto estaba zanjado. Para mí, era una declaración de guerra.

Esa noche, Fernando organizó una gran cena en la hacienda para anunciar oficialmente mi embarazo a sus socios y amigos más cercanos. La casa estaba llena de gente, música y risas. Él estaba radiante, de pie en el centro del gran salón, con una mano en mi espalda.

"¡Amigos, familia!" exclamó, su voz resonando con orgullo. "Ximena y yo tenemos una noticia maravillosa que compartir. ¡No vamos a tener un hijo... vamos a tener tres! ¡Vienen trillizos en camino!"

Un murmullo de asombro y felicitaciones recorrió la sala. La gente se acercaba a abrazarnos, a desearnos lo mejor. Me sentí momentáneamente envuelta en una burbuja de felicidad, pero una mirada me devolvió a la cruda realidad.

Al otro lado del salón, de pie cerca de la barra, había un hombre que no había visto antes. Era de mediana edad, con el cabello grasiento peinado hacia atrás y una sonrisa servil que no llegaba a sus ojos pequeños y astutos. Llevaba un traje que parecía un poco apretado y demasiado brillante. Observaba la escena con una mirada calculadora, una mirada de buitre. Vi a Sofía acercarse a él discretamente. Era su tío, Roberto. El hombre que, según los pensamientos de Sofía, le había proporcionado el veneno.

Me excusé de un grupo de señoras felicitándome y me moví hacia un rincón más oscuro del patio, fingiendo tomar aire fresco, pero manteniéndolos a la vista a través de la gran ventana. Mi habilidad se agudizó con la concentración.

Vi a Roberto susurrarle algo a Sofía. Ella asintió, con una expresión sombría. Entonces, vi cómo ella le pasaba discretamente un fajo de billetes. Él lo tomó rápidamente y se lo guardó en el bolsillo interior de su saco, dándole una palmadita en el hombro.

Me concentré en sus pensamientos, filtrando el ruido de la fiesta.

La mente de Roberto era un pozo negro de codicia. "Tres... mierda, tres herederos. Eso complica las cosas. Elena se va a poner como loca. Esta mocosa tiene que actuar rápido si quiere ver algo de la lana de su papi. Por ahora, este dinero me sirve para pagar unas deudas. Pero vamos a necesitar más, mucho más."

El pensamiento de Sofía era aún más escalofriante. "Tres bastardos. Tres de ellos quitándome lo que es mío. No lo voy a permitir. El té no funcionó, pero el tío Roberto tiene otras ideas. Ideas más... permanentes. Y mamá estará de acuerdo. Papá tiene que entender que yo soy su única hija. La única que importa."

Un escalofrío me recorrió entera. Elena. Su madre. La mujer que los abandonó a ella y a Fernando cuando Sofía era solo una niña y Fernando aún no era el magnate del tequila que era hoy. Sabía que había reaparecido en sus vidas recientemente, pero no imaginaba que estuviera involucrada en esto. Era una conspiración familiar, un nido de víboras.

Sentí una oleada de náuseas, y esta vez no tenía nada que ver con el embarazo. Volví a entrar a la fiesta, con el corazón latiendo con fuerza. Tenía que mantenerme cerca de Fernando. Tenía que estar alerta.

Más tarde esa noche, cuando la mayoría de los invitados se habían ido, Sofía se acercó a mí con un plato de postre. Era un flan napolitano, el favorito de Fernando, y sabía que a mí también me gustaba.

"Ximena, te traje un poco de flan," dijo, con la misma sonrisa inocente de siempre. "Para que recuperes energías. Cuidar de tres bebés debe ser agotador."

Me tendió el plato. La miré a los ojos y me concentré.

"Cómetelo. Esta vez no es veneno. Es algo mejor. Un somnífero muy potente que me consiguió el tío. Cuando estés profundamente dormida, haré que parezca que te resbalaste en las escaleras. Un trágico accidente. Papá estará devastado, pero yo estaré ahí para consolarlo. Y los pequeños problemas desaparecerán para siempre."

La sangre se me heló en las venas. La audacia, la crueldad... era inimaginable.

Tomé el plato de sus manos, mi corazón una piedra de hielo en mi pecho. La fiesta seguía con los últimos invitados, todos riendo y bebiendo en el salón principal. Era el momento. Tenía que exponerla, aquí y ahora.

"Gracias, Sofía," dije en voz alta, atrayendo la atención de Fernando y de los que quedaban cerca. "Se ve delicioso."

Luego, me giré hacia el gran danés de Fernando, Brutus, que descansaba a los pies de su amo.

"Pero creo que Brutus también quiere un poco, ¿verdad, chico?"

Antes de que nadie pudiera reaccionar, puse el plato en el suelo. Brutus, feliz, se acercó y lamió el flan con entusiasmo, terminándoselo en segundos.

Sofía soltó un grito ahogado. "¡No! ¡Ximena, qué haces!"

Su rostro estaba pálido de pánico.

"¿Qué pasa, Sofía?" pregunté, mi voz llena de una falsa inocencia. "Solo es flan, ¿no?"

Todos nos miraban. Fernando se levantó, confundido. "Ximena, ¿por qué le diste el flan al perro?"

No respondí. Todos miramos a Brutus. El enorme perro dio un par de vueltas, gimió suavemente, y luego se desplomó en el suelo, profundamente dormido, roncando de una manera anormalmente ruidosa.

Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Nadie respiraba.

Me giré lentamente para enfrentar a Sofía, cuyo rostro era una máscara de puro terror.

"Parece que el flan estaba un poco... fuerte," dije, mi voz resonando en el silencio. "¿Qué le pusiste, Sofía? ¿Querías que durmiera tan profundamente como Brutus? ¿Quizás para que tuviera un 'accidente' en las escaleras?"

Cada palabra era una bofetada. La expuse frente a todos. La máscara de niña buena se hizo añicos, revelando al monstruo que había debajo. La guerra había estallado.

            
            

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