Su esposa indeseada, su verdadero amor
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Capítulo 8

Valeria regresó a la silenciosa mansión Garza. La casa se sentía como un museo de su dolor. Escuchó a la ama de llaves hablando por teléfono, diciéndole a alguien que el señor Damián no volvería a casa esa noche; estaba con la señorita Elizondo. Por supuesto que lo estaba.

Caminó hacia su habitación, con el vestido de novia comprado en una caja grande bajo el brazo. Al cerrar la puerta detrás de ella, un par de brazos la rodearon por la espalda.

El rancio olor a whisky llenó el aire. Antonio.

-Te extrañé -dijo arrastrando las palabras, presionando su rostro en su cuello, tratando de besarla.

-Estoy en mis días -dijo, la mentira saliendo fácilmente. Era la forma más sencilla de quitárselo de encima.

Él se rió, un sonido bajo y borracho. -Solo quiero besarte.

Ella giró la cabeza. -Estoy cansada, Antonio. Quiero dormir.

Él dudó, sus ojos parpadeando con un momento de confusión borracha, luego la soltó. -¿Sigues enojada por lo de hoy? -preguntó-. Sabes que tenemos que fingir que somos hermanos delante de todos. Es nuestro secreto.

Sus mentiras eran tan reflejas, tan arraigadas, que sintió una ola de profundo cansancio. Ambos eran mentirosos. Damián, con sus promesas de un futuro, y Antonio, con su actuación de amor. Un par de hermanos, jugando con su corazón como si fuera un juguete que podían compartir y romper a voluntad.

Estaba harta.

-Tienes razón -dijo, mirándolo directamente a los ojos-. Somos hermano y hermana. No se volverá a malinterpretar.

Él frunció el ceño, sintiendo el cambio en su tono, la finalidad en sus palabras. Su mirada cayó sobre la caja en sus manos.

-¿Qué es eso?

-El vestido de novia -respondió con sinceridad-. Le cayó sangre, así que tuve que comprarlo.

Aceptó la simple explicación sin cuestionarla. Su egocentrismo era un escudo que lo volvía ciego.

Justo en ese momento, sus padres lo llamaron desde abajo. Le dio un beso rápido y distraído en la mejilla y se fue.

Valeria abrió su maleta más grande y colocó cuidadosamente el vestido de novia dentro. Luego, durante los dos días siguientes, desmanteló su vida en esa casa. Empacó lo esencial. Todo lo demás, cada recuerdo, cada regalo, cada último rastro de la chica que había vivido y esperado y amado dentro de esas paredes, lo tiró.

Cuando terminó, su habitación estaba sorprendentemente vacía. Tres maletas estaban junto a la puerta. Eso era todo lo que quedaba de una década.

El día que debía partir hacia Seattle, para casarse con un extraño, era también la lujosa fiesta de cumpleaños de Sofía Elizondo. Los Garza la celebraban en su megayate. Se requería que Valeria asistiera. Una última actuación.

La fiesta fue un evento deslumbrante. El aire zumbaba con champán y chismes.

-Sofía es tan afortunada. Los Garza la adoran.

-¿Viste su anillo? Debe ser de veinte quilates.

Luego, los susurros se volvieron hacia ella.

-Esa es la adoptada, Valeria Ríos.

-Escuché que intentó seducir a ambos hermanos. Qué descarada.

-Mírala, no tiene nada de clase.

Su desdén era un manto familiar. Lo había llevado durante años. Bajó la cabeza y se escabulló del salón principal, buscando refugio en la cubierta abierta.

La fresca brisa marina se sentía limpia. Miró el agua oscura y agitada, tratando de respirar.

-Realmente eres increíble, ¿no?

La voz era dulce, pero las palabras eran puro veneno. Era Sofía. Su hermoso rostro estaba torcido en una mueca fea que Valeria nunca antes había visto.

-¿Disculpa? -dijo Valeria, confundida.

-No te hagas la tonta conmigo -escupió Sofía-. ¿Crees que no veo cómo lo miras? ¿Cómo intentas recuperarlo? Te vi en la boutique de novias. Vi la forma en que te miró incluso cuando estaba enojado. Nunca me ha mirado así.

-Sofía, has entendido mal...

-¡No he entendido mal nada! ¡Eres una sanguijuela, una obra de caridad que probó la buena vida y ahora no la sueltas! ¡Te lanzaste a Damián, y cuando eso no funcionó, fuiste por su hermano! ¡Eres asquerosa! ¡Estás arruinando todo!

Su odio era tan repentino, tan intenso, que era abrumador. En ese momento, Sofía agarró los hombros de Valeria y la empujó. Fuerte.

Valeria jadeó, sus pies resbalando en la cubierta resbaladiza. Agitó los brazos, tratando de encontrar el equilibrio, pero fue inútil. La barandilla era aterradoramente baja.

Vio el agua oscura y arremolinada debajo, y un miedo primario se apoderó de ella. Instintivamente se agarró a Sofía, sus dedos hundiéndose en la tela cara de su vestido.

-¡Suéltame! -chilló Sofía, su propio equilibrio comprometido mientras intentaba empujar a Valeria de nuevo.

Se tambalearon en el borde por una fracción de segundo, un enredo grotesco de miedo y odio.

Luego ambas cayeron.

                         

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