Una noche, estaba en la habitación de Antonio, esperando a que saliera de la ducha. Su laptop estaba abierta sobre el escritorio. Una notificación de chat apareció en la pantalla. Era de uno de sus compañeros de banda.
-Güey, ¿sigues con tu jueguito con la protegida? ¿No te cansas de fingir?
Valeria se quedó helada. La sangre se le heló en las venas.
Con manos temblorosas, se desplazó hacia arriba en el historial del chat.
-No está tan mal -había escrito Antonio unas semanas antes-. Es fácil de manejar. Unas cuantas palabras dulces, una canción triste, y se derrite. Cualquier cosa para mantenerla alejada de Damián y Sofía. No puedo dejar que les arruine esto a ellos.
Otro mensaje: -Sofía se veía tan feliz hoy. Mientras ella sea feliz, puedo soportar a Valeria un poco más. No es como si realmente la estuviera tocando. Solo lo suficiente para mantenerla enganchada.
Las palabras se volvieron borrosas. Cada caricia tierna, cada "te amo" susurrado, cada momento compartido... todo era una mentira. Una actuación cuidadosamente construida. No la estaba protegiendo a ella. Estaba protegiendo a Sofía. La mujer con la que su hermano estaba comprometido. La mujer de la que Antonio estaba secreta y obsesivamente enamorado.
Había usado su dolor, su vulnerabilidad, su amor. La había convertido en un peón en su propio juego retorcido de amor no correspondido.
Una oleada de náuseas la invadió. Se tambaleó hacia atrás, alejándose de la laptop, un sollozo ahogado escapando de sus labios. Había sido traicionada. No una, sino dos veces. Por dos hermanos.
La puerta del dormitorio se abrió. Antonio estaba allí, con una toalla alrededor de la cintura y una sonrisa en el rostro. La sonrisa se desvaneció cuando vio su expresión.
-¿Valeria? ¿Qué pasa?
Vio la laptop abierta, la ventana del chat, y su rostro se puso pálido. Sabía que lo habían descubierto.
El beso fue desesperado, con sabor a pasta de dientes de menta y el leve y amargo olor a alcohol en su aliento. Era un olor que Valeria no había notado antes. Había estado bebiendo.
Su mente, agudizada por la claridad fresca y brutal de su traición, reaccionó al instante. Esto no era un beso de pasión o amor. Era un acto de posesión, un intento frenético de reafirmar el control.
Sus manos se levantaron y empujaron contra su pecho. Fuerte.
-Suéltame.
Antonio retrocedió, con genuina sorpresa en su rostro. Estaba acostumbrado a que ella fuera dócil, ansiosa.
-¿Valeria? Nena, ¿qué pasa? -Intentó atraerla de nuevo, su voz bajando al tono suave y persuasivo que usaba tan bien-. ¿Es por lo que leíste? No es lo que parece. Puedo explicarlo.
Sus palabras eran veneno. Cada sílaba era una mentira que ahora podía ver con dolorosa claridad.
-Sigues pensando en él, ¿verdad? -La expresión de Antonio cambió, la preocupación fabricada se agrió en algo feo cuando ella no se derritió de inmediato-. Damián. Eso es. Estás usando esto como excusa porque estás molesta de que se vaya a casar.
Su agarre en sus brazos se apretó, sus dedos hundiéndose en su piel. El músico gentil había desaparecido, reemplazado por un hombre cuyo carisma era un velo delgado para una ira oscura y posesiva.
-No importa -dijo Valeria, su voz plana y fría-. Deja de fingir que te importa.
-¿Fingir? -Se rió, un sonido áspero y sin humor-. ¡Yo fui el que estuvo aquí para ti! ¡Yo fui el que recogió los pedazos después de que él te rompiera el corazón!
No entendía. Pensaba que sus palabras eran sobre Damián. Su ego no podía concebir ninguna otra razón para su rechazo.
-¡Te di todo! -gruñó, su rostro cerca del de ella.
La agarró, empujándola hacia la cama. La fuerza del golpe le quitó el aliento.
Antes de que pudiera reaccionar, él se cernía sobre ella, su peso inmovilizándola. Rasgó el cuello de su vestido, la sencilla tela azul rompiéndose con un sonido que resonó con el desgarro de sus últimas ilusiones.
Sus ojos estaban desorbitados, llenos de una mirada desesperada y hambrienta que nunca antes había visto.
-¿Por qué sigues tan obsesionada con él? -exigió, su voz un gruñido bajo-. Estoy aquí. Yo soy el que te ama. ¿Por qué no puedes verlo?
La humillación y un miedo frío y agudo la invadieron. Luchó, empujando sus hombros, pero él era demasiado fuerte.
-Antonio, para -dijo ella, su voz firme-. No quiero esto.
Su rechazo solo pareció alimentar su rabia. Estaba borracho, enojado y fuera de control.
-Eres mía, Valeria -siseó, su boca chocando contra la de ella de nuevo, una ráfaga de besos húmedos y agresivos que la hicieron sentir como si se estuviera ahogando.
Luego comenzó a hablar, sus palabras una confesión rota y arrastrada contra su piel.
-¿Por qué él lo tiene todo? Se queda con la empresa... se queda con ella. Es tan perfecta. ¿Por qué no me mira a mí?
Ahora estaba llorando, lágrimas calientes cayendo sobre su mejilla. No le estaba hablando a ella. El "ella" en su súplica desesperada no era Valeria. Era Sofía.
Las piezas encajaron con una velocidad aterradora. Los registros del chat. Su obsesión. Esta exhibición borracha y violenta. Estaba sobre ella, pero en su mente, estaba con Sofía. Estaba representando una fantasía enferma, y Valeria era solo la sustituta.
La frialdad en sus venas se convirtió en hielo. Fue una violación tan profunda que trascendió lo físico.
Con una oleada de adrenalina, levantó la mano y le dio una bofetada en la cara. El sonido fue agudo, impactante en la habitación silenciosa.
Él se congeló, su cabeza girando hacia un lado. La locura en sus ojos parpadeó, reemplazada por una confusión aturdida.
-¿Quién soy yo, Antonio? -preguntó ella, su voz temblando de rabia y una terrible y profunda tristeza-. ¿Con quién crees que estás ahora mismo?
El escozor de la bofetada pareció devolverlo a la sobriedad. Parpadeó, su mirada se aclaró, y por primera vez, pareció verla de verdad. Vio el vestido roto, el terror en sus ojos, la marca roja en su piel donde sus dedos se habían hundido.
Una expresión de horror creciente cruzó su rostro.
-Valeria... yo... lo siento mucho -tartamudeó, apartándose de ella-. No quise... estaba borracho.
Intentó alcanzarla, pero ella se apartó como si él estuviera en llamas.
-Lo siento -suplicó, su voz quebrándose-. Por favor, Valeria. Te amo.
Las palabras ya no tenían sentido, un guion automático del que no podía desviarse.
Se sentó, juntando la tela rota de su vestido. El calor de su presencia era ahora un veneno helado. Estaba temblando, pero su mente estaba extrañamente tranquila. Lo peor había pasado. Ya no había más ilusiones que romper.
-Esas cosas que dijiste -afirmó, su voz firme-. ¿Eran solo tonterías de borracho?
-¡Sí! Por supuesto -dijo, demasiado rápido-. Solo tonterías. Te amo, Valeria. Solo a ti.
Lo miró a los ojos y vio la mentira. Era un buen actor, pero ahora ella conocía el guion. Conocía todas las líneas. Y había terminado de interpretar su papel.
Se levantó, moviéndose hacia la puerta.
-Valeria, espera -rogó él, agarrando su mano-. No te vayas.
Cerró los ojos por un momento, una ola de agotamiento la invadió. Estaba tan cansada de esta casa, de esta familia, de sus juegos. Era hora de terminarlo.