-Bien -dijo, caminó hacia la salida y, sin mirar a Vasti, cerró la puerta de un portazo al salir.
-¡Qué tipo tan loco! -pensó Vasti, negando con la cabeza, aunque se sintió mejor por no haber cedido esa vez. Llevó la punta de los dedos a los labios. El beso de él era intoxicante, pero tenía que ser fuerte y hacer lo correcto.
Ese era su jefe y, en el mejor de los casos, él la convertiría en su juguete sexual y luego la desecharía. No, Vasti no iba a dejarse llevar por eso.
"Después, dudo que esto no llegue a oídos de los demás. Me van a tachar de cualquiera, mientras él es el galán. ¡No conseguiré trabajo en ningún lado!" No en ese ramo, por lo menos.
Vasti se levantó y fue a su cuarto. Estaba exhausta. El día había sido terrible, lleno de altos y bajos. Y ahora estaba completamente alterada después de haberse enredado, una vez más, con el guapísimo jefe.
"¡Y después de que él me trató tan mal! ¡Eres una idiota, Vasti!"
Se dejó caer en la cama y cerró los ojos. ¿Pedir un poco de paz era pedir demasiado? Su celular comenzó a vibrar. Tanteó buscando el aparato, pero no lo encontró.
-Ah, ¿dónde estás? -preguntó y abrió los ojos para buscarlo. Estaba justo a su lado-. Ay, qué fastidio...
Había un mensaje de un número desconocido. Ella pensó que sería de esas promociones molestas, pero el mensaje no ofrecía ningún servicio.
DESCONOCIDO: Rojo.
Vasti frunció el ceño. Entonces recordó "lila". Pero... no. No podía ser.
VASTI: ¿Señor MacGyver?
Se quedó mirando. La persona se puso en línea. La persona leyó el mensaje. La persona salió.
-¡Hey! -exclamó al teléfono, como si éste pudiera hacer algo-. ¡Regresa!
Pero la persona no volvió.
VASTI: ??????
Envió el mensaje y esperó, pero esa vez, la persona ni siquiera lo recibió.
-¡Argh! Debe haber sido un error, eso fue -se dijo, como si intentara convencerse-. ¿Por qué diablos él te mandaría mensaje y luego te bloquearía?
"Aunque, viniendo de él... apenas lo conozco, pero creo que sí sería capaz", torció la boca y dejó el celular en la mesita de noche, cubriéndose con el edredón.
Cuando sonó el despertador, Vasti se estiró y el olor a café le llenó las narinas.
-¡Hmmm! -se sentó sonriendo, pero las comisuras de los labios se fueron abajo cuando se dio cuenta de que el olor estaba demasiado cerca-. Como si fuera en mi cocina...
De un salto se puso de pie y se acercó con calma a la puerta. ¿Sería el vecino? Podría ser, ¿no? Quizá había dejado la puerta abierta y... Abrió mucho los ojos al recordar que, después de que Adonis se fue, ¡no había cerrado con llave!
-¡Ay, no! -Vasti sintió el corazón acelerarse. ¿La habrían invadido?-. Pero calma, ¿un invasor haría café?
Por si acaso, Vasti decidió salir lista. Miró a su alrededor, buscando algo para defenderse, pero fue empujada hacia atrás cuando la puerta se abrió.
-¡Ah! -Vasti dejó escapar tras el impacto.
-Despertaste más temprano de lo que esperaba -dijo Adonis como si nada estuviera mal, y fue hacia la cómoda de Vasti. Abrió el primer cajón y lo cerró. Luego abrió el segundo. El de las bragas. Ella lo miraba, demasiado shockeada para reaccionar. Pero el sonido del último cajón cerrándose la hizo despertar.
-¡Espera! ¿Qué crees que estás haciendo? -dio un salto y puso la mano enfrente de él-. ¡No puedes estar revisando mis cosas!
Vasti intentó apartar a Adonis, pero él era más grande y fuerte, así que ni siquiera se movió como ella esperaba.
-Ya imaginaba que tendrías más bragas beige que otra cosa, pero... ¿En serio? ¿Beige, negro y blanco?
Él tomó una braga totalmente lisa y comenzó a levantarla, pero Vasti fue más rápida y se la arrebató de la mano.
-¿Ni un poquito de encaje? ¿Nada? -la miró, y Vasti estaba claramente furiosa, resoplando-. Necesitas bragas nuevas, cariño.
Vasti cerró los ojos y respiró hondo, señalando entonces la puerta.
-Mira... ¡afuera! -ella tenía los labios tensos-. ¡No puedes aparecer así! ¡No deberías estar aquí dentro! ¡Esto es una invasión!
-Claro que no -dijo él-. Tú me dejaste entrar.
Vasti casi soltó una carcajada por el descaro.
-¡Ja! No, no lo hizo.
-Sí, sí lo hiciste. Yo llamé y tú dijiste que sí. Te marqué y todo -la expresión inocente de Adonis no combinaba para nada con su personalidad. Vasti entrecerró los ojos-. Puedes revisar tu teléfono. Yo te llamé. Pregunté si podía entrar y tú dijiste que sí. No forcé ninguna puerta.
Vasti miró su celular, sobre la cama, y corrió hacia él. Le echó un vistazo a Adonis, que seguía ahí, en el mismo lugar, manos en los bolsillos, mirándola serio.
Sí, ahí estaba. Había recibido la llamada de él hacía media hora.
-¡Estaba dormida! -protestó ella-. ¡Ni me acuerdo de haber dicho nada!
-Pero eso no es culpa mía, ¿o sí? -preguntó él y volvió a hurgar en el cajón. Adonis cerró ese y pasó al siguiente. Los sostenes. Vasti se puso delante de él.
-Ya basta. Lárgate.
-Eres bastante desafiante.
Ella soltó una risa incrédula.
-¿Yo? ¿YO soy desafiante? ¡Tú invadiste mi apartamento! -cuando él tomó aire para contestar, ella levantó la mano para detenerlo-. Bien. Te aprovechaste de mi estado soñoliento para hacerme decirte que entraras. Viniste a revisar mis cosas. ¡Mis cosas íntimas! Sin mi permiso. Tú...
Ella no pudo seguir hablando.