Mi equipo de trabajo estalló en aplausos, algunos incluso dando gritos de júbilo antes de que comenzaran a abrazarse entre sí. Era una noticia fantástica, la confirmación de que nuestra empresa no solo era estable, sino que estaba en plena expansión. Un triunfo rotundo para todos.
-Con respecto a Latinoamérica, por ahora solo podrán contar con nuestros zapatos a través de la página web, ya que contamos con envíos internacionales -añadió mi esposo, Thomas, tomando la palabra con su habitual calma y autoridad.
Thomas era la mano derecha del CEO de nuestra empresa, pero debido a la agenda siempre abarrotada del jefe y su preferencia por no pasar mucho tiempo en las oficinas, la verdad es que la mayor parte del trabajo pesado y de la gestión diaria caía sobre mi marido. Me sentía orgullosa de verlo al mando.
-Y bueno, eso es todo por hoy, caballeros. Es hora de descansar y disfrutar de este logro -finalizó Thomas, cerrando la tablet con un sonido seco.
-¿No creen que esto hay que celebrarlo a lo grande? -preguntó Hugo, uno de nuestros socios más entusiastas, con una sonrisa pícara.
-¿Qué tal si vamos todos a cenar? -Thomas me miró, alzando una ceja en una pregunta silenciosa, sabiendo que yo era la organizadora social del grupo. Hice un puchero, sintiendo una punzada de culpa.
-Lo siento, amor. Pero hoy tendremos una salida de chicas por el cumpleaños de Violeta. Un plan que no puedo cancelar.
Thomas sonrió con resignación, ese tipo de sonrisa que solo da un hombre completamente seguro de su posición.
-¿Entonces? ¿Salgamos nosotros? -Mi marido miró a los hombres de la empresa, quienes asintieron de inmediato, el ánimo festivo era palpable-. ¡Es viernes! Ya que las mujeres no nos invitaron a su panorama, entonces hagamos uno nosotros mismos. ¡Una noche de puros negocios y copas!
Reí, sintiendo una ráfaga de cariño por mi esposo y su capacidad para adaptarse a todo. Me acerqué a él para besarle la mejilla, pero Thomas fue más rápido. Pasó su mano por mi cintura con una fuerza cariñosa y me acercó a su cuerpo.
-Te amo. Nos vemos en la noche -murmuró en mi oído, su aliento caliente erizándome la piel, antes de dejar un beso rápido y posesivo en mi cuello-. No llegues muy borracha esta vez.
Muerdo mi labio inferior, sintiéndome avergonzada. Lo decía porque la última vez que salí con las chicas para desahogarnos de un gran cierre de contrato, llegué, admito, un poco demasiado pasada de copas. Había sido divertido, sí, pero el dolor de cabeza del día siguiente fue épico. Ups.
-Tranquilo, amor. Esta vez me voy a comportar. Prometido -le aseguré, besándolo de nuevo antes de soltarme.
Horas más tarde, el ambiente en el bar era completamente diferente. La música vibraba, las luces eran tenues y la mezcla de risas y conversaciones creaba un bullicio reconfortante. Estaba sentada en un stand cómodo junto a mis amigas.
-¡Vamos, chicas! ¡Salud por Violeta y sus veinticinco años! ¡Y por su madurez! -grité en medio de la euforia del momento, mientras alzaba mi copa de margarita. Le di un sorbo largo y refrescante a la bebida, sintiendo el golpe dulce y cítrico.
Violeta era mi confidente en el trabajo, mi mejor amiga en este mundo corporativo. Era la persona a la cual le podía contar mis secretos más tontos, mis penas más profundas y hasta los detalles más íntimos sobre mi vida sexual con Thomas. Ella siempre me escuchaba sin juzgar.
-Te manchaste el vestido con queso cheddar -me dijo Violeta entre risas, señalando la pequeña mancha en la seda de mi vestido de coctel.
-No importa. Thomas me lo quitará cuando llegue a casa y pondrá la lavadora. Es un esposo perfecto -respondí con una sonrisa perezosa.
-Eres afortunada, Selene -se quejó Marissa, la más cínica del grupo-. Tú eres la única casada aquí. Tienes un hombre que te espera, un apoyo constante.
-Pero estar solteras no tiene nada de malo. Es una libertad envidiable -dije, tratando de ser justa.
-Sí, pero pasas cada noche con el amor de tu vida. Creo que eso es infinitamente más lindo y menos agotador que las citas por aplicación.
Miro a Marissa y mi sonrisa se ensancha, sincera y espontánea. No pude evitar admitir la verdad.
-La verdad sí, lo es -admito. La sensación de Thomas a mi lado era mi ancla-. ¡Pero no hablemos de mí! -exclamo, sacando otra papa frita crujiente con queso-. Violeta, ¡tengo un regalo para ti!
Dejo mi pequeño bolso de mano sobre mis piernas y busco la bolsita roja de terciopelo. Antes de dársela, me inclino para darle un beso cariñoso en la mejilla, celebrando su cuarto de siglo.
-¡Es precioso! -Ella saca el collar de oro blanco, cuyo dije era un colibrí minúsculo y detallado, su animal favorito. Sus ojos brillan con emoción-. Muchas gracias, Selene, me encantó.
Me da un abrazo desde su silla, antes de darse la vuelta para que se lo coloque en el cuello.
-Siento que voy a llorar -murmuró, con los ojos vidriosos.
-No, ridícula -río, llamándola como ella siempre me llama a mí. Obviamente con cariño-. Me alegra mucho que te haya gustado.
-Yo te traje esto, no es de oro blanco, pero creo que te gustará -Marissa me fulminó con la mirada por mi obsequio, y yo reí a carcajadas. Luego le entregó una bolsa elegante de la que Violeta sacó un bolso de cuero de color negro, de una marca que sabíamos que a ella le encantaba.
-Oh, sí. ¡Claro que me gustó! -chilló Violeta-. ¡Está bellísimooooo!
Dejé de prestarle atención a la celebración cuando mi mirada viajó sobre el hombro de la cumpleañera.
¿Hola? ¿Por qué ese hombre me está mirando así?
Frunzo levemente el ceño. Mi diversión se congeló. Vi a un hombre, un desconocido total, de cabello negro azabache, sentado en una mesa a cierta distancia, pero con una visibilidad perfecta de la nuestra. Estaba vestido con una sencilla pero ajustada polera negra que dejaba al descubierto unos brazos grandes y notablemente musculosos, y unos hombros anchos. Era innegablemente guapo, con facciones fuertes y una presencia que casi dolía.
Pero por muy atractivo que fuera, no me agradó tener a una persona desconocida mirándome con esa intensidad, casi... depredadora. No era admiración, era posesión. Me dio un escalofrío que no pude sacudir.
Me da miedo.
-¿Selene? ¿Estás de acuerdo?
Muevo mi cabeza de un lado a otro, intentando esfumar mis pensamientos.
-Perdón, Violeta. Me perdí por completo. ¿De qué hablaban?
-Queremos pedir otra ronda de margaritas, pero estamos debatiendo si es muy tarde -me respondió. Dirijo mi mirada hacia el reloj que tenía en la muñeca. Hago una mueca.
-No, Selene. No mires la hora -se quejó mi amiga, adivinando mi intención.
-Son las tres de la mañana, chicas. Ya es bastante tarde...
-¿Y? Thomas debe estar todavía con los chicos, si es que no está jugando póker. No eres la Cenicienta -se quejó mi amiga, pero se me hacía un tanto difícil prestarle atención, puesto que todavía me sentía observada. Podía sentir el peso de esa mirada fría sobre mí, casi como una presión física.
No mires hacia allá, Selene, no mires hacia...
-Hey... parece que alguien se enamoró de Selene -Marissa soltó, su voz burlona, mientras dirigía su mirada descaradamente hacia el hombre extraño que estaba detrás de Violeta.
-No sé qué le pasa. Ya me siento incómoda -murmuré, mi voz bajó un tono.
-¿Cómo que no sabes qué le pasa? Simplemente le gustaste, y te está mirando como si fueras su cena -Violeta se encogió de hombros, restándole importancia-. Es el típico flirteo de bar.
-Ya, pero su mirada no es de flirteo. Es... No sé. Demasiado fija. Intrusiva -lo miro de reojo, y pude darme cuenta de que seguía observando hacia acá, sin pestañear. Sus ojos eran claros, casi plateados, y parecían verme a través de la piel.
-Es guapo, Selene, admítelo -dijo Marissa-. Grande, sexy... tiene ese aire de chico malo que a ti te gusta solo mirar de lejos.
-Para mí no hay nadie más guapo que Thomas, mi esposo -aclaro, mi tono se volvió instantáneamente defensivo.
-Ay, Dios. Él no está acá. No es necesario que mientas. No tiene nada de malo encontrar a un chico guapo, Selene.
-Marissa, no estoy mintiendo -frunzo mi ceño, un tanto molesta por su insinuación. El amor por Thomas era real, no una fachada-. No digo que el hombre de allá no sea guapo, su físico es impresionante, pero para mí nadie sobrepasa la belleza y la calidez de mi marido. Ni su inteligencia.
-Se nota que estás muy enamorada, ¿no? -Violeta intervino, tratando de suavizar la tensión con su tono soñador.
-Pues claro. Sino, no estaría casada con él, ¿verdad? -dije con obviedad, forzando una sonrisa-. Buah, ¿por qué terminamos siempre hablando de mí?
-Tu vida es mucho más interesante que la de nosotras, eso se sabe. Tienes la vida resuelta -Violeta dijo con tranquilidad, encogiéndose de hombros-. ¿Entonces? ¿Pedimos otra ronda de margaritas? -insistió, emocionada, tratando de recuperar el ambiente festivo.
-Vale, pero quiero ir al baño primero. Necesito un respiro de este ambiente y de esa mirada -dije, sintiéndome repentinamente tensa. Me paré de la mesa y miré a las cuatro chicas con las que vine-. ¿Alguien más quiere ir?
-Siento que no me puedo poner de pie -los ojos de Violeta brillaron con diversión y un toque de ebriedad.
-Si quieres yo te acompaño -Jessica, una de mis compañeras de trabajo, me dijo. Asentí de inmediato, agradecida por la compañía, y ella se puso de pie para seguirme hasta los baños.
Hice mis necesidades, tomando todas las precauciones para que mi cuerpo no tocara directamente el inodoro, y salí para lavarme las manos. Me retoqué mi labial nude y peiné un poco mi cabello, mientras Jessica se limpiaba un poco de máscara de pestañas que se le había corrido por el calor del bar.
Cuando ya estábamos listas, salimos del baño y caminamos nuevamente hacia nuestra mesa. Pero tan pronto como salimos del pasillo, mi atención se desvió. La mirada intimidante de ese hombre, el de la polera negra y los ojos plateados, seguía intacta. Me estaba esperando. Y no se había movido.
La incomodidad se convirtió en una molestia. Ya no aguantaba más ser la pieza observada de su exhibición. Mi instinto de loba (una parte de mí que no entendía y que a veces se manifestaba en arranques de valentía tonta) se activó.
Le hice una seña a Jessica para que fuera a sentarse con nuestras amigas, indicándole que se adelantara. Ella me miró extrañada, pero obedeció. Yo, sin dudarlo, seguí de largo hasta la mesa donde el desconocido de cabello negro azabache me observaba con una intensidad que prometía problemas. Iba a terminar con esto de una vez por todas.