Mientras se quitaba la ropa, la rabia dio lugar a otro sentimiento: la vergüenza. Vasti tragó en seco. Era cierto que Adonis MacGyver la había abordado en esa cocineta, pero él no la obligó a nada. Ella se había dejado llevar por el deseo y, se dio cuenta, incluso se había subido al auto de él, yendo quién sabe a dónde para tener su primera vez con un completo desconocido. Saber su nombre y dónde trabajaba no significaba nada.
Vasti se sentó en la cama y se cubrió el rostro con las manos. ¿Qué estaba pensando?
-¡No estabas pensando! -se reprochó, tirándose en la cama y soltando un gruñido de frustración-. ¡Es obvio que el hombre iba a pensar que estabas tramando algo! ¿Quién, en su sano juicio, actúa así?
Vasti terminó de desnudarse, fue al baño y esperó que el agua se llevara por el desagüe la vergüenza que estaba sintiendo. Después, preparó algo rápido para comer y abrió la computadora. Tenía que encontrar otro empleo, ¡rápido!
-Si es que él no te despide en la mañana, ¿verdad? -hizo un puchero, insultándose a sí misma.
Podría haber echado todo a perder por pura lujuria, por irresponsabilidad. Su abuela enferma, necesitada, y Vasti ahí, haciendo lo que no debía.
Por más que ese trabajo pareciera muy bueno, podía encontrar otro. Heidi aún tardaría dos semanas en salir de licencia. Si Vasti lograba conseguir otro empleo en menos de una semana, no perjudicaría a Heidi y, además, estaría lejos de Adonis MacGyver rápidamente.
Mientras Vasti buscaba un nuevo trabajo, Adonis conducía de regreso a su departamento. Le dio unos golpes al volante, furioso. Todo estaba tan bien, pero ahora estaba todo mal, arruinado.
Ya había tenido experiencia con mujeres vírgenes. Dos, para no decir que solo fue una vez y tuvo mala suerte. Ambas quisieron lo mismo: quedarse con él como pareja y empezar a planear una boda. La primera vez, él era más idiota y terminó siguiendo la corriente. Pero logró librarse a tiempo de cometer una estupidez. La segunda, pensó que todo estaba bajo control, hasta que ella... bueno, no permitiría que ninguna desgracia de ese tipo volviera a pasar. No, señor. Sí, Vasti Phillips era deliciosa, de hecho, no recordaba haber encontrado a una mujer que le gustara tanto en todo como ella, desde el principio. Excepto, obviamente, por el hecho de que era virgen.
-¡Y tenía que ser virgen! ¡Puta madre!
Adonis incluso había pasado por alto el hecho de que era su empleada. Él no se acostaba con empleadas de la empresa. Eso también era sinónimo de problema. En treinta y un años de vida, tenía que haber aprendido algo, principalmente en el tema de mujeres, algo que le encantaba.
Ahora estaba ahí, frustrado, teniendo que irse a casa con las bolas doliéndole.
-¡Qué mierda! -gritó, irritado. Solo quería estar con Vasti, disfrutando de su cuerpo y, claro, educándola.
Sonrió, malicioso. Sí, ella era bastante rebelde. Quería saber si también lo era en la cama. Quería dominarla ahí. Pero claro que ni ella misma sabía cómo era en la cama, porque NUNCA había tenido sexo.
Pero espera... ella dijo que era virgen, no que nunca había hecho absolutamente nada con un hombre. Adonis soltó un suspiro. ¡Qué estúpido era! La mujer tenía un beso surrealista, la forma en que lo tocó... ¿sería todo eso puro instinto? No podía creerlo.
-¡Actué por impulso! -dijo con rabia. Al menos podrían haber hecho algo. Pero no, él había perdido la cabeza y la había echado de su auto-. ¡No todo está perdido!
Vasti seguía en bata, ahora recostada en la cama, revisando vacantes de empleo en el celular. Aunque había muchas, no eran de su área.
-Eso es lo de menos. ¡Lo importante es trabajar! -se dijo. Si tenía que trabajar de vendedora, aun así valdría la pena, siempre y cuando tuviera dinero para pagar los gastos de la abuela y mantenerse a sí misma. Incluso podría mudarse a un lugar todavía más pequeño...-. Si mi papá no fuera un imbécil, podría contar con él.
El padre de Vasti había abandonado a su madre embarazada y se había casado con una mujer rica. Nunca ayudó con la crianza de Vasti, ni en lo emocional ni en lo financiero. Eran raras las ocasiones en las que hacía algo por ella y, aun así, era como si estuviera haciendo un gran favor. La última vez que Vasti lo vio fue para pedir ayuda para la abuela. Él dijo que ayudaría, pero hasta ese momento, Vasti no había visto ni un solo centavo.
Sonó el interfón. Ella lo ignoró. Ya era tarde. No había pedido comida... pero ¿y si el edificio estuviera en llamas? Maldijo y fue a contestar, pero el interfón dejó de sonar justo cuando pisó la cocina. Esperó un minuto más y nada. Así que se encogió de hombros y volvió al cuarto, irritada.
Entonces sonó el timbre.
-¡Ah, no puede ser! -alzando las manos, caminó hasta la puerta. Claro que miró por la mirilla antes. En ese momento sintió que el ojo se le iba a caer de la sorpresa.
-Sé que estás en casa -dijo él.
-Ah... pero...
-Señorita Phillips, la puerta -la estaba mandando, y a Vasti no le gustó nada.
Vasti abrió la puerta de golpe, lista para gritarle a ese hombre tan engreído. Pero ni siquiera tuvo oportunidad. Apenas abrió la puerta, su boca fue tomada, su cintura rodeada y solo alcanzó a oír la puerta cerrándose.
Adonis no había ido al departamento de ella con intención de actuar de ese modo. Solo iba a preguntarle y mirarla a los ojos para saber si decía la verdad sobre ser virgen y si, claro, nunca había hecho nada de nada de nada. Podría haberse esperado al día siguiente, pero estaba curioso y... ansioso. Cuando ella abrió la puerta, no esperaba que estuviera en bata. El olor de ella le dominó los sentidos y, cuando se dio cuenta, ya estaba encima de ella, en el sofá.
-Se-señor... -dijo ella entre besos, colocando la mano en el pecho de él-. Calma... ah...
Él la miró y el rostro de ella estaba todo rojo. La bata había quedado desacomodada, aunque no se había abierto del todo. Aun así, él alcanzaba a ver una parte de uno de sus senos. De sus senos abundantes.
-¿Aceptas solo esto? ¿Solo sexo? -preguntó. No era eso lo que iba a preguntarle cuando salió hacia el departamento de ella. Pero los planes habían cambiado.
Vasti lo miró y quiso mandarlo al demonio. ¿Cómo podía tener el descaro de entrar a su departamento de esa manera y preguntarle eso, después de la forma en que la había tratado?
-No -respondió, alzando la barbilla, sintiendo que aquel era el momento correcto para trazar un límite-. Usted es mi jefe. Yo necesito el trabajo. Esto no va a pasar.
Ese fue el último hilo de cordura y conciencia que aún le quedaba. La expresión de Adonis cambió por completo. No podía creerlo. ¿De verdad lo estaba rechazando?