El lazo de medianoche
img img El lazo de medianoche img Capítulo 1 El Regreso del Heredero
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Capítulo 6 El Café Tardío img
Capítulo 7 La Imperfección Rota img
Capítulo 8 El Vínculo de la Matriarca img
Capítulo 9 Investigación Discreta img
Capítulo 10 El Respiro en el Jardín img
Capítulo 11 El Evento Inesperado img
Capítulo 12 Defensa Sutil img
Capítulo 13 La Mirada de la Familia img
Capítulo 14 La Liberación Silenciosa img
Capítulo 15 El Secreto Murmurado img
Capítulo 16 Pistas y Pergaminos img
Capítulo 17 La Revelación en el Cristal img
Capítulo 18 El Secreto como Conector img
Capítulo 19 Tensión Sutil en la Junta img
Capítulo 20 La Venganza Pública y la Revelación img
Capítulo 21 Las Consecuencias de la Revelación img
Capítulo 22 La Intimidad Forjada en la Guerra img
Capítulo 23 La Estrategia del Compromiso Público img
Capítulo 24 La Consumación en Cayo Largo img
Capítulo 25 El Terreno Prohibido img
Capítulo 26 La Prueba de Lealtad y la Llave Final img
Capítulo 27 La Consecuencia Implacable img
Capítulo 28 La Trascendencia del Secreto img
Capítulo 29 El Jardín Oculto en Mendoza img
Capítulo 30 La Sorpresa Silenciosa img
Capítulo 31 La Sangre Compartida img
Capítulo 32 La Misión de Rescate Silencioso img
Capítulo 33 El Precio del Silencio img
Capítulo 34 El Precio del Silencio (Parte 2) img
Capítulo 35 El Eslabón Perdido img
Capítulo 36 La Sombra del Linaje img
Capítulo 37 El Precio de la Sangre img
Capítulo 38 La Paz Armada img
Capítulo 39 La Confesión de los Condenados img
Capítulo 40 El Santuario en el Abismo img
Capítulo 41 La Guarida de la Loba img
Capítulo 42 La Boca del Lobo img
Capítulo 43 El Rey Caído img
Capítulo 44 El Fantasma de la Lluvia img
Capítulo 45 La Terapia img
Capítulo 46 El Contacto img
Capítulo 47 El pacto del Relojero img
Capítulo 48 Muerte de Valeria Montez img
Capítulo 49 Infiltración Nivel 1 img
Capítulo 50 La Cena de los Demonios img
Capítulo 51 Sabotaje img
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El lazo de medianoche

DaniM
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Capítulo 1 El Regreso del Heredero

El Mercedes-Maybach negro se deslizó con un silencio impasible sobre el pavimento pulido del camino de entrada. Incluso antes de que el vehículo se detuviera por completo, Aarón D'Angelo ya había ajustado el nudo perfecto de su corbata de seda azul medianoche. No era un gesto de vanidad, sino un mecanismo de reajuste. Al cruzar el umbral de su hogar, el traje se convertía en armadura y el CEO en el hijo.

Los últimos diez días en Singapur habían sido una sucesión agotadora de negociaciones implacables que culminaron en la adquisición más importante del conglomerado inmobiliario D'Angelo en la última década. El éxito era palpable, frío y matemáticamente satisfactorio. Aarón se sentía más cómodo en la presión de una sala de juntas que en el silencio opulento de la Mansión D'Angelo.

-Señor Aarón, bienvenido a casa -murmuró el chófer, abriendo la puerta.

Aarón asintió, su rostro una máscara de compostura controlada. Al pisar el mármol italiano, el eco de sus zapatos resonó en el vasto hall de doble altura. La casa era una obra maestra de la arquitectura moderna: cristal, cromo y espacios abiertos que gritaban poder y, paradójicamente, soledad.

En el fondo del hall, emergió la figura que dictaba la temperatura emocional de todo el clan: Doña Elena D'Angelo, su madre. No era una mujer que gritara o hiciera escándalos, sino que manejaba el poder a través de la decepción silenciosa.

-Aarón -su voz era baja y precisa, como el tic de un cronómetro suizo-. Diez días. ¿La adquisición valió la pena la ausencia en el cumpleaños de tu tía Sofía?

El CEO se acercó a besar su mejilla, un gesto que era más un reconocimiento de protocolo que un acto de afecto.

-Madre, sabes que esa adquisición asegura nuestra posición en el mercado asiático por los próximos veinte años. Es un legado.

Doña Elena suspiró, su mirada evaluando su traje, su postura, todo.

-El legado, hijo, es también saber quién eres cuando cierras la puerta de la oficina. Tu compromiso personal también es un pilar, Aarón. Tu prometida llamó tres veces. ¿La has llamado tú?

Aarón desvió el tema con la habilidad que usaba para desviar preguntas incómodas de los accionistas.

-Por supuesto, madre. ¿Y tú? ¿Cómo has estado? ¿Todo bien con la fisioterapia?

La mención de la fisioterapia no era casual. Era la única área donde Doña Elena había cedido el control a un tercero, y por eso, era un punto de interés.

-He estado mucho mejor, gracias. Y es gracias a la dedicación de Valeria. Es una bendición. -Doña Elena sonrió, una sonrisa genuina que Aarón rara vez veía-. Es... diferente a las otras. Es profesional, pero tiene una calma que me hace bien.

Aarón frunció ligeramente el ceño. Las "otras" eran la docena de profesionales altamente cualificados que su madre había despedido por ser demasiado intrusivos, demasiado ruidosos o demasiado charlatanes. La aprobación tan efusiva por parte de Doña Elena era un hecho casi milagroso.

-¿Valeria Montez, dices? -preguntó Aarón, probando el nombre. Era un nombre con un sonido suave que contrastaba con los nombres duros y corporativos que llenaban su agenda.

-Sí. Ella. Ha estado aquí casi dos meses. Está en el ala de la oficina ahora, terminando un informe para mí. Te sugiero que la trates con respeto; no quiero que se vaya. Es indispensable.

La palabra "indispensable" resonó en la mente de Aarón. En su mundo, la única persona indispensable era él.

Se despidió de su madre y se dirigió a su oficina personal, ignorando la necesidad de cambiar su traje. Necesitaba repasar los informes de la casa antes de sumergirse en los reportes de Singapur. El orden era su santuario.

Cruzó el pasillo que llevaba al ala más antigua de la mansión, que se usaba como ala de trabajo y biblioteca. Las luces estaban tenues. El aroma en el aire era de papel antiguo y sándalo, no el habitual perfume de flores y ambientador de lujo.

Al pasar junto a la puerta de la sala de estudio, que su madre usaba a menudo, la vio.

Valeria Montez.

No estaba vestida con un uniforme médico estéril, sino con ropa de negocios sencilla y elegante: una blusa de seda y pantalones oscuros. Estaba sentada a una mesa de caoba maciza, inmersa en una pila de documentos, la luz de una lámpara de cuello de cisne iluminando el perfil de su rostro concentrado. No estaba haciendo estiramientos o ejercicios; estaba analizando información.

Su cabello oscuro estaba recogido en una trenza pulcra, revelando un cuello esbelto y una postura impecable. No era ostentosa; de hecho, parecía la antítesis de todo lo que la familia D'Angelo valoraba superficialmente. Tenía una belleza serena que no buscaba la atención, sino que la obligaba.

Se sentía como si Aarón estuviera espiándola, aunque estaba parado en el pasillo principal. Había una paz en su concentración que era ajena a la tensión perpetua de la Mansión D'Angelo.

Ella levantó la vista de repente, como si sintiera su presencia. Sus ojos, de un marrón profundo y expresivo, se encontraron con los de Aarón.

El contacto visual fue breve -apenas un segundo-, pero suficiente para perforar la armadura de Aarón. No había sumisión ni admiración servil en su mirada, solo un reconocimiento tranquilo.

Valeria asintió cortésmente, una diminuta inclinación de cabeza.

-Señor D'Angelo -murmuró, volviendo inmediatamente a sus documentos.

Aarón, el hombre que dominaba a juntas enteras con su sola presencia, se sintió momentáneamente desarmado. Solo pudo devolver el asentimiento.

Continuó su camino hacia su oficina, pero la imagen de Valeria, trabajando silenciosa e intensamente en el corazón de su hogar, se había quedado grabada. Por primera vez en diez días, su mente no estaba enfocada en acciones, contratos o intereses compuestos. Estaba enfocada en la calma ajena que había irrumpido en su vida perfectamente controlada.

Ella es personal, se recordó. Es una empleada. No es tu problema.

Pero al tomar asiento en su escritorio de cristal, su mano, en lugar de alcanzar el informe de Singapur, rozó inconscientemente la llave antigua que su madre le había dado hace meses, la que supuestamente abría la cerradura del misterio de la "Propiedad Oculta". Una llave que, según Doña Elena, solo Valeria podía ayudar a interpretar.

La barrera profesional acababa de ser trazada, y Aarón ya sentía el impulso irracional de cruzarla.

            
            

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