Killiam Draven
El silencio entre nosotros pesa tanto que hasta el motor de la camioneta parece esforzarse por rellenarlo. Y aunque sus padres tratan de llenar el vacío, creo que no fue una buena idea pedirles a ellos que vinieran por nosotros sin antes consultarle.
Estoy en el asiento trasero a un lado de Mack, tan cerca que podría rozarle la mano si la moviera apenas unos centímetros, pero ella está rígida, con los brazos cruzados y la mirada clavada en la ventana como si el paisaje fuera lo único en el mundo que merece su atención, a pesar de que ya la noche esté cayendo allá afuera.
Sus padres hablan, ríen, hacen comentarios sobre carreteras congeladas, noticias locales, la feria navideña del pueblo y de lo emocionados que están de que, al fin, tras algunos años de relación, hayamos venido al pueblo.
Su padre no deja de ver por el espejo retrovisor hacia Mack, que tiene la mirada perdida y se esfuerza de más por incluirla en la conversación, pero ella está enfurruñada en su lugar, haciendo de esto algo más difícil y extremadamente extraño.
Nada de esto debería sentirse raro, yo estuve esperando este viaje por semanas, porque al fin, después de tanto, Mack me dejaría conocer la única parte de ella que no conozco y que se ha negado a compartir conmigo; y que había respetado. Pero ahora todo se siente forzado, extraño, porque hay una pared entre nosotros que antes no existía; y surge justo en el momento en el que todo debería marchar bien.
La camioneta se detiene por tercera vez, ahora frente a una tienda de carretera iluminada con luces navideñas. La nieve cae en copos gruesos, perezosos, como si también estuvieran cansados del invierno en este lugar.
-Vamos a bajar un segundo -dice la madre de Mack mientras gira en su asiento para vernos-. ¿Quieren algo caliente? Chocolate, café... hay galletas increíbles aquí, de las que te gustan, Mack.
-Yo me adelanto -responde su padre antes de que alguien más diga algo, tratando de desviar la atención de su esposa y que no se fije en la mala cara de su hija.
Mack sacude la cabeza muy rápido.
-No. Estoy bien. Gracias, mamá.
Ella ni siquiera mira a su madre cuando responde. Yo sí lo hago, porque alguien tiene que sostener la cortesía mínima.
-Estoy bien también, no se preocupe -digo con una sonrisa que no siento.
Su madre asiente, pero hay un destello incómodo en su mirada.
Ellos notan cosas, siempre lo han hecho. Son demasiado observadores. Cuando los llamé antes de pedirle la mano a Mack, ellos lo sabían antes de que dijera alguna palabra.
Cuando cierran la puerta, ella deja escapar un suspiro que no sé si es frustración, agotamiento o arrepentimiento por habernos metido en esto.
Y la verdad, no sé a quién le duele más esto.
-Mack -murmuro despacio, manteniendo la voz baja para no romper lo poco que queda entre nosotros, porque es necesario al menos, mantener una nueva comunicación-. No tienes que hacer esto... ellos lo notarán. Arreglemos las cosas, hablemos, de verdad pongamos las cartas sobre la mesa, sé que algo pasa aunque me hayas dado una excusa nada válida para mí, pero no tiene que terminar todo...
Ella aprieta la mandíbula y no me mira.
-Killiam, no empieces.
Lo dice cansada, no molesta, y eso me duele más. Preferiría que me esté gritando a la cara.
-No estoy empezando nada. Solo... -respiro hondo- solo quiero entender lo que pasa, Mack. Lo merezco.
-No ahora, no es momento ni quiero hablar de ello -susurra.
Y eso es todo lo que tiene para decirme, otra vez. Dejándome con dudas, con preguntas sin respuestas y con el corazón roto.
Quiero presionar, pero tiene razón, no es el momento.
Miro hacia afuera para no seguir presionando y dejar el tema por la paz, al menos por ahora. La nieve se acumula en el vidrio y, más allá de ella, las montañas nevadas recortan un cielo gris azulado, hermoso de un modo crudo, salvaje. Es la primera vez que veo Colorado así. La primera vez que lo vivo en lugar de leerlo en mapas y foros intentando adivinar dónde creció ella.
Y aunque odio admitirlo, entiendo por qué este lugar la hizo sentirse atrapada y por qué también podría enamorar a cualquiera.
Cuando volvemos a ponernos en marcha, la carretera comienza a ascender. No hay ciudades, solo abetos cubiertos de nieve y casas aisladas con luces colgantes titilando entre la neblina.
De pronto, al tomar una curva, veo bien, veo el lugar donde ella creció, aunque sea de lejos.
Está iluminado en su totalidad con luces navideñas, metido entre montañas como si hubiese nacido del invierno. Luces, humo saliendo de chimeneas, colinas blancas, y una plaza al centro rodeada de edificios antiguos que parecen sacados de una postal navideña.
Este es un jodido pueblo de película.
-Bienvenidos a Breckenridge -dice el padre de Mack con orgullo.
«Breckenridge...». El único lugar que no se me ocurrió cuando investigué. Pensé que era Vail, pero no, es este hermoso y pequeño pueblo.
Este es, sin duda, el tipo de sitio donde nadie olvida nada, donde todos se conocen, pequeño y encantador. Y sí, una vez más entiendo por qué ella ama la ciudad, aunque no me explico por qué no quiso volver aquí.
En lugar de entrar al pueblo, la camioneta toma un desvío hacia una colina nevada donde un enorme resort alpino espera rodeado de pinos iluminados.
-No vamos directo a casa -explica su madre-. Decidimos que es mejor quedarnos todos en el resort, porque así tendríamos más espacio para toda la familia que viene de visita.
«Toda la familia», repito en mi mente. Esto será grande.
Cuando entramos al estacionamiento privado, veo la casa más grande del lugar. No es un hotel estándar, es más una enorme mansión rural, elegante. Tiene ventanales inmensos, guirnaldas rojas, un pórtico cubierto de nieve y enfrente hay un trineo.
Sí. Un trineo real. Con renos.
«Bueno... renos falsos», más bien caballos con cuernos de renos. Pero la ilusión funciona demasiado bien y le añade ternura al lugar.
El conductor, vestido con uniforme estilo alpino, levanta una mano saludando y se baja corriendo apenas ve a mi esposa.
-¡Mack, volviste! -el hombre corre hacia ella y la abraza hasta levantarla del suelo, debe tener la edad de su padre y la mira con ternura cuando la baja -. Te extrañé mucho.
Mackenzie sonríe por primera vez desde que la vi hoy.
-También te extrañé, tío Buck.
-Y tú debes ser el famoso Killiam. Me alegra verte -le tiendo la mano, pero el tío Buck me abraza y trata de levantarme igual cómo hizo con Mack.
Nos saludamos entre risas y ella vuelve a abrazar a su tío.
La miro y sus se cruzan con los míos. Y aunque la distancia sigue ahí, veo algo más detrás del cansancio.
Alivio, tal vez. Esta persona es una de sus favoritas, puedo saberlo porque ese brillo en sus ojos ha vuelto un poco.
No sé qué voy a hacer para recuperar ese brillo del todo. Pero sé una cosa, no voy a dejar que esto se rompa, que ella se pierda sin luchar.
Tomo su mano antes de pensarlo demasiado cuando ellos se sueltan y ella tensa los dedos, pero no me aparta.
Y aunque sea solo parte del teatro navideño que pidió, yo lo sostengo como si fuera verdad. Como si aún fuera mi lugar.
Como si todavía tuviera una oportunidad. Porque así lo creo.
-Te ves hermosa al lado de tu esposo, sobrina -le da un beso en la frente y Mack asiente-. Me alegra saber que al fin encontraste tu lugar. ¿Los llevo a su cabaña?
Mack asiente sin decir nada y me deja atrás con las maletas. Apenas se despide de sus padres y sube, mientras con su tío cargo con todo.
-No está de humor, ¿verdad?
-Creo que el vuelo le ha sentado mal -la excuso.
-Me di cuenta, espero que mañana esté mejor -susurra.
-Yo igual -susurro de vuelta.
-Eres un hombre con suerte -me dice en el mismo tono, antes de llegar a donde está ella-. Te llevaste a la joya de la familia, pero espero que ella visite más su hogar -suena dolido y yo solo puedo asentir, porque no sé qué decirle.
Si Mack no quería volver aquí, sus razones tendrá.
El trineo avanza lento entre los árboles cubiertos de nieve, dejando un rastro crujiente en el camino helado. Mack mantiene la mirada fija hacia adelante, como si concentrarse en el paisaje pudiera borrar todo lo que siente o todo lo que yo pregunto sin palabras.
Imagino que para ella esto es algo que está acostumbrada a ver. Para mí, es una belleza que no puedo evitar admirar.
Cuando finalmente nos detenemos frente a la cabaña asignada, me sorprendo. Es enorme, hecha de troncos gruesos, decorada con luces cálidas y coronas de pino. Parece sacada de una película, al igual que todo lo que hay aquí.
Su tío nos ayuda a llevar las maletas a la puerta, nos desea una feliz noche y se marcha con el trineo.
Respiramos el mismo aire helado, pero cada uno parece atrapado en su propio invierno, el de ella, mucho más frío que el mío.
-Vamos -murmuro, tomando las maletas y empujando suavemente la puerta.
Adentro la cabaña es incluso mejor, una chimenea encendida, techos altos, una mesa rústica y ventanales enormes. Todo huele a madera y especias navideñas, pero lo que más destaca está justo al fondo, y es una cama. Grande y única.
Yo sonrío porque no puedo evitarlo. La situación es absurda, incómoda, inevitable y, en el fondo, una parte de mí se aferra a cualquier excusa para estar cerca de ella.
-Bueno... -digo mientras dejo las maletas a un lado- parece que tendremos que dormir juntos, como siempre lo hemos hecho.
Ella se gira hacia mí tan rápido que casi se le cae su bufanda.
-Prefiero dormir en el suelo antes que volver a dormir contigo -espeta sin pensarlo.
Quiero reír. No porque me divierta, sino porque es tan ella, tan honesta en su enojo y en su miedo, que duele y enternece a la vez.
-Vamos, Mack -me apoyo en la esquina de la mesa, intentando hacer ligero el momento-. Ni tú te crees eso. No puedes dormir en el suelo; hace un frío endemoniado y tu abuela nos matará cuando vea que estamos hechos estatuas mañana. Ni que fuera la primera vez que dormimos juntos, lo hemos hecho durante bastante tiempo.
Ella aprieta los labios, y sé que no es por la cama, sino por todo lo demás.
-Killiam, no estoy de humor para bromas ni para recordar qué hemos hecho y qué no.
-No estoy bromeando -respondo suave, sin perder la sonrisa-. Y si sigues así, todos van a descubrir que algo pasa.
-Pensarán que solo estamos peleados, no que me quiero divorciar de ti.
Ella dispara su respuesta como si la hubiera tenido lista desde antes y no dudo que así sea. La palabra divorcio hace que el calor de la chimenea no sirva de nada; me atraviesa, como siempre. Es seca y se siente fría. Definitiva y malditamente dolorosa en cada fibra de mi ser.
Pero no me muevo, no retrocedo. No puedo hacerlo, porque eso significaría perderla.
-¿De verdad quieres que tu familia piense que estamos peleados? -pregunto despacio, sin levantar la voz-. Justo ahora, cuando se supone que los voy a conocer a todos.
Ella me mira. Por fin me mira sin rabia en los ojos, aunque hay una emoción que no descifro, y eso no me agrada.
No puedo leerla del todo, pero sé que algo en lo que acabo de decir la incomoda. La hace dudar. La hace pensar más de la cuenta.
La tensión flota entre nosotros, caliente y dolorosa.
-Mack... -doy un paso hacia ella-. ¿Eso es lo que quieres que vean? Porque si vamos a fingir, necesitamos hacerlo juntos.
Y porque, aunque ella no lo sepa, yo no vine a este viaje para actuar. Vine para recuperarla.
-No tenemos que dormir juntos, ahí hay un sofá cama. Tú dormirás ahí y mañana daremos una actuación digna de un Óscar, ¿entendido?
-Por supuesto, mi amor -digo para molestarla. Mañana ella cree que podremos en marcha su plan, pero en realidad, pondremos en marcha el mío.