Al bajar las escaleras, encontró a Alexander esperándola en el gran vestíbulo. Él también se había alejado del luto tradicional. Llevaba un traje de un gris oscuro, casi carbón, con una corbata de seda del mismo azul que su vestido. El mensaje era inconfundible: eran un equipo, una unidad.
-Está lista -afirmó él, y esta vez no era una evaluación, era un reconocimiento.
-Lo estoy -respondió ella, y tomó el brazo que él le ofrecía.
El comedor principal de Blackwood Manor nunca se había sentido tan hostil. La larga mesa de caoba brillaba bajo la luz de la araña de cristal, reflejando los rostros serios de los Vance. Beatrice, con un negro severo que la hacía parecer un cuervo. Sebastian, jugueteando con su copa de vino, una sonrisa burlona en sus labios. Y Charles, al otro extremo de la mesa, presidiendo la comida con la autoridad de quien cree que el trono le pertenece.
La cena comenzó con un silencio pesado, roto solo por el tintineo de los cubiertos. Fue Charles quien habló primero, su voz un retumbo que no pretendía consolar.
-Una pérdida terrible para la familia. Alistair era la roca sobre la que todo se sostenía. Ahora... -dejó la frase en el aire, cargada de implicaciones-. Ahora toca ver si los pilares que quedan pueden soportar el peso.
Alexander no se inmutó. Tomó un sorbo de agua. -Los pilares están firmes, tío. El legado de mi abuelo está en buenas manos.
-¿Oh, sí? -Sebastian no pudo contenerse-. Porque desde donde yo me siento, parece que todo es un poco... inestable. Un imperio heredado de la noche a la mañana, un matrimonio... igual de repentino. La bolsa detesta la incertidumbre, primo.
Olivia sintió que todos los ojos se posaban sobre ella. Era el momento. Dejó su tenedor suavemente y sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos pero que estaba llena de una calma impasible.
-La verdadera fortaleza, Sebastian, no se mide en la calma, sino en la tormenta -dijo, su voz clara y serena cortando la tensión-. Alexander y yo nos encontramos en un momento de cambio en nuestras vidas, es cierto. Pero elegimos construir nuestra estabilidad juntos, precisamente porque sabemos lo que se avecinaba. No es repentino. Es deliberado.
Alexander deslizó su mano sobre la de ella en la mesa, un gesto de apoyo que, por primera vez, no le pareció falso. -Mi esposa tiene razón. Algunos buscan la comodidad en la tradición. Nosotros encontramos nuestra fuerza en nuestra unión.
Beatrice no podía quedarse fuera. -Es tan conmovedor ver cómo se apoyan -dijo, con su dulzura envenenada-. Aunque debe ser tan difícil, querida, para una mujer con una vida tan... independiente como la tuya, adaptarse de repente a las rígidas expectativas de esta familia. Esta casa puede ser tan fría...
Olivia giró la cabeza hacia Beatrice, manteniendo la sonrisa. -El calor, tía Beatrice, no depende de las paredes que te rodean, sino de la persona con la que las compartes. Yo no siento el frío. -Volvió a mirar a Alexander, y esta vez permitió que su mirada se suavizara, que se llenara de una calidez que había estado practicando pero que, en ese momento, sintió de forma extrañamente genuina-. He encontrado mi hogar.
La declaración, tan simple y tan poderosa, surtió efecto. Charles la observaba con una nueva intensidad, como si reevaluara a la "historiadora del arte de Boston". Sebastian parecía frustrado, sin un ángulo por el que atacar. Beatrice se quedó sin palabras, solo un leve parpadeo traicionó su sorpresa.
El resto de la cena fue una batalla de sutilezas. Cada comentario pasivo-agresivo de la familia era desarmado por la unidad inquebrantable que presentaban Alexander y Olivia. Él la apoyaba, ella lo respaldaba. Se miraban en los momentos adecuados, susurraban palabras que parecían íntimas, creaban una burbuja a su alrededor que era imposible de penetrar.
Cuando por fin se levantaron de la mesa, la victoria era palpable, aunque frágil.
-Subiré a nuestra habitación -dijo Olivia en voz lo suficientemente alta como para que los demás la oyeran, reforzando la fachada de intimidad conyugal.
Alexander asintió. -No tardaré.
Al llegar a la puerta de su suite, lejos de las miradas curiosas, la fachada se desvaneció. Olivia se apoyó contra la pared, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Alexander se detuvo frente a ella, y en el silencio del pasillo, su respiración era el único sonido.
-Lo hizo bien -dijo él, su voz baja. No dijo "aceptable" o "adecuado". Dijo "bien".
-Eran como hienas -murmuró ella, cerrando los ojos por un momento.
-Sí. Y usted les mostró los dientes -respondió él-. Charles no la subestimará de nuevo. Se dio cuenta de que no es solo una decoración.
Olivia abrió los ojos y lo miró. A la tenue luz del pasillo, la línea entre Alexander Vance, el jefe, y Alexander, el hombre que luchaba por su legado, era tan delgada como nunca.
-¿Y usted? -preguntó, repitiendo la pregunta del coche, pero con un significado completamente nuevo-. ¿Sigue sin estar convencido?
Él sostuvo su mirada por un largo momento, y Olivia vio cómo la respuesta se formaba en sus ojos antes de que sus labios se movieran. No era un sí, pero ya no era un no rotundo. Era una grieta, una duda, un reconocimiento.
-El jurado aún delibera, señorita Green -dijo finalmente, pero su voz carecía de la frialdad habitual. Sonaba casi... a juego.
Antes de que ella pudiera responder, dio media vuelta y se dirigió hacia su propia suite, dejándola sola en el pasillo, con el eco de sus palabras y el latido acelerado de su propio corazón como única compañía. La batalla había terminado por esa noche. Habían ganado la primera escaramuza. Pero la guerra por el control de Vance Enterprises, y quizás por algo más, acababa de comenzar.