El Retorno de Ximena: Renacer y Luchar
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Capítulo 3

"¡Ximena!" El grito de Fernando rompió el silencio. Corrió hacia el perro desplomado, palpándolo, tratando de despertarlo. "¡Brutus! ¡Muchacho! ¿Qué le pasa?"

Su mente era un caos de pánico y confusión. "¿Qué es esto? ¿Drogas? ¿En mi casa? ¡Sofía! ¡No, no puede ser!" Se giró hacia mí, con los ojos desorbitados por el miedo, no por la acusación, sino por mi seguridad. "¿Tú estás bien? ¿Comiste algo?"

"Estoy bien," le aseguré, mi voz firme. "Yo no lo probé."

Mientras tanto, Sofía había recurrido a su única arma. Se derrumbó en el suelo, las lágrimas brotando como una fuente.

"¡Yo no hice nada! ¡No sé de qué hablas!" sollozaba, su cuerpo temblando. "¡Solo le traje un postre! ¿Por qué me odias tanto, Ximena? ¿Por qué intentas poner a mi papá en mi contra?"

Era una actuación digna de un premio, pero esta vez, las miradas de los pocos invitados que quedaban estaban llenas de sospecha. El perro inconsciente era una prueba demasiado contundente.

Fernando, dividido entre la evidencia frente a él y los sollozos de su hija, llamó inmediatamente al doctor Ramírez de nuevo. Mientras esperábamos, el tío Roberto se acercó, poniendo una mano protectora sobre el hombro de Sofía.

"Fernando, esto es un malentendido," dijo con su voz untuosa. "La niña está destrozada. Seguramente alguien más alteró ese postre. Quizás un empleado descontento."

Su mente, sin embargo, era pura rabia. "Maldita perra lista. Arruinó el plan. Ahora tengo que limpiar su desastre. Tengo que convencer a Fernando de que la loca es la esposa, no la hija."

El doctor Ramírez llegó y, tras un rápido examen a Brutus, confirmó que el perro había sido drogado con un sedante potente. Miró a Fernando con gravedad.

"Fernando, quienquiera que haya hecho esto, sabía lo que hacía. Una dosis así en una persona, especialmente en el estado de Ximena, podría haber sido catastrófica. Podría haber inducido un coma y, ciertamente, haber causado la pérdida del embarazo."

Fernando se pasó las manos por el pelo, desesperado. Miró a su hija, que lloraba en el suelo, y luego a mí, que permanecía de pie, fría y acusadora. Y una vez más, su corazón de padre lo traicionó.

"Sofía, mírame," le dijo, su voz más suave de lo que yo esperaba. "Júrame que no tienes nada que ver con esto."

"¡Te lo juro, papi! ¡Por mi vida, te lo juro!" gritó ella entre sollozos. "¡Yo nunca le haría daño a Ximena ni a mis hermanitos! ¡La quiero!"

Y Fernando, contra toda lógica, le creyó. O al menos, decidió creerle. Se volvió hacia mí, su rostro endurecido por la frustración.

"Ximena, ya basta. No podemos seguir con este circo. Estás aterrorizando a mi hija con estas acusaciones. El doctor revisará la cocina, interrogará al personal. Encontraremos al culpable, pero deja a Sofía en paz."

Sentí una punzada de dolor y rabia. Era un plan. Me di cuenta en ese instante. No solo querían matarme a mí o a mis hijos, querían volver a Fernando en mi contra. Querían aislarme, hacerme parecer la loca, la madrastra malvada. Era una guerra psicológica, y por un momento, estuvieron a punto de ganarla.

Tenía que cambiar de táctica. Mostré una expresión de dolor, de vulnerabilidad.

"Tienes razón, Fernando," susurré, dejando que una lágrima falsa rodara por mi mejilla. "Lo siento. Estoy tan asustada que veo enemigos en todas partes. Perdóname, mi amor." Me acerqué a él, buscando su consuelo. "Solo quiero que nuestros bebés estén a salvo."

Él suavizó su expresión y me abrazó. "Lo estarán. Yo me encargaré."

Pero mientras me abrazaba, vi a Sofía mirándome por encima del hombro de su padre. Una sonrisa diminuta y triunfante se dibujó en sus labios. Creyó que había ganado.

De repente, con un movimiento dramático, Sofía se levantó de un salto.

"¡No puedo más!" gritó, con la voz rota. "¡No puedo vivir en una casa donde la esposa de mi papá piensa que soy una asesina! ¡Me voy!"

Y antes de que Fernando pudiera detenerla, salió corriendo de la casa, hacia la oscuridad del campo de agaves que rodeaba la hacienda.

"¡Sofía!" gritó Fernando, corriendo tras ella. "¡Vuelve aquí! ¡Es peligroso!"

El tío Roberto se quedó atrás por un segundo, me lanzó una mirada llena de odio y luego siguió a Fernando, gritando el nombre de la chica.

Me quedé paralizada por un momento. ¿Era otra treta? Mi instinto me decía que sí. Pero no podía arriesgarme. Si algo le pasaba, Fernando nunca me lo perdonaría. A pesar de mi embarazo avanzado y el cansancio, salí corriendo tras ellos.

La noche era oscura, sin luna. Corrí por el camino de tierra, el aire frío quemando mis pulmones. Podía escuchar las voces de Fernando y Roberto a lo lejos, llamando a Sofía. Mi vientre pesaba, y cada paso era un esfuerzo. Me adentré en el campo de agaves, las hojas puntiagudas rasgando mi vestido.

De repente, de la nada, una figura se abalanzó sobre mí desde detrás de una fila de plantas. Un brazo fuerte me rodeó el cuello, y una mano áspera y sucia me tapó la boca, ahogando mi grito.

Me arrastraron hacia una zona más densa y oscura del campo. Luché con todas mis fuerzas, pateando, arañando, pero el hombre era demasiado fuerte. Me tiró al suelo con violencia. Caí de costado, protegiendo instintivamente mi vientre. El dolor estalló en mi cadera y mi hombro.

El hombre se cernió sobre mí. No podía ver su rostro en la oscuridad, solo su silueta. Olía a alcohol barato y a tabaco.

"La pequeña zorra tenía razón," gruñó una voz rasposa que reconocí al instante. Era Roberto. "Eres más problemática de lo que pareces."

El pánico me heló la sangre. Esto no era un secuestro al azar. Era el plan. La huida de Sofía fue una distracción para alejar a Fernando.

Mi habilidad, agudizada por el terror, se disparó. La mente de Roberto era un torbellino de malicia y crueldad.

"Ahora sí, se acabó el juego. Un empujón, una caída. Nadie sabrá que estuve aquí. Pensarán que la estúpida se tropezó en la oscuridad persiguiendo a la mocosa. Un accidente trágico. Fernando se quedará con su hijita, y Elena y yo finalmente tendremos acceso a toda esa lana. Dos pájaros de un tiro. O mejor dicho, cinco pájaros... ella y los cuatro bastardos."

¿Cuatro? Pensé que eran tres... Mi mente se nubló por el terror. No, el doctor dijo trillizos. ¿Se equivocó? No importaba. Quería matarnos a todos.

Con una oleada de adrenalina, le di un rodillazo en la entrepierna con toda la fuerza que pude reunir. Él aulló de dolor y se dobló, soltándome por un segundo. Intenté arrastrarme lejos, gritando el nombre de Fernando, pero mi voz salió como un graznido ahogado.

Roberto se recuperó rápidamente, su rostro contorsionado por la furia. Me agarró del pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás.

"¡Vas a pagar por eso, perra!" siseó, su aliento fétido en mi cara.

Levantó una mano para golpearme. Cerré los ojos, esperando el impacto, rezando por un milagro, mi mente gritando en un torbellino de desesperación y lucha por la vida de mis hijos.

            
            

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