Ella tenía dieciséis años, esa edad en que la inocencia y la ambición se cruzan en una intersección peligrosa. La observaba mientras ella me lanzaba una mirada fugaz, como buscando aprobación, aunque siempre supo que en este juego yo llevaba las cartas. Martina era el ancla que me mantenía cuerda, la cómplice silenciosa en un mar de máscaras y mentiras que nos envolvía a todos.
-¿Crees que va a ser fácil, Clara? -me preguntó, bajando la revista con un gesto que pretendía ser casual.
Sonreí, ladeando la cabeza, fingiendo que la pregunta era ingenua.
-Fácil no es la palabra. Pero el juego se juega con las cartas que te reparten, y a nosotros nos dieron un as de espadas.
Ella rió, esa risa adolescente que aún no ha sido mancillada por la traición o la decepción profunda.
Los días se deslizaban con la monotonía aparente de los preparativos: vestidos que debían encajar con la precisión de un traje sastre, flores que se marchitaban sin tiempo a desplegar su fragancia completa, y ensayos interminables donde las sonrisas se congelaban en el rostro de quienes sabían demasiado y decían poco.
Martina y yo nos movíamos entre esas horas con una coreografía ensayada: por fuera, dos hermanas emocionadas por una boda que prometía cambiar nuestras vidas; por dentro, dos estrategas analizando cada gesto, cada mirada, cada susurro.
-¿Y, Nicolo? -preguntó de repente Martina, sin levantar la vista de la revista, pero con la voz cargada de curiosidad contenida.
Sabía a quién se refería, claro. Nicolo, el hermano mayor, siempre presente en las reuniones familiares, con esa sonrisa afilada y la mirada que parecía atravesarte y desnudar tus intenciones. Un hombre que parecía guardar un océano oscuro bajo la superficie tranquila de su fachada.
-Nicolo es... una variable difícil de descifrar -respondí, escogiendo mis palabras con cuidado-. No es fácil acercarse a él, y eso lo hace aún más interesante. Debemos tener cuidado con él.
Martina me miró entonces, con esa mezcla de admiración y algo que podría llamarse miedo.
-¿Crees que él estará de nuestro lado cuando todo esto pase?
Fue una pregunta demasiado sincera para ser lanzada tan libremente en un lugar donde los secretos eran moneda corriente. Pero la verdad es que necesitaba oírla, y necesitaba que ella supiera que podía confiar en mí, que este no era un camino solitario.
-Lo que importa es que nosotras sepamos hacia dónde vamos -le contesté, tomando su mano y apretándole con suavidad-. Lo demás son solo piezas en el tablero. No nos dejemos intimidar.
Nos separamos un momento, mientras nos alistamos para bajar al salón, y el sonido distante del piano de Marco, mi prometido, llegó hasta nosotras como un hilo invisible que ataba a toda la familia a un ritmo único y controlado. Marco tenía esa manera de tocar que hacía que todo pareciera una escena sacada de una película antigua, llena de glamour y secretos escondidos detrás de cada acorde.
Sin embargo, algo en su expresión cuando levantaba la vista hacia la ventana me resultaba frío, inaccesible, como si estuviera ahí, pero no del todo presente. No podía evitar sentir una mezcla de frustración y deseo reprimido cada vez que él se acercaba. Era como un fuego que no terminaba de prender, una tensión sutil que quemaba bajo la piel.
Los ensayos interdiarios se habían convertido en una rutina de miradas robadas, gestos controlados y palabras que decían más de lo que callaban. A veces, en esos silencios pesados, me preguntaba en qué demonios me había metido. Pero luego recordaba el premio, y la respuesta volvía con fuerza.
Cuando Martina y yo nos retiramos a nuestro cuarto, el sonido lejano de la voz de Marco y los murmullos de los sirvientes se mezclaban con nuestros susurros.
-¿Crees que Marco sabe algo que nosotras no? -preguntó ella esa noche, mientras repasamos los últimos detalles del evento.
-No lo sé -admití, con un dejo de ironía-. Pero si lo sabe, no lo está mostrando. Eso es un arma de doble filo.
Martina asintió, mordiendo el labio inferior.
-A veces, siento que esta familia guarda más secretos de los que podemos imaginar.
Una sombra cruzó mi mirada mientras una ola de náuseas me subía por la garganta. No era solo la comida o el calor sofocante del verano italiano, sino esa mezcla inquietante de deseo y peligro que me hacía sentir viva y vulnerable al mismo tiempo.
Aquella noche, mientras me preparaba para dormir, una imagen se coló entre los fragmentos rotos de mi memoria: una discusión breve y acalorada que presencié entre Marco y Nicolo, voces alzadas en la penumbra, palabras que se perdían en la oscuridad. No podía recordar todo, pero el peso de ese momento me dejó sin aliento.
Sabía que, aunque aún no entendía la magnitud, algo me ocultan.
El aire en la habitación se volvía más denso, me costaba conciliar el sueño, como si cada palabra entre nosotras añadiera peso a un secreto que apenas comenzábamos a comprender. Martina, con sus ojos grandes y esa mezcla de inocencia y determinación, parecía un ancla y una tormenta al mismo tiempo. Sentada frente a mí, el aroma a jazmín del jardín entraba por la ventana, mezclados con el tenue olor a café frío que habíamos dejado en la mesa.
-¿Sabes? -susurró, bajando la voz como si temiera que las paredes tuvieran oídos-. Anoche escuché a Marco y Nicolo discutir. No pude entender mucho, pero la voz de Marco sonaba... diferente, como si estuviera asustado o molesto de verdad.
Mi pecho se tensó. No quise confesarle que yo los vi, que sabía de lo que me hablaba. La información que Martina traía era una llave que abría una puerta a un cuarto oscuro y prohibido. No podía dejar que esa verdad saliera sin control. Pero ella era útil, demasiado útil para que la asustara. No quise que se preocupara sin necesidad.
-¿Y qué te hizo pensar eso? -pregunté, fingiendo interés casual.
Martina me miró fijamente, con la expresión de alguien que sabía más de lo que dejaba escapar.
-No sé, Clara. Fue la manera en que Nicolo lo interrumpió, casi como si quisiera silenciarlo. Y Marco, en lugar de pelear, se calló, algo que nunca había visto antes.
La voz se me rompió un poco, el sudor frío me cubrió la espalda. Respiré hondo, intentando controlar el temblor en mis manos.
-Eso no es nuestro problema -dije, aunque mis palabras sonaban vacías-. Lo importante es que estemos aquí y sepamos qué hacer. Tú me ayudas y todo saldrá bien.
Martina asintió, con una sonrisa que no alcanzaba completar. En ese instante, sentí que la complicidad entre nosotras se afianzaba, una red invisible tejida con secretos, ambiciones y miedo.
Pero la sombra de Nicolo y Marco se extendía sobre la casa, y sabía que no tardaría en envolvernos a ambas.