Me acerqué con paso lento, midiendo cada palabra que iba a pronunciar. Sabía que la curiosidad era mi mejor arma, pero también podía ser mi mayor trampa. Disfruto verte fuera de lugar, me habría gustado decirle, pero mi voz, en cambio, se quedó muda. Supongo que mi cara lo dijo todo.
Cuando colgó, tardó un instante en notarme. Me lanzó una sonrisa que pretendía ser natural, pero no logró borrar la sorpresa en sus ojos.
-Nada importante -dijo, apurando la frase como si quisiera cerrar un capítulo que estaba empezando a escribirse.
No lo creí.
Aquel silencio suyo, el aire cargado que dejó en el ambiente, me decía que había más. Siempre hay más.
La tensión entre nosotros comenzó a aumentar. Los ensayos para la boda, que deberían ser momentos de calma y organización, se convirtieron en un juego peligroso donde cada palabra no dicha pesaba más que mil confesiones. Apenas las miradas evasivas dejaban ver lo incómodo de la situación.
Marco era encantador cuando quería, un galán en su traje perfectamente ajustado, pero había una distancia que ni siquiera la mejor de mis intenciones podía atravesar. Se protegía a toda hora del día, al menos delante de nosotras.
Durante una de esas tardes, mientras ajustaba el velo que Martina me ayudaba a colocar, en la prueba del vestido, Marco apareció con una bandeja de vinos en la mano. Con pasos silenciosos pero firmes. La habitación estaba llena de aromas intensos, era un olor que me habría gustado asociar a algo cálido, pero solo me provocaba nervios.
-¿Sabes? -empezó sin mirarme, como si buscara bajar la tensión entre los dos-. Hace años hice un viaje que cambió muchas cosas. No te lo he contado porque... no es sencillo de explicar.
Quise preguntar más, pero su mirada se clavó en la mía con una advertencia no verbal que paralizó mi lengua.
-No quiero que malinterpretes -continuó, con esa voz baja que prometía secretos y amenazas a partes iguales-. No todo lo que parece importante tiene que serlo para ti.
Sentí que me daba la espalda. Era una distancia emocional que cortaba el aire entre nosotros. Era obvio que estaba obligado por su familia a aceptar nuestro compromiso.
Mi frustración se mezclaba con algo más oscuro: una curiosidad insaciable y la certeza de que si no desenredaba ese misterio pronto, mis planes podrían desmoronarse. No podía dejar escapar esta oportunidad de escalar en la sociedad, no tenía otra opción, sería mi fin.
Flashbacks intermitentes me invadieron, fragmentos de conversaciones con Martina y los comentarios velados del sastre que había mencionado "ajustes muy particulares" en el traje de Marco. ¿Qué ajustes? ¿Qué secretos ocultaba esa perfección?
La llamada internacional que escuché al pasar cerca de la biblioteca, conversaciones rápidas en un idioma que no logré entender, me daban vueltas en la cabeza. Todo era parte de un rompecabezas que aún no sabía armar.
Marco no solo me evitaba, sino que parecía proteger algo que temía. Incluso más que perder su posición o su familia. ¿Y si la verdad era tan terrible que nadie se atrevía a nombrarla? ¿Y si nunca me enteraba?
Esa noche, en la habitación que compartía con Martina, me giré hacia la ventana, dejando que la oscuridad me envolviera. El perfume de la viña húmeda se colaba por la rendija, mezclados con el sudor frío de mis manos.
Pensé en el futuro que había imaginado. Un futuro dorado, envuelto en joyas y fiestas interminables, donde todo lo que tenía que hacer era mantener la apariencia.
Pero los obstáculos comenzaron a mostrarse y, debajo de esa superficie brillante, la verdad me esperaba, afilada y cruel.
-No te equivoques -me susurré-. Esto no es solo un juego de poder. Es una guerra de voluntades, y tú no vas a perder.
La mañana siguiente, las horas fueron un desfile de gestos calculados y palabras medidas. Marco apareció en la sala con esa sonrisa impecable que parecía diseñada para borrar cualquier duda, pero en sus ojos había algo que no encajaba. Una sombra que se movía con cada movimiento, un tic casi imperceptible en la comisura de sus labios.
Trataba de mantener la compostura, pero la fragilidad se le escapaba en pequeños detalles: el modo en que evitaba mirarme directamente cuando hablábamos de la boda, la manera en que sus manos se crispaban al sostener la copa de vino, el suspiro ahogado cuando alguien mencionaba la infancia. La mirada esquiva de su madre.
-¿Podemos ver fotos de tu infancia? -pregunté una tarde mientras revisamos juntos el diseño del pastel de boda. Esperaba que cediera y me mostrara el álbum familiar; sin embargo, sus ojos se iluminaron, vi un destello fugaz de molestia.
-Prefiero no ocuparme de eso ahora -respondió con rapidez, dejando a un lado el folleto que sostenía en sus manos.
Aquella reacción fue un disparo directo a mi curiosidad. ¿Qué había en esas fotos que Marco no quería que viera?
En la cocina, Martina me susurró que había escuchado a dos empleados discutir en voz baja sobre el viaje que Marco hizo años atrás, el que él no quería recordar. La voz de mi hermana temblaba un poco, mezcla de miedo e intriga.
Pero lo que más me desconcertaba era la distancia creciente entre Marco y Nicolo. En los pocos momentos en que se cruzaban, la tensión era evidente, en cada mirada y en cada palabra contenida.
Esa noche, al acostarme, repasé cada instante, cada gesto, cada silencio. La certeza me quemaba en el pecho: había algo que Marco estaba ocultando, algo que no solo amenazaba mi boda, sino todo el equilibrio de aquella familia. Fuese lo que fuese, nada iba a impedir que yo acabara siendo la señora de esa familia.
Y mientras la oscuridad me envolvía, una pregunta giraba sin descanso en mi mente:
¿Qué haría cuando la verdad, inevitable y cruel, golpeara a la puerta?