Capítulo 8 ¿Era ella la señora Bailey

La actitud de Marian irradiaba dulzura y gentileza, aunque cada gesto y sonrisa suya llevaba un toque de seducción. Captivaba a los hombres presentes, despertando en ellos el deseo de interactuar con ella.

Con una copa de vino en la mano, Marian se mezclaba sin esfuerzo con los hombres, mostrando unas notables habilidades sociales.

De hecho, parecía muy hábil en ello.

"Señor Burton, un brindis por usted", ofreció.

"Señor Riley, permítame rellenar su copa".

"Señor Aston, ¿le gustaría tomar algo juntos?"

La actuación de Marian fue bien recibida por los jefes.

Mientras servía el vino, Elwood Riley, otro cliente de Rogelio, rozó su mano y comentó: "Qué suave es su mano".

Conteniendo su repulsión, Marian esbozó una sonrisa. "Señor Riley, disfrute de su bebida con calma".

Con eso, retiró su mano con tacto, se dio la vuelta y se alejó.

Desde su asiento, Rogelio observaba a Marian de cerca, su silencio enmascarando su insatisfacción.

Se movía como una mariposa, ligera y grácil, su risa melodiosa resonando por toda la sala.

¡Este resultado estaba completamente fuera de las expectativas de Rogelio!

En su imaginación, Marian estaría temblando y asustada, pálida. La había visualizado siendo completamente inepta y débil, necesitando protección.

Sin embargo... ¡La había subestimado enormemente!

Rogelio apretó el vaso con fuerza mientras lo golpeaba sobre la mesa.

El ruido atrajo la atención de todos hacia él.

"Bueno... Vaya", comentó impasible.

"Señor Bailey, ¿está molesto?" Marian se le acercó, continuando, "Lo siento. No compartí una copa con usted. ¿Puedo proponerle un brindis, señor Bailey?"

Al inclinarse para servir el vino, el escote de su vestido deslizante bajó, revelando un poco de su pecho. Una mirada casual reveló su figura atractiva a Rogelio.

Su manzana de Adán se movió, un calor inexplicable lo invadió.

Sin embargo, no podía culparla. ¡Fue él quien la obligó a usar ese vestido! "Marian".

La voz de Rogelio bajó mientras ella le entregaba el vino. "Me has impresionado de verdad".

"Señor Bailey, simplemente sigo sus instrucciones. Estoy decidida a no traicionar su confianza. Me aseguraré de que cada cliente esté bien atendido".

"Excelente, muy impresionante", comentó, levantando una ceja ligeramente. "Debes resistir hasta el final".

Marian asintió afirmativamente. "Lo haré".

Levantando la cabeza, se bebió el vino de un solo trago. Unas gotas resbalaron por sus labios y goteaban en la comisura de su boca.

En ese momento, el aroma del vino se perdió en ella. Su garganta ardía, sofocando sus sentidos y casi despojándola de su sentido del gusto.

Sin darse cuenta de sí misma... se había vuelto bastante seductora en ese estado.

Rogelio apartó la mirada fríamente. Esta mujer era innegablemente seductora.

Sin embargo, nunca permitiría que sus encantos lo cautivaran.

Después de que Marian dejó el vaso a un lado, su visión se nubló al ser vencida por el mareo.

Nunca había sido una gran bebedora, y consumir varias copas de manera consecutiva le pasó factura, dejándola ligeramente mareada.

Sin embargo, no podía permitirse colapsar.

Al dar un par de pasos, tambaleó y perdió el equilibrio, cayendo de lado.

Aprovechando la oportunidad, Jayson Aston, otro cliente, que estaba sentado a su lado, extendió la mano para agarrar su cintura, comentando juguetonamente, "¡Vaya, hermosa, parece que te lanzas a mis brazos!"

Su comentario provocó risas entre los demás.

Jayson, de complexión baja y robusta, con una apariencia poco atractiva.

"Señor Aston, usted bromea", respondió Marian. "Solo perdí el equilibrio".

Intentando levantarse, Marian se encontró atrapada por el agarre de Jayson, su insistencia la obligó a acomodarse en su regazo.

"¿A dónde vas con tanta prisa? Quédate aquí. Vamos. ¡Sigamos bebiendo!"

Jayson le pasó una botella entera de vino, sus ojos brillaban con malicia.

Marian negó con la cabeza, declinando. "Lo siento, señor Aston. No puedo beber más... Si sigo, podría enfermarme".

Sufriendo de malestar en su estómago, luchaba por concentrarse en su entorno.

La urgencia de encontrar un baño y aliviarse de su malestar iba en aumento.

La expresión de Jayson cambió. Preguntó, "¿Qué? ¿No puedes beber más? ¡Qué decepción!" "Yo... necesito usar el baño", tartamudeó Marian, tratando de apaciguarlo.

"Prometo que beberé con usted cuando regrese".

"¡De ninguna manera! ¡Bébetelo ahora mismo! Hay tantos ojos sobre nosotros. ¡No me humilles!"

El tono de Jayson se volvió áspero, su descontento evidente.

Marian persistió en su reticencia. "Señor Aston, definitivamente beberé. Pero yo..." "¡Basta de excusas!" Jayson explotó.

"No eres alguien tan especial. ¿Tu objetivo no es atrapar a un hombre rico? ¡Beber conmigo debería ser un honor para ti!" Obligó la botella en su mano a la boca de Marian mientras usaba su otra mano para tocar inapropiadamente su pecho.

Marian se apartó, intentando evadir su toque.

Sin embargo, ¿cómo podría escapar del agarre de un hombre de doscientas libras?

Desesperada, agarró la botella y la balanceó, rompiéndola contra la cabeza de Jayson.

¡Clap!

Un crujido agudo resonó.

La botella se rompió tan pronto como golpeó la frente de Jayson, y la sangre brotó de inmediato.

"¡Ah! ¡Maldita!" Gritó Jayson. "¿Te atreves a golpearme? ¿Quieres morir?"

Los pensamientos de Marian eran un torbellino.

En ese momento, solo una realización la golpeó con claridad: había cometido un grave error.

Rogelio le había encargado atender a sus clientes, ¡y ella acababa de romperle la cabeza a uno!

Dejando de lado si la familia Chapman podría salvarse, su propio destino pendía de un hilo.

La mano de Jayson se retiró, lista para golpearla en la cara. La amenazó. "Hoy te daré una lección, ¡maldita!"

Observó cómo su mano se acercaba a su rostro, la sensación de la brisa acariciando los finos mechones de cabello cerca de su oreja.

Sin embargo...

Justo cuando su mano se acercaba, una voz fría intervino, "¿Cómo te atreves a ponerle la mano encima?"

Aunque la voz de Rogelio era medida, la mano de Jayson se congeló en el aire, su confianza tambaleándose. No se atrevió a continuar.

"Señor Bailey... Señor Bailey, esta mujer es bastante indisciplinada. Permítame darle una lección, para que aprenda algo de modales", replicó Jayson.

Con los brazos cruzados, Rogelio se reclinó en su silla y cuestionó, "¿Quieres darle una lección a mi esposa?" ¿Qué?

La sala cayó en silencio, marcada por jadeos de incredulidad.

Entonces, esta joven... ¿era la señora Bailey?

Al escuchar sus palabras, Marian miró a Rogelio con total incredulidad.

¿Cómo podía revelar su identidad tan casualmente? ¿En qué estaba pensando?

¿Era algún tipo de acto encomiable llevar a su esposa a beber con sus clientes?

Rogelio sostuvo su mirada, sus ojos inquebrantables, mientras se dirigía a ella. "Cariño, ¿te has divertido? Es hora de ir a casa".

Otra ronda de asombro barrió a la multitud.

Alguien murmuró, "Los intereses de la señora Bailey son... realmente únicos".

Una sonrisa irónica se dibujó en las comisuras de los labios de Marian.

Rogelio había dominado el arte de eludir la responsabilidad.

Levantándose elegantemente de su asiento, Rogelio tomó su muñeca y la atrajo hacia su abrazo. En un solo movimiento suave, se quitó la chaqueta del traje y la colocó sobre sus hombros, cubriendo su figura por completo.

Parecía decidido a evitar que alguien vislumbrara su apariencia.

Nadie tendría siquiera la oportunidad de otra mirada.

Jayson, todavía aturdido, tartamudeó, "Yo... yo..." "¿Qué mano usaste para tocarla hace un momento?"

La voz de Rogelio era cortante, su mirada penetrante.

"Yo... yo..." Jayson vaciló bajo el escrutinio.

La mirada de Rogelio se clavó en Jayson con intensidad. "¿No puedes responder? Entonces quizás deberías perder ambas manos".

"¡Señor Bailey! No tenía idea de que ella era la señora Bailey. Mi error. Estoy en falta. Por favor, perdóneme esta vez. Nunca me atreveré a repetir este comportamiento..." Jayson suplicó.

"Es demasiado tarde", declaró Rogelio.

Con eso, Rogelio tomó los hombros de Marian y la guió fuera de la sala.

Mientras la puerta se cerraba tras ellos, los gritos desesperados de Jayson resonaban por el corredor.

Un sudor frío brotó en la espalda de Marian.

¿Qué sería de ella?

Durante la reunión, había reemplazado discretamente una parte significativa del vino con agua, pero aún había consumido algo. Sus acciones sin duda impactarían al bebé que crecía dentro de ella.

Si Rogelio decidía castigarla más tarde... las consecuencias podrían ser terribles. Un miedo insoportable la devoraba, el temor de perder a su hijo no nacido.