La Maldición De Sangre
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Capítulo 3

El murmullo en la plaza se convirtió en un clamor.

"¡Está loca!"

"¡Nadie puede despertar a un hombre de un sueño tan profundo!"

"¡Va a perderlo todo!"

Don Ernesto miraba a Sofía como si le hubiera crecido una segunda cabeza. La audacia de la joven lo dejó sin palabras. Era un desafío directo a su autoridad, a la farsa que había montado.

La madre de Mateo, por otro lado, se abrió paso entre la multitud, con lágrimas corriendo por su rostro. Cayó de rodillas ante Sofía.

"¿Es verdad? ¿De verdad puede ayudarlo?"

"Haré todo lo que esté en mi poder," respondió Sofía, ayudándola a levantarse. Su tono era serio, sin promesas vacías.

Ramiro, recuperándose de la conmoción, se echó a reír, un sonido áspero y desagradable.

"¡Perfecto! ¡Esto es aún mejor! ¡Apuesto todas las tierras que heredaré a que fracasas miserablemente!" gritó, su voz llena de despecho. "¡Quiero que todo el pueblo te vea humillada!"

"Hecho," dijo Sofía sin siquiera mirarlo. Se dirigió a la madre de Mateo. "Tráigalo a mi casa al amanecer. Necesito preparar todo."

Ignorando las miradas, los susurros y la furia impotente de Ramiro y Catalina, Sofía se dio la vuelta y se marchó de la plaza con la misma calma con la que había llegado.

Al día siguiente, tal como se acordó, varios hombres del pueblo llevaron a Mateo en una camilla a la modesta casa de Sofía. Lo depositaron con cuidado en una cama preparada en la habitación principal, que Sofía había convertido en una especie de enfermería.

Mateo estaba pálido y delgado, su rostro sereno como si solo estuviera durmiendo, pero la quietud de su pecho apenas visible lo delataba.

La madre de Mateo, cuyo nombre era Isabel, tomó la mano de Sofía.

"No sé cómo agradecerle. Después de que todos nos abandonaron..."

"No me agradezca todavía, Isabel," la interrumpió Sofía, su voz práctica y directa. "Seré honesta con usted. No hago esto solo por bondad. Lo hago para ganar una apuesta y para asegurarme de que ciertas personas reciban lo que merecen."

Isabel la miró, sorprendida por su franqueza, pero en lugar de sentirse ofendida, asintió con comprensión. Vio en los ojos de Sofía una determinación de acero que le dio más confianza que cualquier palabra de consuelo.

"Lo que sea que la motive, señorita Sofía, tiene mi bendición," dijo con firmeza.

Sofía comenzó su trabajo de inmediato. No usó rituales llamativos ni cantos exóticos. Su medicina era una combinación de conocimiento ancestral y una comprensión intuitiva del cuerpo humano que nadie más poseía. Preparó infusiones con hierbas raras, aplicó cataplasmas calientes y, lo más importante, comenzó un régimen cuidadoso y metódico.

A media tarde, mientras Sofía estaba cambiando una compresa en la frente de Mateo, Catalina apareció en su puerta.

"Vaya, vaya," dijo con desdén, mirando el interior humilde de la casa. "Así que aquí es donde la 'gran curandera' hace su magia."

Sofía no levantó la vista.

"¿Qué quieres, Catalina?"

"Vengo a darte un consejo de amiga," dijo, aunque su tono era de todo menos amistoso. "Ríndete. Estás perdiendo el tiempo. Ese hombre está más muerto que vivo. Solo te estás poniendo en ridículo."

"Gracias por tu preocupación," respondió Sofía con sarcasmo.

"Y vine a hablar con esta pobre mujer," continuó Catalina, dirigiéndose a Isabel. "Señora, esta mujer es una farsante. La está usando. La va a matar a su hijo con sus pociones. Debería llevarlo de vuelta a casa antes de que sea demasiado tarde."

Isabel miró a Catalina con desprecio.

"Usted no es bienvenida aquí. Váyase."

Catalina se rió. "Como quieran. Cuando él muera, no vengan a llorar a mi puerta."

Justo cuando Catalina se daba la vuelta para irse, se topó con Ramiro, que había sido llevado por sus sirvientes en su silla de ruedas. La curiosidad y el deseo de ver a Sofía fracasar lo habían traído hasta allí.

"¿Cómo va el paciente, Sofía?" preguntó Ramiro con una sonrisa burlona. "¿Ya has hecho algún milagro?"

Sofía finalmente levantó la vista de Mateo y fijó sus ojos en Ramiro. Su mirada recorrió el cuerpo de él, notando detalles que otros pasarían por alto.

"Deberías preocuparte menos por mi paciente y más por ti mismo, Ramiro," dijo con una calma escalofriante.

"¿Qué quieres decir?" espetó él.

"El elixir de Catalina te está dando una falsa sensación de bienestar," continuó Sofía, su voz baja y precisa. "Pero puedo ver el ligero temblor en tu mano izquierda. Y esa mancha oscura que tienes en el cuello, debajo de la oreja... no estaba ahí ayer. ¿Sientes un frío extraño en los pies, aunque el día sea cálido?"

Ramiro se tocó el cuello instintivamente. Su sonrisa burlona vaciló. Era cierto. Había sentido un frío persistente en sus pies y el temblor en la mano lo había atribuido a la debilidad.

Catalina intervino rápidamente. "¡No le hagas caso, mi amor! ¡Son tonterías! ¡El elixir está funcionando! ¡Está limpiando tu cuerpo de toxinas!"

Pero la semilla de la duda ya estaba plantada. Ramiro miró sus propias manos, luego a Sofía, y por primera vez, una sombra de miedo real cruzó por sus ojos.

Sofía volvió a centrar su atención en Mateo, desestimándolos por completo. Les había dado una advertencia. Ahora, solo tenía que esperar a que el veneno hiciera su trabajo.

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