Amor por contrato, corazón en deuda
img img Amor por contrato, corazón en deuda img Capítulo 7 El Peso de las Apariencias
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Capítulo 10 El Primer Asalto img
Capítulo 11 El Primer Día de Clase img
Capítulo 12 Bajo la Lupa del León img
Capítulo 13 El Punto Ciego img
Capítulo 14 El Primer Asalto Simulado img
Capítulo 15 Bajo el Microscopio img
Capítulo 16 El Punto de Quiebre img
Capítulo 17 El Arquitecto de la Experiencia img
Capítulo 18 Forjado en Acero img
Capítulo 19 La Calma que Precede a la Tormenta img
Capítulo 20 El Tablero img
Capítulo 21 El Asedio img
Capítulo 22 El Precio de la Fe img
Capítulo 23 Jaque al Rey img
Capítulo 24 Sin Máscaras img
Capítulo 25 Victoria Pírrica img
Capítulo 26 La Invitación Inesperada img
Capítulo 27 El Vestido de Guerra img
Capítulo 28 Llegada a la Mansión Blackwood img
Capítulo 29 Miradas que Delatan img
Capítulo 30 La Cena img
Capítulo 31 Confesiones en el Jardín img
Capítulo 32 El Regalo Envenenado img
Capítulo 33 La Alianza Ocultada img
Capítulo 34 El Regreso a Casa img
Capítulo 35 Semillas de una Nueva Guerra img
Capítulo 36 La Sombra se Cierne img
Capítulo 37 La Semilla del Autosabotaje img
Capítulo 38 El Refugio Inesperado img
Capítulo 39 La Confesión Peligrosa img
Capítulo 40 La Retirada Defensiva img
Capítulo 41 El Espejo de Sebastian img
Capítulo 42 El Silencio Incómodo img
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Capítulo 7 El Peso de las Apariencias

La revelación silenciosa de la noche anterior cargó el aire de Blackwood Manor con una electricidad distinta. Olivia desayunaba, no en el comedor principal, sino en el pequeño solárium oriente, cuando Alexander entró. No era un cruce fortuito. Su presencia, a esa hora y en ese lugar, era deliberada.

-Hoy nos trasladamos a la suite del piso superior del hospital -anunció sin preámbulos, sirviéndose café-. Mi abuelo ha empeorado. Los médicos creen que es cuestión de días. Quizás horas.

La noticia le golpeó en el estómago. No por Alistair, a quien apenas conocía, sino por lo que significaba. El final del juego se acercaba, y con él, la incertidumbre.

-Lo siento -murmuró, y esta vez no era parte del guion.

Alexander la miró, evaluando su sinceridad. -Necesitamos intensificar la farsa. A partir de ahora, viviremos allí. La familia estará yendo y viniendo constantemente. No puede haber ningún desliz.

-Entiendo.

-No, no lo entiende -su voz era cortante-. Mi tío Charles, el padre de Sebastian, ha llegado desde Londres. Es el mayor accionista después de mí y de mi abuelo. Es... un hombre de convicciones antiguas. Y no me favorece.

Olivia asintió. Otra pieza en el tablero. Otra persona a la que engañar.

La suite del hospital era aún más opresiva que la mansión. El olor a antiséptico era más fuerte, la luz más clínica, y la sombra de la muerte, palpable. Alistair yacía en la cama, conectado a más máquinas, su respiración un hilillo tenue. Alexander se instaló en un rincón con su portátil, una fortaleza de productividad en medio del dolor. Olivia se sentó junto a la cama, tomando la mano fría y paperosa del anciano. No era una actuación. Era un gesto humano instintivo.

Las visitas comenzaron a llegar. Primero fue Beatrice, con más pasteles que condolencia, sus ojos escudriñando cada detalle de la pareja. Luego, Sebastian, con una corbata negra que parecía una burla. Pero la prueba de fuego llegó con Charles Vance.

Era un hombre como un acantilado, alto, ancho, con una mirada que despojaba capas. No sonrió. Saludó a su sobrino con un frío "Alexander" y luego dirigió su atención a Olivia.

-Así que esta es la afortunada -dijo, su voz un retumbo grave-. Beatrice me habló de usted. Dice que es... encantadora.

-Señor Vance -Olivia se levantó, ofreciendo una mano que él estrechó con una fuerza que rayaba en lo intimidatorio.

-Charles, por favor. Al fin y al cabo, casi somos familia -sus ojos, del mismo gris que los de Alexander pero sin ningún atisbo de su profundidad, la escudriñaron-. Cuénteme, Olivia, ¿cómo soporta usted a este sobrino mío? Dicen que es bastante... intenso.

Era la misma pregunta que Beatrice, pero envenenada con ácido. Olivia sintió la mirada de Alexander clavada en su nuca.

-La intensidad de Alexander es lo que más admiro de él -respondió, manteniendo la calma-. Es un hombre que sabe lo que quiere y no se detiene hasta conseguirlo. Es... inspirador.

Charles emitió un sonido que no era una risa. -¿Inspirador? Qué término más curioso. La mayoría de la gente encuentra su... determinación, algo aterradora. Casi despiadada. -Su mirada se desvió hacia Alexander-. Como su padre.

La tensión en la habitación se espesó hasta hacerse casi sólida. Alexander no levantó la vista de su portátil, pero sus nudillos estaban blancos.

-Creo que la comparación es injusta -intervino Olivia, sintiendo que debía defenderlo, aunque solo fuera para proteger su propia inversión-. Alexander tiene un corazón. Lo demuestra cada día con su abuelo.

Charles la miró con un interés renovado, como si un insecto hubiera empezado a hablar. -¿Cree conocer su corazón, niña? Es un territorio peligroso. Inexplorado, diría yo.

La tarde se deslizó en un torbellino de visitas y condolencias vacías. Olivia era la novia devota, la futura nuera consoladora. Sonreía, asentía, ofrecía palabras de consuelo. Pero por dentro, se sentía como un animal acorralado. Cada mirada de la familia Vance era un examen, cada pregunta, una trampa.

Al caer la noche, la mayoría se había ido. Solo ellos y una enfermera permanecían en la suite. Alexander se acercó a la ventana, mirando la ciudad que empezaba a encender sus luces. Olivia se sentó junto a Alistair, cuya respiración se había vuelto más irregular.

De repente, la mano del anciano se agitó. Sus ojos, velados por la morfina, se abrieron un instante y se clavaron en ella.

-Elaine... -susurró, su voz un hilillo de aire.

Olivia se quedó helada. Elaine. El nombre de su madre. Lo había leído en el dosier.

-No, abuelo. Soy Olivia -dijo suavemente.

Los ojos de Alistair parecieron enfocarse por un momento. -Tienes... su luz. Él... él la apagó. No dejes... que apague la tuya.

El aire se le cortó. Antes de que pudiera responder, Alistair había vuelto a sumirse en un sueño intranquilo. Olivia alzó la vista y encontró la mirada de Alexander. Lo había oído todo. Su expresión era indescifrable, una máscara de granito, pero en sus ojos ardía una tormenta silenciosa.

Se acercó a la cama. -Necesita descansar -dijo, su voz extrañamente áspera-. Venga. Salgamos un momento.

La guio fuera de la suite, hacia un balcón privado que daba a un jardín interior del hospital. La noche era fría, el aire, un bálsamo después del ambiente cargado de la habitación.

-Lo siento -dijo Olivia-. No sé por qué me confundió...

-No fue una confusión -la interrumpió Alexander. Se apoyó en la barandilla, evitando su mirada-. Usted... en cierto ángulo, con esta luz... se parece un poco a ella.

Era la primera vez que admitía algo así. La primera vez que rompía la Regla Cero por su propia voluntad.

-¿Era... era muy diferente a mí? -preguntó Olivia, conteniendo el aliento.

Alexander cerró los ojos un instante. -Era... como una sonata de Chopin. Bella, melancólica y quebradiza. Mi padre era un martillo. -Abrió los ojos y la miró, y por primera vez, Olivia vio el dolor sin filtros-. Él no la apagó, señorita Green. Ella se apagó a sí misma. Porque no podía soportar vivir en la jaula que él le había construido. Esta jaula.

Olivia sintió que el mundo se detenía. Comprendió entonces que la advertencia de Beatrice no era una exageración. La casa, esta vida, había devorado a su madre. Y Alexander, el hombre que había construido muros más altos que nadie, lo había presenciado.

-Por eso... -susurró-. Por eso todo esto. No es solo por la empresa. Es por no repetir su historia. Por demostrar que puedes tener una vida estable sin... sin caer en eso.

-Es por el control -rectificó él, pero su voz carecía de su firmeza habitual-. Para demostrar que puedo evitar el caos. Que puedo elegir una compañía sin el riesgo de que... -se interrumpió, como si hubiera dicho demasiado.

-¿De que te desorganice? -terminó ella en un susurro, recordando su palabra de la cocina.

Sus ojos grises se clavaron en los de ella, sorprendidos, vulnerables. Asintió, casi imperceptiblemente.

En ese momento, desde la suite, sonó una alarma aguda. La luz tenue se volvió roja. La puerta se abrió de golpe y la enfermera asomó la cabeza, su rostro grave.

-Señor Vance... es el momento.

Alexander se irguió, y en un segundo, la máscara volvió a su lugar. El hombre vulnerable desapareció, reemplazado por el heredero de piedra. Pero antes de entrar, se volvió hacia Olivia.

-Quédate a mi lado -dijo. No era una orden de su jefe. Era la petición de un hombre que se enfrentaba al abismo.

Olivia asintió y entró con él. La última imagen que Alistair Vance vio en este mundo fue la de su nieto de una mano, y la de la mujer que creía su futura nuera de la otra, una farsa perfecta que le ofrecía el único consuelo que podía darle: la ilusión de un amor que perduraba más allá de la muerte. Y cuando su respiración se detuvo, Olivia no supo si la lágrima que cayó por su mejilla era por el anciano que se iba, por el hombre a su lado que cargaba con un dolor tan antiguo, o por el terrible peso de saber que, en algún momento, la línea entre su actuación y su humanidad se había borrado para siempre.

            
            

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