Thomas apareció por la puerta de nuestra habitación, vestido impecablemente con unos vaqueros y una camisa de lino, luciendo frustrantemente fresco y bien descansado. Traía una bandeja plateada en sus manos. Me senté en la cama, gimiendo por el esfuerzo, y él la depositó suavemente sobre mis piernas. En ella, había una taza de café humeante (perfectamente negro, como me gustaba), tostadas con huevo revuelto, un vaso de jugo de naranja recién exprimido y, la joya de la corona, una pastilla blanca al lado.
-Sé que te duele la cabeza -dijo, su tono era indulgente, cariñoso, pero con un toque de burla-. Así que te traje este kit de supervivencia y una pastilla potente para que se te quite de inmediato.
-Gracias, mi vida -murmuré, mi voz era pastosa. Me metí de inmediato la cápsula en la boca, tragándola con un gran sorbo de jugo de naranja helado-. Eres mi salvación. ¿A qué hora llegaste tú?
-A las tres de la mañana. Me quedé jugando al pool un rato más con Hugo -respondió, sentándose en el borde de la cama, mirándome con afecto.
-Yo llegué a las cinco. Fran ya quería irse a dormir, y como ella era la conductora designada y responsable... nos tocó a todas ser respetuosas con su horario -expliqué.
-Es bueno que hagan eso. Que sean prudentes -dijo Thomas.
-Sí, yo creo que la próxima vez seré yo la que no beba. Ya me toca ser la conductora sobria. Necesito pagar mi deuda con la sociedad -reí débilmente.
-Me imagino que no debe ser muy entretenido ser la conductora, pero es justo que se vayan turnando. Tu cabeza te lo agradecerá -dijo, y yo asentí de acuerdo, dando otro sorbo al café.
-¿Y qué tal? ¿Cómo lo pasaste con los chicos?
-Bien, hablamos de negocios, de las próximas movidas en Asia, lo de siempre -respondió con un encogimiento de hombros, restándole importancia al tema-. ¿Y tú? ¿Todo bien?
-Bien, divertido. Pero manché mi vestido favorito con queso cheddar. Intenté limpiarlo en el baño, pero creo que empeoré las cosas -me quejé, haciendo un puchero.
-No creo que sea tan difícil de quitar, ¿o sí? Es solo queso -se burló, besándome la frente.
-No tengo idea. Pero le tengo fe a la tintorería.
Mientras masticaba el huevo revuelto, mi mente regresó al bar. Había pensado seriamente si debía contarle a Thomas lo que había ocurrido con ese hombre. El de la mirada plateada y la polera negra. Podría decirle que tuve que enfrentarlo para que dejara de observarme. Pero llegué a la conclusión de que no era la primera vez que alguien se propasaba con una mirada en un bar, así que creí que era un poco innecesario estresar a mi marido con un insignificante acosador.
No era primera vez que alguien hacía eso, pero se sintió distinto esta vez.
Ese desconocido había causado en mí una sensación extraña, incómoda, pero también, de una forma que no podía admitir, magnética. No era solo alguien más al que le había llamado la atención; su mirada era demasiado profunda, demasiado... personal. No era el flirteo típico.
Parecía un psicópata o algo así. Definitivamente no era un hombre normal.
-¿Selene? -Thomas me llamó, sacándome de mis pensamientos.
-¿Qué? Perdón, estaba pensando en la mancha de mi vestido y en cómo sacarla. No tiene arreglo, lo sé -mentí rápidamente.
-No seas dramática. Escucha, ya que hoy no tenemos planes, ¿te parece si vamos a almorzar donde mis padres? Hace tiempo que no los visitamos.
Wow, qué excelente plan para un sábado de resaca y prometedora siesta.
-¿Y si mejor vamos a almorzar a nuestro restaurante favorito? -intenté cambiar sus planes, proponiendo algo relajante.
-Hace tiempo que no vamos a ver a mis padres, Selene. Un par de semanas ya -insistió con un tono que no admitía mucha discusión.
Porque no les caigo bien, Thomas.
Terminé asintiendo, con una sonrisa que sabía que se veía completamente falsa, mientras mordía mi tostada sin apetito.
A pesar de que Thomas y yo estábamos juntos desde la escuela secundaria, una relación que había sobrevivido a casi una década, nunca había podido ser muy cercana a sus padres, Zelia y Joe. Y no era por falta de intento.
Desde que comenzamos a salir, sus padres lo recriminaron por ello. En esencia, no era lo suficientemente "buena" para su hijo. Dijeron que yo solo quería estar con él porque su familia tenía buen nivel económico. Al menos, mejor nivel económico que la mía, porque aunque no éramos millonarios, sin duda alguna yo tampoco podía ser clasificada como alguien pobre o interesada. Éramos clase media alta, pero para los Devji, solo importaba que no éramos lo suficientemente ricos.
Sin importarles que su hijo me amaba, los padres de Thomas comenzaron a meterle ideas en la cabeza. Ideas que claramente eran falsas, pero que en un momento de inseguridad, él comenzó a creer, logrando que nos distanciáramos por unos dolorosos meses antes de que la fuerza de nuestro vínculo nos hiciera volver a estar juntos.
Aunque ya llevábamos alrededor de nueve años juntos y cuatro de casados, todavía no he podido tener una relación linda y fácil con mis suegros. Muchas veces hacen comentarios en "broma" donde en realidad me atacan por debajo, socavando mi valía y mi lugar en la familia. Y aunque Thomas ha hablado con ellos en varias ocasiones, todavía siento que no me aceptan del todo; soy una intrusa en su círculo dorado.
A las dos de la tarde, justo cuando la pastilla empezaba a hacer efecto, nos encontramos entrando a la ostentosa casa de los queridos padres de mi esposo. Nos recibieron de muy buena manera a Thomas, con abrazos efusivos y besos sonoros. A mí, en cambio, me saludaron con una sonrisa tensa y completamente falsa.
-Hace mucho que no venían a vernos -Zelia, mi suegra, dijo con un tono de ofensa apenas disimulado-. Son unos ingratos con su madre.
-Bueno, ustedes también pueden ir a visitarnos a nuestro hogar en el centro. La puerta está abierta, Zelia -respondí con una sonrisa que esperaba fuera menos sincera que la de ella.
-Los hijos son los que deben ir a visitar a sus padres, no al revés, Selene. Es una regla de oro -me contradijo de inmediato, con una suficiencia molesta. Sinceramente, encontré que estaba muy equivocada al tener ese pensamiento anticuado-. Pasemos a la mesa, las sirvientas ya tienen todo listo -su "invitación" sonó más bien a una orden.
Hicimos caso y nos sentamos en el gran comedor, una mesa de caoba que parecía un campo de fútbol. Thomas y yo quedamos en el lado derecho de la mesa, y mis suegros, Zelia y Joe, se sentaron frente a nosotros, observándonos.
-Supongo que te gusta la lasaña, Selene -dijo Zelia, con un tono que implicaba que lo sabía todo.
Nueve años con tu hijo y todavía no sabes que no me gusta mucho la comida italiana, a menos que sea pizza y sea de la mala.
-No es mi comida favorita, Zelia, pero sí, comeré con gusto -mentí.
-Oh, qué malagradecida es esta mujer -dijo Joe, con un tono exageradamente gracioso, intentando dar a entender que estaba bromeando. Mi estómago se tensó. El ataque sutil había comenzado.
-¿Entonces? ¿Cómo va la empresa? -Joe le preguntó a su hijo, enfocándose en un tema seguro.
-Bien, nos está saliendo todo a la perfección. Estamos muy contentos -respondió Thomas, orgulloso-. Nuestra nueva marca de zapatos ya está a la venta en todos los estados y también llegará a Europa.
-Te felicito, hijo. Siempre has sido muy dedicado y responsable con tu trabajo. Tienes el talento de tu padre -Joe asintió con aprobación, sin darme el crédito a mí, que había diseñado la estrategia de mercadeo.
-Sí, pero el mérito es para todos los que trabajamos en la Empresa Devji. Es un equipo -corregí mentalmente.
-Pero al fin y al cabo, eres tú la persona que está a cargo de todo -su padre se encogió de hombros con desdén-. El CEO solo aparece de vez en cuando por allí. Tú eres quien sostiene el negocio.
-Selene y yo somos los que llevamos la empresa cuando él no está. Es un trabajo en equipo -Thomas me corrigió, aunque su corrección sonó más a una obligación que a una defensa. Yo seguí comiendo en silencio.
-Pero supongo que en algún momento Selene tendrá que dejar el trabajo, ¿no? -Zelia soltó la siguiente bomba, mirándome directamente.
Fruncí el ceño.
-¿Por qué tendría que hacerlo? -le pregunté con genuina curiosidad, como si estuviera hablando de una teoría absurda.
-Porque cuando tengan hijos tendrás que ser tú la que se haga cargo de ellos. Eso es lo que hace una madre responsable.
Ay, Dios, sáquenme de aquí. Es la misma conversación de siempre.
-Usted misma lo dijo; cuando tengan -esta vez fue mi turno de encogerme de hombros, devolviéndole su actitud despreocupada-. Si llegamos a tenerlos, la responsabilidad es de los dos, Zelia.
-Pero obviamente la que tiene que dejar de trabajar para criarlos eres tú, cariño. El hombre debe ser el proveedor -sentenció.
-No estoy de acuerdo con esa visión, pero creo que eso hay que hablarlo más adelante, porque por ahora no está en mis planes ser madre -sonreí con dulzura, aunque mi voz era de acero-. Y quién sabe, tal vez no lo seré nunca. Hay muchas otras formas de contribuir al mundo.
-Selene... -Thomas me miró con los ojos entrecerrados. Su mirada me advertía que estaba yendo demasiado lejos.
-No seré menos mujer si no tengo hijos, ¿o sí, Thomas? -lo miré, esperando su apoyo. El silencio de Thomas fue ensordecedor. No respondió absolutamente nada.
-¿Eres feminista? -Joe intervino, su tono se había vuelto más serio-. Creo que tienes un pensamiento un poco... extraño, para una mujer de tu edad.
-No, solo tengo un pensamiento más moderno -tomé mi copa de vino y le di un sorbo, saboreando el desafío-. Creo que es necesario que las personas sepan que no todas las mujeres quieren ser madres. Es una elección, no una obligación.
-¿Entonces tú no quieres serlo? -insistió Zelia, su rostro era una máscara de desaprobación.
-No es que no quiera, Zelia -mi voz sonó un poco irritada. Odiaba tener que hablar de este tipo de temas con alguien que no fuera mi esposo, y menos en medio de una lasaña que ni siquiera me gustaba-. Pero tampoco es mi prioridad. Al menos, no por ahora. Mi carrera y mi matrimonio lo son.
Cinco horas después de una visita completamente incómoda y asfixiante, Thomas y yo nos encontramos en su camioneta, dirigiéndonos a nuestro querido hogar, el que extrañaba como si hubiésemos estado tres años fuera de casa. El silencio en el coche era pesado, denso.
-Creo que te comportaste de mala manera -soltó de repente mi esposo, rompiendo el silencio que había mantenido durante todo el camino.
Lo miré, atónita.
-¿Por qué? ¿Por decirle lo que pienso a tus padres? ¿Por defenderme de sus ataques sutiles?
-No, por llevarles la contraria solo para molestar -respondió con dureza, su voz era inusualmente fría-. Porque tú nunca me has dicho que no quieres ser madre. Me dijiste que querías esperar. ¡Hablaste de no querer tener hijos nunca!
-No, pero lo que siempre te dejé claro fue que tampoco estaba en mis prioridades serlo. Si pasa, pasa -me encogí de hombros, tratando de restarle importancia a la mentira forzada-. Tampoco entiendo por qué te pones así, Thomas. Tú nunca me has presionado con ese tema. Siempre me has apoyado en mi carrera.
-Tal vez deba comenzar a hacerlo. Mis padres tienen razón, la vida familiar debe ser una prioridad -dijo, y esa frase me heló la sangre. ¿Había dejado que sus padres lo convencieran?
-Oh, no. Claro que no, Thomas -respondí, mi voz se elevó, molesta-. Si me presionas, lo único que lograrás es que tome una decisión definitiva y sin vuelta atrás.
-¿Cuál sería esa decisión, Selene?
-No tener hijos contigo.