El Retorno de Ximena: Renacer y Luchar
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Capítulo 4

La mano de Roberto nunca llegó a mi rostro. En cambio, sentí un tirón brutal en mi brazo mientras me levantaba a la fuerza. Mi cuerpo gritaba de dolor. Me arrastró unos metros más adentro del campo de agaves, lejos del camino. El miedo era una cosa viva dentro de mí, un animal enjaulado arañando mis entrañas. Cada segundo que pasaba, el terror por mis bebés crecía, eclipsando mi propio dolor.

"Nadie te va a escuchar aquí," gruñó Roberto, empujándome contra el tronco de un árbol. El impacto me sacó el aire. "Fernando está demasiado ocupado buscando a su princesita. Para cuando te encuentren, será demasiado tarde."

Sus pensamientos eran explícitos y brutales, detallando cómo iba a golpearme en el abdomen, cómo iba a asegurarse de que pareciera una caída accidental, una caída que me mataría a mí y a los bebés que llevaba dentro.

Una desesperación absoluta me inundó. Estaba sola, indefensa y a merced de un monstruo. Mis hijos, mis pequeños milagros, iban a morir antes de tener la oportunidad de nacer. La injusticia de todo ello, la crueldad, encendió algo dentro de mí. Una chispa de furia primigenia.

No. No iba a dejar que ganara. No iba a morir aquí, tirada en la tierra como un animal.

"¡Vas a pudrirte en el infierno, Roberto!" siseé, mi voz temblando de rabia más que de miedo.

Él se rió, una risa áspera y desagradable. "Tal vez, pero tú irás primero."

Levantó su puño, y esta vez supe que no había escapatoria. Todo se movió en cámara lenta. El puño descendiendo, mi vientre desprotegido, el final.

"¡XIMENA!"

El grito atravesó la noche como un rayo. Era la voz de Fernando. Sonaba lejana, pero inequívoca.

La cabeza de Roberto se giró bruscamente en dirección a la voz. Su puño se detuvo en el aire. Por una fracción de segundo, la duda y el pánico cruzaron su rostro. Ese segundo fue todo lo que necesité.

Reuní la última onza de mi fuerza y le mordí la mano que me sujetaba el brazo. Mordí con la fuerza de una leona defendiendo a sus cachorros, saboreando el sabor metálico de su sangre. Él gritó de dolor y sorpresa, soltándome instintivamente.

Caí al suelo, pero me puse de pie de inmediato, tropezando y corriendo a ciegas en la dirección de la voz de Fernando.

"¡FERNANDO! ¡AQUÍ!" grité, mi voz desgarrada.

Escuché a Roberto maldecir y venir tras de mí. Corrí como nunca en mi vida, sin importarme las ramas que me arañaban la cara, ni el dolor punzante en mi costado. Solo corría hacia la voz de mi esposo, mi única esperanza.

La siguiente cosa que supe fue que estaba envuelta en una luz cegadora. La linterna del teléfono de Fernando. Y luego sus brazos estaban a mi alrededor.

"¡Ximena! ¡Dios mío! ¿Qué pasó? ¿Estás bien?"

Me aferré a él, temblando incontrolablemente, incapaz de hablar. Miré por encima de su hombro y vi a Roberto detenerse en el borde de la luz, su rostro una máscara de furia frustrada antes de desaparecer de nuevo en la oscuridad de los agaves.

Perdí el conocimiento.

Cuando desperté, estaba de vuelta en nuestra cama. La luz suave de una lámpara llenaba la habitación. Fernando estaba sentado en una silla a mi lado, sosteniendo mi mano. Tenía ojeras y su rostro estaba lleno de una angustia terrible.

"Mi amor," susurró cuando vio mis ojos abrirse. "Despertaste. El doctor te revisó. Dijo que tú y los bebés están bien. Solo algunos golpes y un gran susto."

Las lágrimas llenaron sus ojos. "Pensé que te había perdido."

El alivio me inundó, tan intenso que me dejó sin aliento. Mis bebés estaban bien. Estábamos vivos.

Entonces, la puerta se abrió suavemente. Era Sofía. Tenía los ojos rojos e hinchados, y parecía genuinamente preocupada.

"¿Ximena? ¿Estás bien?" susurró, acercándose a la cama.

La ira volvió a surgir en mí, caliente y amarga.

"Aléjate de mí," siseé, mi voz débil pero llena de veneno.

Fernando me miró, confundido. "Mi amor, ¿qué dices? Sofía estaba buscándote con nosotros. Estaba muerta de miedo."

Intenté incorporarme, el dolor protestando en cada músculo.

"¡Fue una trampa, Fernando! ¡Su huida fue una distracción! ¡Roberto me atacó en el campo! ¡Intentó matarme!"

Mis palabras salieron atropelladas, desesperadas. Necesitaba que me creyera. Esta vez, tenía que creerme.

Sofía estalló en llanto de nuevo, un llanto lastimero y convincente.

"¡No es verdad, papá! ¡Lo juro! Salí corriendo porque estaba asustada y herida por las acusaciones de Ximena. Me perdí en la oscuridad. El tío Roberto me encontró y me ayudó a buscarla. ¡Él nunca le haría daño!"

Se volvió hacia mí, sus ojos de cierva herida suplicando. "Ximena, por favor. Sé que estás en shock. Tal vez te caíste, te golpeaste la cabeza. Estaba muy oscuro. Pudiste haberte confundido."

Miré a Fernando, implorando con mis ojos que viera a través de la mentira. Pero vi la duda en su rostro de nuevo. Vi cómo la explicación de Sofía, la idea de un simple accidente en la oscuridad, era más fácil de aceptar que la monstruosa verdad de que su propia familia estaba tratando de asesinar a su esposa e hijos.

"Ximena," dijo suavemente, acariciando mi cabello. "Has pasado por un trauma terrible. Es normal que tu memoria esté confusa. Te caíste, mi amor. Roberto y Sofía te encontraron. Te salvaron."

Su mente reflejaba sus palabras. "Pobre mi amor. El golpe, el miedo... está confundida. Ve conspiraciones en todas partes. Necesita descansar. Necesita paz. Tengo que protegerla de este estrés."

Sentí mi corazón romperse. No era solo la traición de Sofía y Roberto. Era la ceguera de Fernando. El hombre que amaba, el padre de mis hijos, se negaba a ver la verdad que estaba justo frente a él. Me estaba tratando como a una loca, a una histérica.

Me recosté en las almohadas, derrotada. Las lágrimas de frustración y desesperanza quemaban mis ojos. Estaba completamente sola en esta lucha. Nadie me creía. Nadie me protegería.

Si quería sobrevivir y proteger a mis hijos, tendría que hacerlo yo misma. La ingenua Ximena estaba muerta. La mujer que quedaba estaba llena de una determinación fría como el acero. Ellos habían desatado una guerra. Y yo iba a terminarla.

                         

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