Un instante después, Chloie le envió varias fotos más: una cena a la luz de las velas, una selfi frente al espejo de una lujosa suite de hotel.
A Jayde le temblaron ligeramente las yemas de los dedos mientras miraba las imágenes. Respondió, serena, con una sola palabra.
De acuerdo.
Cerró la conversación y, de inmediato, recibió una notificación del grupo de sus compañeros de secundaria. Alguien la había etiquetado. Al entrar, vio que planeaban una fiesta de graduación para el fin de semana.
Lo sopesó. Una vez que se mudara a California, probablemente no regresaría al país con frecuencia, así que aceptó la invitación.
Su respuesta avivó el chat del grupo al instante.
¿Tu hermano sobreprotector, Brendan Maynard, también vendrá a la fiesta?
¿Recuerdas aquella acampada en la que hubo un derrumbe? Tu hermano tomó un vuelo esa misma noche y organizó un equipo de búsqueda para encontrarte en la montaña. Dijo que siempre te acompañaría a donde fueras. Seguro que esta vez también viene, ¿no?
Los mensajes de sus compañeros le trajeron recuerdos de una época en la que se sentía segura y protegida. Pero ahora, esa calidez era como fragmentos de hielo que le perforaban el corazón con cada respiro.
Jayde dejó el teléfono a un lado y respondió con solo tres palabras.
Él no vendrá.
La imagen que sus compañeros tenían de Brendan estaba anclada en el pasado, en los años en que él la consentía en todo. No sabían nada de la confesión que él había rechazado cuando ella tenía diecisiete años, ni que el hombre que había prometido cuidarla ya había encontrado a otra persona a quien proteger.
Esa noche, Jayde tuvo un sueño intranquilo. En él, volvía a tener ocho años y estaba de pie, tímida, junto a la fuente en su primer día en la casa de los Maynard, sin saber qué hacer.
En el sueño, un joven Brendan, con su uniforme escolar de cuadros, la miraba con indiferencia. Luego, se daba la vuelta y se alejaba con su mochila, sin decir una sola palabra.
Se despertó sobresaltada, con el rostro húmedo por las lágrimas que habían empapado la almohada.
Si Brendan hubiera sido así de frío con ella desde el principio, quizá habría comprendido antes la distancia que los separaba.
Pero de nada servía pensar en lo que pudo haber sido. Lo más difícil en este mundo no era carecer de algo, sino haberlo tenido todo y perderlo de la noche a la mañana.
Al levantarse, su mirada se posó en la bolsa de lona que descansaba en un rincón de la habitación, llena de recuerdos. Quedaban trece días. Trece días para marcharse para siempre de aquel lugar.
Quisiera o no, tenía que deshacerse de esos recuerdos. Solo si se liberaba por completo de ellos podría hacer espacio en su corazón.
Jayde respiró hondo, tomó la pesada bolsa y salió de la habitación.
Justo cuando se disponía a bajar las escaleras, vio que Brendan y Chloie Ellis acababan de llegar.
Brendan frunció el ceño al ver la bolsa en su mano. "¿Aún no han empezado las clases? ¿Adónde vas con ese equipaje?"
Jayde apretó con más fuerza la correa de la bolsa. "Voy a vivir en la residencia de estudiantes, así que he empacado algunas cosas que ya no sirven para tirarlas."
Luchó por bajar la pesada bolsa por las escaleras.
Brendan no dijo nada. Se acercó con grandes zancadas, le arrebató la bolsa de las manos y salió. La arrojó sin miramientos al gran contenedor de basura que había junto a la acera.
El estruendo metálico que produjo al caer le encogió el corazón. Si a él le hubiera importado lo más mínimo, habría oído el tintineo de los móviles de viento hechos con conchas del mar Egeo que guardaba dentro.
Lo que él acababa de tirar eran los regalos que le había traído a lo largo de los años, después de cruzar medio mundo para dárselos. Eran también los recuerdos que un día prometieron que nunca olvidarían.
Pero Brendan ni siquiera miró el contenedor. Mantenía la vista fija al frente.
Vas a ir a la universidad de la ciudad. No es necesario que vivas en la residencia. Cuando empiecen las clases, te quedarás en casa. Hablaré con tu tutor.
Su tono no admitía réplica, lo que llenó a Jayde de una mezcla de emociones. Si se hubiera molestado en preguntar a su tutor del instituto, sabría que ella ni siquiera había solicitado plaza en las universidades locales. Había postulado directamente a la Universidad de California en Berkeley, a miles de kilómetros de distancia.
Pero ahora, toda su atención estaba puesta en Chloie Ellis. El futuro de Jayde no le importaba en absoluto.
No importaba. Solo quedaban trece días. Una vez en California, ya no necesitaría su atención.
Con ese pensamiento, se dio la vuelta y subió las escaleras sin decir palabra.
A sus espaldas, escuchó a Chloie preguntar en voz baja: "¿Jayde está molesta porque no vinimos a casa anoche?"
La voz de Brendan sonó gélida. "Ya tiene dieciocho años. Debe aprender a ser independiente. Nadie puede estar a su lado para siempre."
Jayde se detuvo un instante en la escalera y luego siguió subiendo hasta su habitación.
Sí, tenía dieciocho años. No anhelaría el pasado ni se haría ilusiones con el futuro. A partir de ahora, recorrería su propio camino. Sola. Completamente sola.