Mi Vida Perfecta Destrozada
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Capítulo 3

La mañana llegó con una luz gris y fría que se filtraba por las persianas. Sofía se movía por la habitación como un torbellino, preparando su maleta para su viaje a Monterrey. Yo fingía dormir, escuchando el sonido de los cierres y el murmullo de sus canciones.

Estaba en la ducha cuando su teléfono, que había dejado en la mesita de noche, empezó a sonar. En la pantalla brillaba el nombre "Diego".

Mi corazón dio un vuelco. Sabía que no debía, pero mis manos se movieron por su cuenta. Tomé el teléfono y deslicé el dedo para contestar. No dije nada.

"¿Sofí?", sonó la voz de Diego, adormilada y demasiado íntima. "¿Ya estás despierta, preciosa? Anoche me dejaste con ganas de más. ¿Lista para nuestro viaje a la playa? Monterrey puede esperar, ¿no crees? Tengo todo reservado en Zihuatanejo, en el hotel que te gusta".

Silencio. El único sonido era el agua corriendo en la ducha y el latido de mi propia sangre en mis oídos.

"¿Sofía? ¿Estás ahí?", insistió Diego.

Colgué.

Dejé el teléfono exactamente donde estaba. La verdad ya no era una sospecha, era una certeza brutal y absoluta. No iba a Monterrey por negocios. Iba a encontrarse con él.

Una calma gélida se apoderó de mí. La ira y el dolor se transformaron en una determinación fría. Ya no iba a esconderme. Iba a ver esto hasta el final.

Cuando Sofía salió del baño, envuelta en una toalla y con el pelo mojado, yo ya estaba de pie y vistiéndome.

"¿Ya te sientes mejor, mi amor?", preguntó, sonriendo.

"Mucho mejor", respondí, mi voz sorprendentemente firme. "Tanto que he decidido acompañarte. Iré contigo a ese evento de la revista 'Estilo'. No puedo dejar que mi hermosa esposa vaya sola".

La sorpresa en su rostro fue evidente, un parpadeo de pánico en sus ojos que duró menos de un segundo.

"¡Pero, Miguel! Creí que te sentías mal. Además, es un evento aburrido, pura gente de la moda. Te vas a morir de aburrimiento".

"No importa", insistí, terminando de abrocharme la camisa. "Quiero ir. Es nuestro aniversario, después de todo. Deberíamos celebrarlo".

No pudo negarse sin levantar sospechas. Vi cómo su mente trabajaba a toda velocidad, recalculando sus planes.

"Está bien, mi amor", dijo finalmente, con una sonrisa forzada. "Me encantará que vengas".

Mientras se vestía, mis ojos se posaron en su cuello. Llevaba puesto el collar de constelaciones que le acababa de regalar. Lo tocaba constantemente, un gesto que antes me habría parecido tierno y que ahora me resultaba obsceno. Estaba usando mi amor como un adorno para su traición.

Mientras la esperaba en la sala, noté que una de las patas de la mesa de centro de caoba estaba rota. La madera estaba astillada, como si alguien la hubiera pateado con fuerza. Recordé que anoche no estaba así. La imagen de ellos dos, aquí, en nuestra propia sala, me golpeó con fuerza.

Cuando bajamos al estacionamiento, abrí la puerta de su camioneta para ella, como siempre. Al hacerlo, vi algo brillando en el tapete del copiloto. Un arete. El par del que había encontrado en nuestra habitación.

Lo recogí y se lo mostré.

"Mira, Sofía. El otro arete de tu hermano. Debió habérsele caído aquí también".

Ella palideció.

"Qué raro", tartamudeó. "Debe ser... debe ser de Ana. Sí, mi amiga Ana. La llevé el otro día y se le debe haber caído. Ya sabes cómo es ella con sus piercings".

Ana, su amiga, era una mujer conservadora que no usaría un arete así ni en un millón de años. Sofía ni siquiera se esforzaba por hacer que sus mentiras fueran creíbles.

Llegamos al evento. Era un jardín elegante en Las Lomas, lleno de gente guapa y vestida a la última moda. Apenas entramos, vi a Diego. Estaba en un rincón, riendo a carcajadas con una modelo rubia y delgada. La tenía agarrada por la cintura, su mano peligrosamente cerca de su trasero.

Al lado de ellos, observando la escena con una copa de champaña en la mano, estaba Sofía. Su sonrisa era tensa, sus nudillos blancos alrededor de la copa. No estaba celosa por amor, lo vi en sus ojos. Estaba celosa porque su juguete estaba jugando con otra persona. Su posesión estaba fuera de su control. Era la furia de una reina cuyo bufón había encontrado a otra corte que entretener.

Y yo estaba allí, en medio de todo, un espectador en la demolición de mi propia vida.

            
            

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