La Maldición De Sangre
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Capítulo 2

"Lo siento, señora, pero no puedo ayudarla," dijo Sofía con una suavidad que no había usado con Doña Elena. La compasión que sentía por la madre de Mateo era genuina, pero su decisión era firme. No se involucraría. No todavía.

La mujer se fue con el corazón roto, dejando a Sofía con una extraña sensación de inquietud. El nombre de Mateo le provocaba un eco en el alma que no lograba comprender.

Un par de días después, un mensajero de la casa del cacique le entregó un sobre grueso con un sello de cera. Era una invitación. Don Ernesto organizaba una gran fiesta en la plaza del pueblo para celebrar el próximo regreso de Catalina y la "inminente recuperación" de su hijo. La invitación era una orden velada, una demostración de poder. Quería que todo el pueblo, incluida Sofía, fuera testigo de su triunfo.

Sofía arrojó la invitación al fuego sin dudarlo, pero sabía que no podía negarse a asistir. No presentarse sería visto como un acto de desafío, y aunque ya no era la joven sumisa de su vida pasada, tampoco era tonta. Sabía que debía elegir sus batallas.

El día de la fiesta, el pueblo bullía de actividad. Se habían montado puestos de comida y bebida, y una banda de música tocaba con entusiasmo desafinado. Sofía se mantuvo en un rincón, observando a la multitud con ojos distantes.

Entonces, se escuchó un gran revuelo. Un carruaje lujoso, mucho más ostentoso que el de Don Ernesto, entró en la plaza. De él bajó Catalina, vestida con sedas y joyas traídas de la capital. Lucía radiante, arrogante, como una reina que regresa a su reino. En sus manos, sostenía una pequeña caja de madera ornamentada.

"¡Pueblo!" exclamó con una voz que pretendía ser magnánima. "¡Les traigo buenas noticias! ¡He encontrado la cura para nuestro querido Ramiro!"

Abrió la caja para revelar un frasco que contenía un líquido espeso y oscuro.

"¡El Elixir de la Serpiente de Jade! ¡Una reliquia ancestral que devuelve la fuerza y la vitalidad! ¡Con esto, Ramiro volverá a caminar!"

La multitud murmuró con asombro y esperanza. Don Ernesto y Doña Elena, que estaban a su lado, sonreían triunfantes.

Catalina recorrió la plaza con la mirada, y sus ojos se posaron en Sofía. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios.

"Veo que tenemos aquí a algunos... escépticos," dijo, dirigiéndose al grupo de curanderos locales que observaban con el ceño fruncido. "Y a nuestra querida Sofía, que prefirió abandonar a Ramiro en su lecho de dolor."

La tensión en la plaza se hizo palpable.

Uno de los curanderos más ancianos, un hombre llamado Don Eladio, dio un paso al frente.

"Señorita Catalina, con el debido respeto, esas cosas de la capital a menudo son más charlatanería que medicina. ¿Qué sabe usted de ese elixir?"

Catalina se rió.

"¿Qué sabe un viejo hierbero como usted? ¡Esto es ciencia antigua, más allá de su comprensión! ¡Funciona! Y lo demostraré."

En ese momento, unos sirvientes trajeron a Ramiro en una silla de ruedas especialmente diseñada. Se veía pálido y delgado, pero sus ojos ardían con un odio febril dirigido directamente a Sofía.

"¡Sofía!" gritó Ramiro, su voz débil pero llena de veneno. "¡Tuviste tu oportunidad de ayudarme y me diste la espalda! ¡Ahora verás lo que es una cura de verdad, bruja!"

La multitud jadeó ante el insulto. Sofía, sin embargo, permaneció impasible. Su rostro era una máscara de absoluta indiferencia, lo que enfurecía a Ramiro aún más.

Catalina se acercó a Ramiro y le dio a beber una pequeña cantidad del líquido oscuro. Luego, se giró hacia la multitud, disfrutando del espectáculo.

"Mi elixir necesita unos días para hacer efecto completo, pero para demostrar su poder, propongo una apuesta," anunció Catalina, su voz resonando en el silencio. "Apuesto la dote que Don Ernesto me ha prometido a que Ramiro caminará en una semana. Y te reto a ti, Sofía. Demuestra que tus 'poderes' son reales. Cura a alguien. A quien sea. Si lo logras antes de que Ramiro camine, me quedaré sin nada."

Todos los ojos se volvieron hacia Sofía. Era un desafío humillante, diseñado para que ella se negara y quedara como una cobarde.

Sofía la miró fijamente. Un largo silencio se extendió. Luego, para sorpresa de todos, asintió lentamente.

"Acepto la apuesta."

Una sonrisa triunfante iluminó el rostro de Catalina.

"Excelente. ¿A quién elegirás? ¿A algún anciano con tos? ¿A un niño con fiebre?" se burló.

Sofía no le respondió. En cambio, su mirada recorrió la multitud, lenta, deliberadamente. Se detuvo en la madre de Mateo, que la observaba con una mezcla de desesperación y una chispa de esperanza. Sofía levantó la mano y la señaló.

"Elijo curar a su hijo," declaró con una voz clara y fuerte que llegó a todos los rincones de la plaza. "Elijo curar a Mateo, el hombre que lleva meses en coma por culpa de un 'accidente' ."

El silencio que siguió fue absoluto, pesado, cargado de conmoción. Curar un coma era imposible, una locura. Era un suicidio profesional.

Catalina se quedó boquiabierta, su sonrisa de suficiencia se desvaneció. Ramiro, en su silla, la miraba con puro desconcierto. Habían esperado que ella se acobardara o eligiera un caso fácil. En su lugar, había elegido el desafío más difícil imaginable, y al hacerlo, había vuelto a poner el foco en el crimen de Ramiro.

Sofía los miró a los dos, y por primera vez en toda la tarde, una verdadera sonrisa se dibujó en su rostro. Era una sonrisa fría, afilada y llena de promesas. La batalla acababa de comenzar.

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