Al día siguiente, Robert Thorne llegó con una carpeta nueva bajo el brazo y una expresión aún más grave de lo habitual. No fue a la biblioteca, sino al pequeño salón donde Olivia solía desayunar. Alexander ya estaba allí, de pie frente a la chimenea, con una taza de café en la mano.
-Buenos días, señorita Green -saludó Thorne con su formalidad característica-. El señor Vance. Los eventos de anoche han... acelerado el calendario.
-¿Acelerado? -preguntó Olivia, sirviéndose una taza de té. Sus manos ya no temblaban.
-La familia no se retirará -explicó Alexander, sin volverse-. Anoche fue una prueba de fuerza. Ahora viene la guerra de desgaste. Thorne.
El abogado asintió y abrió la carpeta. -Tenemos tres eventos críticos en las próximas tres semanas. Cada uno es un campo de batalla potencial. Primero, la Gala Anual de la Fundación Vance para las Artes. Es el evento benéfico más importante del año. Toda la alta sociedad de Nueva York estará allí, incluidos los principales accionistas. Segundo, la reunión trimestral de accionistas, donde el señor Vance debe dar la cara como el nuevo presidente, con usted a su lado, como un pilar de estabilidad. Y tercero... -Thorne hizo una pausa dramática-. La cena de aniversario de boda de Charles y Eleanor Vance.
Olivia casi se atraganta con su té. -¿La de nuestro mayor detractor? ¿Tenemos que ir?
-Es precisamente por eso que debemos ir -intervino Alexander, girándose por fin-. No asistir sería interpretado como miedo o debilidad. Debemos ir, sonreír, brindar por su felicidad y demostrar que nuestro 'matrimonio' puede soportar incluso la hipocresía de celebrar el de ellos.
-Las reglas han cambiado, señorita Green -añadió Thorne-. Ya no se trata sólo de parecer una pareja creíble. Se trata de proyectar una unión tan sólida, tan impenetrable, que ni los dardos más envenenados de Beatrice o las insinuaciones de Sebastian puedan afectarla. Deben ser la pareja más envidiada de la habitación.
Olivia asimiló la información. Era como si hubieran pasado de actuar en una obra de teatro a protagonizar una película de espías de alto riesgo.
-Entiendo -dijo, poniendo su taza en el platillo con un clic definitivo-. ¿Cuál es el plan?
Las siguientes horas fueron una inmersión intensiva. Thorne desplegó perfiles de los asistentes clave a la gala: qué periodistas serían hostiles, qué viudas ricas buscarían chismes, qué rivales empresariales intentarían provocar a Alexander.
-El señor Henderson, de Henderson Industries, intentará sacarlo de quicio hablando de la última adquisición -advirtió Thorne-. No puede mostrar irritación. Debe sonreír, restar importancia y luego girarse hacia usted con una mirada de complicidad, como si compartieran un chiste privado.
-¿Y qué chiste privado compartimos? -preguntó Olivia, arqueando una ceja.
-Eso es lo de menos -dijo Alexander-. La clave es la ilusión de intimidad. La sensación de que tenemos un mundo aparte del que ellos no forman parte.
Era una estrategia brillante y despiadada. Cada mirada, cada sonrisa, cada toque casual, debía estar calculado para transmitir ese mensaje: Somos un equipo. Estamos por encima de ustedes.
Por la tarde, Madame Dubois llegó para una sesión de "protocolo de combate". Ya no se trataba de cómo sostener la copa, sino de cómo moverse por una sala llena de tiburones.
-La entrada a la gala -instruyó la mujer, con su voz como seda rasgada-. No lleguen juntos, pero tampoco separados. El señor Vance debe entrar primero, saludar a los anfitriones. Usted, señorita Green, llega sesenta segundos después. Él la ve a través de la multitud, su expresión cambia... se suaviza, se ilumina. Cruza la habitación hacia usted, le toma la mano, la guía. Es el momento de la reclamación pública. Les muestra a todos que, aunque él es el rey, usted es su reina.
Olivia practicó esa mirada, esa sonrisa ligeramente tímida pero feliz que debía florecer en su rostro cuando Alexander se acercara. Practicó cómo inclinar la cabeza hacia su hombro cuando él le susurrara al oído, cómo reír de una manera que pareciera genuina y no forzada.
Esa noche, cenaron solos en el comedor. La tensión de la mañana había dado paso a un extraño compañerismo. Eran dos generales planeando una campaña.
-Thorne me dijo que Henderson es tu punto débil -comentó Olivia, partiendo un trozo de pan-. ¿Por qué?
Alexander dejó el tenedor. -Porque fue la primera gran empresa que adquirí después de la muerte de mi padre. La compra fue... agresiva. Muchos la llamaron despiadada. Henderson perdió no sólo su empresa, sino gran parte de su fortuna. Es un rencor personal.
-Y va a intentar desquitarse contigo atacándome a mí -dedujo ella.
-Es previsible. Intentará halagarla, tal vez coquetear levemente, para ver si puede sacarle una reacción que me irrite.
-Pues no la tendrá -declaró Olivia con una calma que la sorprendió a sí misma-. Si se me acerca, seré educada pero fría. Y en el momento en que se vaya, me giraré hacia ti y te sonreiré, como si lo que haya dicho fuera tan insignificante que ni siquiera merece ser repetido.
Alexander la miró, y en sus ojos no había evaluación, sino algo parecido al respeto.
-Eso... funcionará -concedió.
-Claro que funcionará -respondió ella, tomando un sorbo de vino-. Porque no es una actuación. Es una estrategia. Y al final, eso es lo único que tu familia entiende, ¿verdad? Poder y estrategia.
Una sonrisa casi imperceptible, una mueca rápida que no llegó a sus ojos pero que era real, cruzó el rostro de Alexander.
-Está aprendiendo, señorita Green. Está aprendiendo rápido.
Cuando Olivia subió a su habitación, no se sintió agotada por el esfuerzo de la actuación. Se sintió... energizada. Desafiada. Por primera vez desde que había firmado ese contrato, no se sentía como una marioneta. Se sentía como una jugadora. Un peón, quizás, pero un peón que estaba aprendiendo las reglas del ajedrez y que empezaba a vislumbrar movimientos propios.
Se acercó a la ventana y miró los jardines bañados por la luna. La batalla de la cena había sido por supervivencia. La próxima, la gala, sería por el territorio. Y Olivia, para su propia sorpresa, descubrió que estaba ansiosa por librarla. Alexander Vance le había mostrado el tablero de juego, y ahora ella quería ganar.