-¡Disculpa! -Ofreció el galeno- Te explico el proceso para que lo conozcas: te insertaré una sonda ecográfica con la que visualizaré tus ovarios y folículos guiándome por la ecografía.
»La aguja de aspiración que va conectada a la sonda aspira el líquido folicular que contiene tus óvulos y los transfiero a tubos de ensayo. Estos los llevo al laboratorio para identificarlos y preparar los ovocitos y así llevar a cabo la inseminación, con el espermatozoide de tu pareja.
»Esto es rápido. Luego, te vas a la misma habitación en donde está Daniel y te quedas allí unos treinta minutos, mientras culmina el efecto de la sedación. Te recuperarás rápidamente y te irás a casa.
Y así fue. Una hora después, Dana y Daniel salían de la clínica acompañados de su tío, quien tropezó con Abril en el estacionamiento.
A Daniel, le llamó poderosamente la atención el porte de la joven, una morena muy bella, con su cabello rojo, que parecía natural, ondulado y con unos impactantes ojos de color miel. Y del cuerpo, ni que decir, tenía curvas muy pronunciadas.
Para Dana, todo lo contrario: se veía vulgar y común. Por encima de la ropa, se percibía su condición humilde. Seguramente había sido conquistada por su tío, que tenía fama de mujeriego. Obviamente, no le hizo ninguna gracia la forma en que la miró Daniel.
-Dr. Robinson, ¿cómo está? -Saludó ella, con una sonrisa algo nerviosa.
Él, para evitar cualquier atisbo de familiaridad entre ellos, la despidió de inmediato...
-¡Hola, hija! ¡Ve rápido! -Samuel me ha dicho que te esperaba hoy para hacer otras pruebas -comentó él, despidiéndose con un gesto de la mano y continuando su camino hasta el vehículo alquilado, que los esperaba.
-¡Gracias, doctor! -Contestó ella, y avanzó a pasos ligeros.
(***)
Ese mismo día, el doctor Samuel recibió a Abril, la preparó y, en su mismo consultorio, la sedó para llevar a cabo el implante del embrión. La dejó en observación por unos cuarenta minutos en su consultorio. Cuando se recuperó, él mismo la llevó a casa de su madre, quien estaba angustiada por no saber de su hija.
(***)
Catorce días después del implante, el ginecólogo llamó de nuevo a Abril para hacerle una prueba de embarazo. Hasta ese momento, ella no había presentado síntomas de embarazo.
Abril:
«¡Es raro! No siento ningún síntoma que evidencie que estoy embarazada»
«Sólo estos fuertes cólicos, que no me dejan vida», pensé al colgar. Siguiendo las instrucciones del doctor, me vestí y salí rápidamente hacia la clínica, para hacerme la prueba...
Ocho meses después...
El narrador:
-¡Mamá, mamá! -Gritaba Abril, asustada, con contracciones fuertes, constantes y muy dolorosas. Ella, estaba de pie, apoyándose en el marco de la puerta de entrada al baño, en una de las habitaciones de la hacienda del doctor Robinson, donde fue hospedada desde hace meses.
-¡Mija! ¿Qué pasa? -Preguntó en su dialecto, su madre, asombrada por el grito tan desgarrador de Abril. Ella, observó la barriga descendida de su hija, presumiendo que había llegado la hora del parto.
-¡Mamá, no aguanto! ¡Me duele, me duele mucho! -Gritó ella llorando, con las manos en la parte inferior del abdomen, bañada en sudor.
-¿Por qué no me avisaste antes? -Reclamó angustiada su madre- Voy a llamar al doctor Samuel -afirmó, moviéndose con agilidad.
-¡Ya viene en camino! -Anunció Abril-. Pero siento que no aguanto este dolor, mamita. -Exclamó-. ¡No me dejes sola! ¡Me duele! -Agregó.
Su mamá, quien se había recuperado totalmente de la cirugía del trasplante de riñón que le habían realizado unos meses atrás, le abrazó y le masajeó la parte baja de la espalda.
-¡No sabes cuánto me duele verte sufrir así! -Enfatizó su madre, agobiada por su hija y por lo que tuvo que hacer para que ella pudiera seguir viviendo...
(***)
Dos horas después...
El doctor Robinson llamó a su querida sobrina y le dio la buena noticia.
-¡Dana, hija! -Exclamó él- Tu hijo acaba de nacer, así que puedes preparar tu regreso a Valparaíso. No obstante, necesito que vengas de una vez a La Puerta para registrar al niño. Obviamente, debe venir también Daniel -ordenó este.
-¡Gracias, tío! -Celebró, ella emocionada.
-Ya le aviso a Daniel -contestó, sonriendo. Por fin se librará de la petición de él, de que le dé un hijo.
-¡Hija! La chica me ha pedido otra fuerte suma de dinero, para entregarme el niño, así que habla con tu marido y prepara todo para complacer a esta -añadió Robinson.
-¡Tu tranquilo, tío! Que con solo saber que ya el niño nació, soltará la cantidad que sea -respondió ella, encogiendo sus hombros.
Así fue como Daniel y Dana llegaron a La Puerta, en búsqueda del bebé, aunque él, predispuesto y enojado, al reconocer que la chica se estaba aprovechando de la situación. Este, volvió a depositar en la cuenta de Robinson el monto solicitado.
Unos minutos después, recibieron a su primogénito en sus manos. Entretanto, Abril escondida y desde lejos, en la hacienda del doctor Robinson, observó de perfil a la pareja. Ellos, eran legal y biológicamente, los padres del niño que acababa de traer al mundo.
Abril:
De pie, en la terraza.
Sentí una fuerte presión, un dolor inmenso en el pecho, al tener que desprenderme del bebé. Era hermoso, de piel clara con su cabello como el mío. Aunque no era mi hijo, creo que se parece a mí. Los nueve meses que lo llevé en mi vientre lo sentí como mío y lo amé.
«Al menos, lo pude amamantar por una única vez», pensé con tristeza. Sentí en ese momento, que había un vínculo entre nosotros y experimenté unas ganas inmensas de quedarme con él.
«¡Dios mío! Siento que una parte de mí, se va con él», reflexioné, llorando, abrazada a mi madre, que me había seguido.
-¡Tranquila, hija! Tú superarás esto -me aseguró ella-. El tiempo será tu mejor aliado y podrás pasar la página -me dijo mamá, quien también lloró conmigo al despedirse del niño.
-Vamos a la habitación. -No debiste levantarte, aún estás débil -me consoló, abrazándome.
-Solo quería verlo por última vez -alegué, llorando y desviando de nuevo la mirada hacia la sala, donde se encontraban todos reunidos.
-¿Abril? ¿Qué haces aquí? -Gruñó el doctor Robinson, llamándome la atención y tomándome con rudeza por el brazo-. Te advertí que no debías salir de la habitación sin mi permiso, igual que tu madre -reprochó con enfado.
De la impresión, primero por el susto y segundo por su actitud hacia mí, no pude responder, solo lloré en silencio, mientras dejaba correr mis lágrimas. Mi madre, como siempre solidaria y apoyándome, contestó.
-¡Debe comprender el estado en que ella se encuentra! Además, después del parto, las mujeres somos más sensibles emocionalmente, así que le agradeceré que no la grite -espetó.
-¡Disculpe, señora Jenny! -Excusó él, exponiendo sus alegatos-. Es la situación que estamos viviendo, deseo que comprendan que esto, también me afecta directamente -alegó.
Mi madre y yo, no hicimos más comentarios, nos alejamos y nos encerramos en la habitación, donde permanecimos hasta que me recuperé por completo.
Después de mi recuperación, no volví a tener contacto con el doctor Robinson, salvo por el chequeo constante de mi madre tras el trasplante de riñón. Posteriormente, nos mudamos a Valparaíso, la capital.