«¿Qué le habrá dicho el médico? ¿Por qué no me ha querido contar lo que hablaron?», se preguntaba ella, sin quitar la mirada de su hija, que no le devolvía la cara.
«¿Será que estoy peor? ¿Me iré a morir pronto? Dios mío, protege a mi hija, sabes que no tiene familia cercana que le ayude», reflexionó.
Entretanto, Abril seguía observando los valles, ríos y montañas que podía divisar desde esta carretera, recordando sus primeros años de vida. Ella nació y creció en esta provincia de La Puerta, donde incluso comenzó su carrera de Recursos Humanos en la universidad pública.
«Siempre me ha llamado la atención la gran belleza de mi pueblo, mi ciudad, es única», analizó, estremeciéndose al sentir el clima fresco y agradable, ideal para actividades al aire libre.
-¡Valparaíso! ¡La Puerta! -Vociferaban las personas que recorrían a pie el terminal de autobuses de la ciudad, donde entraba el bus en ese momento.
Una vez que el autobús se detuvo, todos los pasajeros, hablando entre ellos, bajaban del mismo, haciendo demasiado ruido, lo que molestaba a la madre de Abril, quien sentía un fuerte dolor de cabeza.
-¿Cómo te sientes, mamá? -Interrogó la bella joven preocupada por su madre.
-¡Pues bien! Un poco cansada, mija. Aunque, con un fuerte dolor de cabeza -respondió en su dialecto, propio del lugar.
-¡Lo siento, mami! -Comentó su hija- ¡Gracias al Creador que ya llegamos! ¡Vamos! -Animó.
»Madre, cuando llegues a casa te acuestas y descansas un rato.
(***)
Abril, al revisar su bolsa, contó el dinero que llevaba y buscó otro autobús para volver a casa. Cuando llegaron a su residencia, su madre, ya en la cama, le preguntó con susto...
-¿Qué te ha dicho el médico? ¿Por qué no hablas conmigo? -Exigió ella, asustada y temblorosa, quebrándose la voz.
-¡Me propuso un trato para operarte! -Mencionó su hija, por fin, soltando una bocanada de aire.
»Según me comentó el doctor, su sobrina tiene problemas para tener hijos. Así, que me propuso alquilar mi vientre. Obvio, siempre y cuando esté apta para ello. Él, cubrirá todos los gastos de tu operación e incluso buscará al donante de riñón», confesó la joven, sin mirar a su madre.
-¡No, no lo voy a permitir! Que arriesgues tu juventud, tu carrera, tu vida por la mía, no es justo. ¡Qué asco de médico! -Pronunció la madre de Abril, con tristeza.
-¡Mamá! ¡No entiendes! ¿De dónde voy a sacar tanto dinero para tu cirugía y para conseguir un riñón? Me ofreció cubrir todos los gastos, incluidos los que surjan después de la operación -aclaró ella, tomando de la mano a su madre.
»¡No me importa, mamita, arriesgar mi carrera! Lo que sea necesario para que sigas viva a mi lado, lo haré. Sobre todo, para que tengas calidad de vida -aseguró la hija.
-¡A mí, sí me importa! -Declaró su madre- ¡Es una barbaridad! ¡No estoy de acuerdo con esa negociación! -Añadió Jenny Rodríguez, enfadada con su hija.
-En todo caso, le pedí unos días para pensar. Voy a hablar con el padrecito, Juan -confesó ella.
-¡Me parece perfecto! Es quien mejor te puede asesorar -aseguró su madre.
Al día siguiente
Abril:
-¡Padre, necesito hablar con usted! -Solicité, al abrir la puerta de la sacristía, donde se encontraba él, leyendo la Biblia.
-¡Pasa, hija! ¿Qué te ocurre? -Me interrogó, esperando como siempre que le contara cualquier cosa que me hubiera ocurrido.
Así fue como me desahogué. El padrecito Juan me explicó que la maternidad subrogada incumplía las obligaciones de amor maternal y no estaba autorizado por la iglesia.
También, me explicó que atentaba contra la fidelidad conyugal. Además, añadió que ofendía la dignidad y el derecho del niño a ser concebido por su propia madre. Para la Iglesia, representa una grave violación de la dignidad de la mujer y del niño, no es lo que Dios quiere.
-Sin embargo, padre, no cuento con recursos ni con personas que me puedan ayudar a resolver el problema de salud de mi madre -afirmé sin pensar en otra solución.
»No estoy dispuesta a dejarme vencer por la muerte, ¡lucharé contra ella! -Repliqué decidida.
-¡Abril, comprendo perfectamente tu situación y lo que estás viviendo con tu madre! ¡Es cruel y duro! Pero, puede que haya otra solución -declaró el sacerdote, quien se levantó de su silla y se acercó a mí.
»¡Que conste! No estoy de acuerdo, sin embargo, respetaré tu decisión -me respondió él, al observar que estaba decidida a hacer lo que fuera por salvar a mi madre.
Esa noche, acostada en un chinchorro en mi humilde habitación, tomé la decisión en beneficio de mi madre. Me levanté, busqué mi bolsa y saqué un pequeño y obsoleto teléfono móvil que solo servía para llamar.
-¡Buenas noches, doctor!
-¡Buenas noches, Abril! Espero que me tengas muy buenas noticias, tanto para tu madre, como para mi sobrina, que es como mi hija -exclamó el médico.
-Sí, doctor. Le llamo precisamente para eso, acepto su propuesta -respondí atropelladamente, para no tener más oportunidades de echarme para atrás.
-¡Genial, Abril! Aparte de ayudar a tu madre, estás ayudando a una familia para que también encuentre su máxima felicidad.
-¿Cuándo nos vemos? ¿Cuándo comienzo con todo esto? -pregunté asustada, aunque decidida, ya había dado el primer paso y no me iba a echar para atrás.
-Ve mañana a las nueve a mi consultorio, para que hablemos con el ginecólogo. Él, te explicará, te dará una charla, te indicará los exámenes y estudios que tienes que hacer -contestó este, con una voz cariñosa y amable.
-¡Muy bien! A esa hora estaré ahí -aseguré.
Al colgar la llamada, estaba petrificada, inmóvil, como si me hubiera quedado de piedra. Apenas me moví, me arrojé sobre mi chinchorro y comencé a llorar para drenar el susto, el miedo, y para renunciar a mis adorados sueños de casarme y ser mamá de mis propios hijos.
Esa noche, mi madre se quejó mucho. Era muy doloroso verla así, quejándose y sufriendo. Tenía las piernas hinchadas por la retención de líquido. También tuvo náuseas y vómitos. Además, tenía calambres en las piernas y los pies.
Gran parte de la noche la pasé a su lado tratando de animarla para que pudiera conciliar el sueño. Estaba convencida de que la única oportunidad de vida para ella, era subrogar mi vientre. No entiendo, porque de repente, mi madre se ha puesto peor.
En Valparaíso
Daniel:
En mi apartamento de soltero, donde a veces me quedaba con Dana, no podía creer lo que me proponía. ¿Cómo era posible que una mujer sana y fértil, prefiriera que otra alumbrara por ella?
-¡Yo quiero tener mis propios hijos de forma normal! -Objeté ante los argumentos de Dana.
-¡No concibo que me obligues a parir tan joven, solo para complacer a tu padre! ¿Es que piensas que soy un animal, un ganado? -Cuestionó ella con su voz gélida y distante.
«¡Tanto tiempo y dinero que invierto en mi cuerpo no lo voy a perder! Y menos aún por complacer los caprichos de un viejo que supuestamente está en las últimas», añadió ella, arrojando su bolsa de mano, sobre la inmensa cama.
-¡No te permito que hables así de mi padre! -Grité, enfadado y fuera de mí.
-Está bien -dijo-. Perdón, no quise decir eso. -Alegó ella, acercándose a mí, mientras se desnudaba. Siempre ha sido así, todo lo consigue seduciéndome con su cuerpo.
-«¡Mi amor! Este niño será tan tuyo como mío. Solo que no lo anidaré en mi propio cuerpo, en mi útero, sino que será fruto de tu espermatozoide y mi óvulo...