Mi Hermanastro Adiós a tu Amor Roto
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Capítulo 6 No.6

Jayde Rosario llegó a casa empapada. El cuerpo le pesaba y la somnolencia se apoderaba de ella. Tras una ducha caliente, se desplomó sobre la cama y se quedó dormida al instante.

Llevaba varios días sola en la mansión y comenzaba a acostumbrarse. Dejó de preguntar por el paradero de Brendan Maynard.

La notificación de un mensaje hizo sonar su teléfono. Lo tomó y vio que era de su padre, Farrell Conner: "Querida hija, tu vuelo está programado para las diez de la noche del 25 de agosto. Recuerda llevar todos tus documentos y el material de la universidad. Papá te esperará en el aeropuerto".

Jayde abrió el calendario del teléfono. "Solo siete días para irme de esta casa", murmuró para sí.

En su calendario, para dentro de siete días, tenía una anotación: el cumpleaños de Brendan Maynard.

Quizá su partida era el mejor regalo de cumpleaños que podía darle.

Durante los dos días siguientes, Jayde revisó de nuevo su equipaje para asegurarse de que no le faltaba nada. Después, empaquetó las pertenencias que no podía llevarse y coordinó que pasaran a recogerlas para donarlas.

Justo cuando el repartidor inventariaba los artículos y se preparaba para meterlos en cajas, Brendan regresó.

¿Qué está pasando?, preguntó él, con la mirada fija en las pilas de ropa y libros.

Jayde terminó de rellenar el formulario de donación y le indicó al repartidor que se llevara las bolsas primero. "He organizado una recogida de ropa vieja", respondió ella. "Estoy haciendo limpieza de las cosas que ya no uso".

Su voz sonaba tan serena, tan desprovista de emoción, que Brendan frunció el ceño. Últimamente notaba a Jayde distinta, pero no lograba precisar qué había cambiado en ella. Una extraña sensación crecía en su interior, una especie de vacío que no sabía explicar.

Chloie y yo nos estamos quedando en los Apartamentos Blue Sea, en el centro, dijo él, cambiando de tema. "Es más tranquilo y conveniente para el trabajo".

Jayde solo asintió levemente. Sin duda, los Apartamentos Blue Sea serían un lugar más tranquilo sin ella.

Lo observó mientras recogía algunas cosas suyas y de Chloie, preparándose para irse de nuevo. De forma impulsiva, le preguntó: "Brendan, tu cumpleaños es el próximo viernes, ¿puedo ir?".

Cada año, Jayde le preparaba a Brendan un regalo de cumpleaños con sumo esmero. Este sería el décimo. Diez. Un número perfecto. Quería cerrar el círculo por última vez.

Brendan la protegió durante diez años, y ella quería despedirse de él como es debido.

Ya veremos, fue la respuesta evasiva de Brendan. Hizo rodar la maleta hasta la puerta y se fue.

El golpe sordo de la puerta al cerrarse le oprimió el corazón a Jayde, y sintió cómo se le enrojecían los ojos.

De vuelta en su habitación, abrió por instinto el cajón de la mesilla de noche, buscando las cartas de amor que le había escrito. Estaba vacío. Se había deshecho de aquellas notas, breves pero sinceras. En el fondo solo quedaba un cuaderno de dibujo con las tapas descoloridas.

Jayde sacó con cuidado el viejo cuaderno y lo abrió con delicadeza. Cada una de sus páginas amarillentas contenía un dibujo de Brendan en un momento distinto.

Brendan con su uniforme escolar de cuadros, tomándola de la mano para decirle: "Niña, voy a llevarte a casa".

Brendan en lo más alto del podio, con un trofeo en la mano, colgándole la medalla de oro al cuello mientras le decía: "Niña, eres mi medalla de honor".

Brendan en una cena de gala, sosteniendo una copa de vino con aire de absoluta seguridad, enviándole a su mesa una rosa sin espinas y diciéndole: "Niña, las rosas necesitan tiempo para florecer. Esperaré a que crezcas".

Cada dibujo era un recuerdo grabado a fuego en su memoria.

Pero ya nada de eso importaba. Arrancaría esos recuerdos de su corazón, poco a poco.

Pasó a la última página del cuaderno. Estaba en blanco. Recordó que cada año, para el cumpleaños de Brendan, dibujaba en secreto una imagen de los dos. Y este año, pensó, no sería la excepción.

Solo que esta vez, los protagonistas del dibujo serían Brendan y Chloie Ellis.

Y esta vez, de verdad, les deseaba lo mejor.

Dibujó con esmero, trazo a trazo, y no se detuvo hasta el atardecer.

Fue entonces cuando escuchó el sonido de una llave en la cerradura de la puerta principal.

Jayde salió al salón y vio a Brendan entrar tambaleándose. Despedía un fuerte olor a alcohol.

¿Por qué bebiste tanto, Brendan?, preguntó, y al verlo tan inestable, se apresuró a sostenerlo.

Brendan se apoyó pesadamente en ella y su mano grande se posó en su cintura como por instinto. El intenso aroma a alcohol, mezclado con su familiar colonia amaderada, le inundó los sentidos.

Jayde se quedó inmóvil. Quiso retroceder, crear una distancia entre ellos, pero al instante siguiente, Brendan la estrechó con fuerza contra su cuerpo.

Su mano inquieta se deslizó bajo la ropa de ella y sus labios ardientes, impulsados por el alcohol, se estamparon con fuerza en los suyos.

            
            

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