Mackenzie Hale
Despierto envuelta en calor y me quito las sábanas de encima para sentir un poco de frescura. La chimenea todavía está encendida, o eso creo, porque el aire alrededor de la cama es tibio, casi acogedor, pero mucho más fresco que estar envuelta en ella.
Parpadeo varias veces, confundida por la luz brillante que entra desde las cortinas de la cabaña. Por supuesto, es el reflejo del sol que da en la nieve y hace que todo se vea más brillante.
«Bueno, si se le puede llamar sol al intento de este por salir a flote a hacer su trabajo en pleno invierno».
Además de la luz, lo primero que noto es el silencio. Lo segundo, la ausencia.
«Porque sí, Mackenzie, lo que pasó anoche no fue un maldito sueño».
Extiendo una mano hacia el lado derecho de la cama. Misma cama donde anoche juré que no permitiría que Killiam durmiera, prometiendo incluso dormir en el suelo de ser necesario, hasta que recordé el sofá cama que hay en esta cabaña. Después de una pequeña discusión en la que él me dejó hablando sola, se fue hacia ese sofá para acostarse y yo, me quedé en la cómoda cama matrimonial. Sola, así como he estado los últimos días. Aunque eso, para mi desdicha, no duró demasiado y ante mí tengo la prueba.
La sábana está hundida, tibia todavía, y hay un reguero de almohadas tan típico de él. Puedo sentir su aroma cuando me acerco.
«Él estuvo aquí».
Y también estuvo lo bastante cerca como para que nuestros cuerpos compartieran el mismo calor.
Lo escuché murmurar la excusa del frío, pero creí que estaba soñando cuando eso pasó y simplemente me limité a ignorar mi sueño, como he hecho las últimas noches cuando su recuerdo me ha visitado.
Sé que peleé al principio, intenté echarlo fuera y le pedí que me dejara sola, pero como últimamente en mis sueños, no pude engañarme a mí misma y cedí. Lo dejé quedarse, porque en mi subconsciente eso es lo que quiero, lo que necesito; y así me acostumbré a dormir estos días pasados, con él en sueños.
«¡Genial! Eres una tonta que no sabe diferenciar entre la realidad y los sueños, Mack».
De haber estado en mis cinco sentidos, de haberme dado cuenta de que no era un sueño, ni loca lo dejo meterse en la cama. Ahora él debe estar regodeándose en el hecho de que se salió con la suya y creyendo que lo dejé porque quise de verdad.
Ni siquiera recuerdo haber sentido cuando se levantó, pero claro, él siempre ha sido así. Es un madrugador empedernido, incluso en vacaciones, incluso después de discusiones, incluso cuando yo quería que se quedara un poco más, él se levantaba y se esmeraba en hacer el desayuno para mí.
Me siento en la cama con un suspiro que parece sacado de lo más hondo de mi paciencia, porque hoy será un día largo. Paso una mano por mi rostro, apartando el cabello que se me pegó al cuello mientras dormía, mientras me río como loca por la ironía que me genera todo esto.
Me prometí mantener distancia y, aun así, mi cuerpo se acomoda naturalmente en el espacio que él acaba de dejar, tan adaptado a él a su calor, a su presencia...
-Ridícula... -niego y me doy un golpe en la frente para ayudarme a obtener claridad-. No vayas por ese camino, ya cerraste esa puerta para siempre -murmuro para mí misma mientras me pongo de pie.
Mis pies tocan el suelo frío y camino arrastrándolos, medio dormida aún, hasta el baño. No pienso, solo actúo en automático, aprovechando estos minutos sola donde solo quiero lavarme la cara antes de tener que fingir lo que sea que me toque fingir hoy.
Abro la puerta y el vapor me golpea como una pared caliente que me hace detenerme, la ducha está encendida y él está dentro. Me detengo de golpe, completamente despierta ahora.
Killiam está dándose un baño caliente, veo el agua cayendo sobre su espalda, recorriendo la curva de sus hombros, bajando por su cintura...
Lo veo desnudo y disfruto verlo así, como siempre lo he hecho, porque no voy a negar que él es el hombre al que amé por años. No fueron días o meses, fueron años.
No debería mirar, él ya no es mi esposo. Aunque legalmente lo siga siendo, ya no lo siento así, pero lo hago.
Las gotas se deslizan lentas, resbalando por músculos que recuerdo demasiado bien, que he acariciado y besado infinitas veces. El pecho firme, el abdomen definido, la espalda amplia que tantas veces me sostuvo cuando el mundo pesaba demasiado o cuando él lo hacía tan liviano.
Y después miro sus ojos. Porque él gira y me ve.
«¡Mierda!».
Killiam me mira con esa calma odiosa, esa que me desespera. Sus labios se curvan apenas, porque le divierte encontrarme aquí, pegada al marco de la puerta, mirándolo como si nunca lo hubiera visto desnudo.
-Buenos días, Mack -dice con una sonrisa que me hace querer golpearlo en la cara.
Me quedo congelada como una idiota mientras él sigue ahí, completamente expuesto, actuando como si no estuviera desnudo en el maldito baño. O peor, como si yo no fuera la misma mujer que anoche le dijo que mantener distancia era la única regla de este viaje.
-¿Te gusta lo que ves? -pregunta con descaro, inclinando la cabeza y dejando que el agua resbale aún más lento por su cuerpo, a propósito.
-¿Qué? ¡No! -respondo demasiado rápido. Me enderezo y me cruzo de brazos, porque no sé qué más hacer con ellos-. ¡Solo entré porque... porque pensé que no estabas aquí!
Él arquea una ceja, con un gesto que al instante me saca de quicio.
-Claro. Tú "pensaste" -dice haciendo comillas, luego cierra el grifo. El silencio de la ducha se vuelve ensordecedor-. Y por pensar, te quedaste ahí, cinco segundos enteros, apreciando cada gota. -Chasquea la lengua-. Interesante.
-No estaba apreciando nada -murmuro, sintiendo cómo mi cara se enciende hasta las orejas-. Fue shock. Fue sorpresa, Killiam. ¿Sabes lo que es eso? ¿La sorpresa? ¿O tu ego no te deja verlo?
Él sonríe con lentitud. Se ve odioso y precioso. Tan precioso que me obstina, porque ya no soporto esa sonrisa. La creía natural y la sentía sincera, pero ya no.
Empieza a secarse el cabello con una toalla que tiene a la mano, como si esta conversación absurda no lo afectara en nada, como si no acabara de pillarme mirándolo y se regodeara en ello.
-Entonces estabas sorprendida... -dice, acercándose sin dejar de sacudir su cabello oscuro, un paso, dos-. No fascinada, ni impresionada, ni un poquito nostálgica.
Trago saliva. Lo hago porque necesito que mi cuerpo responda de alguna manera. Estos últimos días han sido un martirio, y me refiero a más de los siete que han pasado desde que le pedí el divorcio. Odio lo que Killiam me hace sentir, odio que me conozca tan bien que tenga razón.
«Ya no más, por favor, Mackenzie. Sé fuerte».
Bajo la mirada cuando él se detiene delante de mí y ese miembro semiduro que tanto me hizo disfrutar se queda en primera plana.
Adrede.
-¿Puedes cubrirte? No quiero tener que ver... esto -le señalo vagamente con la mano, evitando mirar lo que ya vi.
Lo que sigo viendo de reojo. Lo que no debería hacerme nada, y aun así me remueve todo.
«Joder, no puedo conmigo. Calma las hormonas, carajo».
-Oh, perdón. -Alza una ceja y se escucha burlón-. No pensé que se sintiera raro, hace poco más de una semana estabas de rodillas rogando por más, no creí que...
-Killiam, cállate -ordeno, con la mano levantada, antes de que termine eso que pretende.
-Y como dormimos juntos anoche pensé que habíamos superado la etapa de "ay, qué pudor" -continúa él sin molestarse en cumplir lo que exijo.
-¡No dormimos juntos! ¡Te colaste en la cama como el intruso que eres! -gruño, insistiendo en algo que ya sabía que él iba a usar en mi contra-. Y por favor, cúbrete la verga de una vez...
«Se le está poniendo dura al maldito, por nuestra discusión».
-Relájate, Mack -dice con una sonrisa ladeada-. Solo es un cuerpo. Uno que ya conoces muy bien.
Me trago la rabia, y el calor que me provoca también.
«Dura, Mack. Dura. No le des gusto. No vale la pena».
-Eres imposible -me quejo-. Y deja de sonreír así, pareces un idiota.
-¿Uno sexy? -pregunta, inclinándose un poco hacia mí.
Doy un paso atrás y mi espalda topa contra la pared. La molesta sonrisa de demonio enmarañado se marca un poco más. Da un paso más y queda muy cerca de mí, siento el calor de su cuerpo, aún más que el vapor del baño.
-No te acerques -susurro, porque hablar más fuerte sería admitir que estoy perdiendo control.
Killiam se encoge de hombros, su sonrisa se acentúa.
-Solo estoy tomando mi toalla, estás parada justo aquí -responde, extendiendo el brazo por encima de mi hombro.
Él ni siquiera me toca, pero el calor de su piel se siente igual que un roce. Mi respiración se contiene por un instante, me quedo inmóvil, atrapada entre él y la fría pared, y odio la manera en que mi cuerpo todavía reacciona a su cercanía.
Alcanza la toalla, pero no se retira. Se inclina más y pone su boca a centímetros de mi oreja.
-No tienes que actuar conmigo, Mackenzie. Te he visto sentir... -Su voz baja un tono, a ese que siempre fue mi debilidad-. Y también te he visto temblar.
-Eso fue antes -suelto, con la voz más aguda de lo que me gustaría-. Antes de... todo.
-Mmm. -Asiente despacio, analizándome-. Entonces explícame por qué estás roja como un adorno de Navidad y respirando como si hubiera hecho contigo algo diferente, algo más que ducharme.
-Porque eres un idiota, Killiam. ¡Eso es todo! -le empujo el pecho con la punta de los dedos para apartarlo, pero él no se mueve ni un milímetro.
«Por supuesto. Maldición».
Él baja la mirada al punto exacto donde mis dedos rozaron su piel.
-No pareció que te molestara tanto hace unos minutos -dice con media sonrisa-. Te juro que si me mirabas un segundo más, ibas a retractarte de lo que quieres hacer. ¿Estás segura que no ansías lo que sabes que puedo darte?
-¡Vete al infierno! -gruño, apartándolo por fin cuando se hace a un lado con exagerada cortesía.
-Estoy allí desde que me pediste el divorcio, mi amor -responde, rodeándome para salir del baño y colgándose la toalla alrededor de su cadera-. Pero gracias por el desayuno de ego, me hacía falta.
-Eres insoportable -susurro detrás de él.
-¿Y tú? -Me mira por encima del hombro, con esa maldita sonrisa torcida-. Tú estás temblando, Mack, esa todavía es una buena señal.
Sale y me deja sola en el baño, con el vapor rodeándome, pegada a la pared, tratando de recuperar el aliento y recordándome a mí misma que este hombre ya no es mío.
No es mío, por más que me juró su amor eterno el día que nos casamos.
Y yo le creí.