Sus esposas, su traición, su redención
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Capítulo 4

El hospital se convirtió en el escenario de una gran tragedia, con Damián como único espectador de aquel ensayo general. Desde la distancia observó cómo trasladaban a Karla para someterla a las pruebas de compatibilidad, mientras Daniela y Jimena eran llevadas a la sala de donación, con las mangas recogidas, listas para entregar su sangre por su caballero caído.

Los resultados llegaron con una rapidez sorprendente: Karla era la candidata perfecta.

Una enfermera salió apresurada con un portapapeles y anunció: "Señorita de la Torre, la compatibilidad está confirmada; podemos proceder, pero necesitamos que firme los formularios de consentimiento, ¿está al tanto de los riesgos de una cirugía mayor?". Ella ni siquiera leyó los documentos, agarró el lapicero y, con un trazo decidido, estampó su firma. "Solo sálvenlo", ordenó, con una voz temblorosa, pero firme.

La prepararon de inmediato para la operación, y su expresión se convirtió en un rostro de sacrificio decidido. Cuando la conducían hacia el quirófano, el cirujano la detuvo para añadir: "Señorita de la Torre, una cosa más; la presión arterial del paciente es inestable y nos estamos quedando sin su tipo de sangre; las donaciones de sus amigas ayudaron, pero es probable que necesitemos más durante el procedimiento".

Daniela y Jimena, aún pálidas tras haber terminado sus propias donaciones, inmediatamente dieron un paso adelante.

"Tomen más de nosotras", exclamó Daniela. "No nos importa", agregó Jimena. "Solo manténganlo con vida".

Una enfermera las miró con preocupación. "Ambas ya han donado la cantidad máxima recomendada; dar más podría poner en riesgo su salud".

Daniela cortó la objeción con un tono implacable: "Dije, tómenla".

Las llevaron nuevamente a la sala de donación, entregadas a una devoción tan hermosa como peligrosa.

Desde las sombras de una alcoba al final del pasillo, Damián presenció toda la escena con un vacío profundo y helado en el pecho. Estaba reviviendo, paso a paso, lo ocurrido en su vida anterior; así fue como ellas murieron por Javier: no con una explosión, sino con una serie de elecciones deliberadas y sacrificiales, que las fueron consumiendo hasta quedar sin nada.

Finalmente, lo comprendió. No podía competir, porque Javier no era un rival, era una religión; y ellas eran sus seguidoras más devotas.

¿Cómo se lucha contra un dios?

No podía. Una sensación de alivio, fría y cortante, lo invadió. Tenía suerte; en esta vida, había escogido apartarse antes de que se hiciera el primer sacrificio, era libre.

Horas después, la luz del quirófano se apagó y el cirujano salió con el rostro cansado pero triunfante.

"La cirugía fue un éxito", informó a las expectantes Daniela y Jimena. "El trasplante funcionó y el señor Cienfuegos se recuperará por completo; ustedes también están bien, aunque deberán descansar y rehidratarse, fueron muy valientes".

Las jóvenes se derrumbaron entre sollozos de alivio. Entonces, el médico notó la presencia de Damián, que acababa de salir de las sombras. "Y usted debe ser el señor Garza, sus amigas aquí... Son increíblemente leales".

El hombre esbozó una sonrisa vacía y respondió con calma: "Lo son, pero no son mis amigas".

Sus palabras fueron suaves, pero sonaron como un veredicto final. Daniela y Jimena lo miraron confundidas.

"¿Qué quieres decir?", preguntó Daniela.

"Quiero decir que no tengo relación alguna con ninguna de ustedes", replicó con voz desprovista de emoción. "Deberían llamar a sus familias; ellas querrán estar enteradas de su condición".

Luego se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

"¡Damián, espera!", lo llamó Karla con voz débil y aturdida, desde una camilla de recuperación que trasladaban en ese momento; lo había oído, pero él no se detuvo ni giró el rostro.

Mientras avanzaba hacia la salida, alcanzó a oír los susurros de dos enfermeras en su puesto: "¿Puedes creerlo? Esas tres hermosas herederas, dispuestas a morir por ese tipo mientras que su prometido, el señor Garza, simplemente se queda ahí como un bloque de hielo". La otra respondió: "Es evidente a quién aman de verdad; pobre prometido, no tiene ninguna oportunidad".

Damián se detuvo en las puertas de vidrio de la entrada del hospital y observó su reflejo: pálido, agotado, pero erguido. Dejó escapar una risa amarga y pensó: "Pobre prometido, no tiene ni idea".

Empujó la puerta y salió al aire fresco de la noche, dejando atrás el drama, los sacrificios y todo el maldito mundo tóxico. Condujo de regreso a casa, con el dolor de su brazo latiendo como un recordatorio de lo real. Allí, sus padres lo esperaban despiertos, con los rostros tensos por la preocupación.

"¡Damián, tu brazo! ¿Qué te ocurrió?", exclamó su madre, corriendo a su lado.

"Un pequeño accidente", respondió él, apartando suavemente su brazo del toque de ella. "Estoy bien, los médicos ya me atendieron". No tenía intención de decirles la verdad; jamás lo entenderían.

"Nos enteramos de lo sucedido en el hospital", dijo su padre con expresión sombría. "Los de la Torre llamaron, Karla se sometió a una cirugía".

"Lo sé", contestó él. Sus padres intercambiaron una mirada, esperando alguna explicación, alguna señal de emoción, pero nunca llegó.

Su madre cambió de tema y le entregó una pesada mancuernilla de platino con forma de una 'C' estilizada. "Los Cantú enviaron su sello familiar; la alianza ha sido aceptada formalmente".

"Perfecto", dijo Damián mientras la tomaba. Luego, su padre agregó: "Los Pérez y los Ponce también han estado llamando insistentemente, quieren saber cuándo harás pública tu decisión; aún confían en que escojas a una de ellas".

"Yo me encargaré", replicó él con tono plano. Miró la mancuernilla en su mano: sólida, fría, real; una promesa de un futuro basado en la lógica, no en la ilusión traicionera del amor.

Al día siguiente, ordenó a su asistente preparar tres cajas idénticas. Dentro de cada una, colocó las reliquias que las familias de la Torre, Pérez y Ponce habían enviado como propuestas de matrimonio; acompañó cada obsequio con una simple tarjeta mecanografiada que decía: "Gracias por su consideración, la familia Garza ha elegido otra alianza".

Instruyó al mensajero para que las entregara dentro de dos días.

Al regresar a la hacienda esa noche, encontró a Karla, Daniela y Jimena esperándolo en el salón; lucían exhaustas y pálidas, aunque estaban vestidas impecablemente. Habían traído regalos costosos y considerados, destinados a calmar su ego.

"Damián", comenzó Karla con voz suave y conciliadora, "queríamos disculparnos; estuvimos... fuera de lugar en el hospital, estábamos tan preocupadas por Javier que no pensábamos con claridad".

Estaban tratando de arreglar las cosas, no porque se preocuparan por él, sino porque su estrategia para proteger a Javier dependía de que una de ellas se convirtiera en su esposa. Podía percibir el cálculo en sus miradas; la actuación estaba a punto de comenzar otra vez.

Y Damián ya no estaba interesado en ser espectador de esa obra.

            
            

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