El lazo de medianoche
img img El lazo de medianoche img Capítulo 3 La Rutina Impecable
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Capítulo 6 El Café Tardío img
Capítulo 7 La Imperfección Rota img
Capítulo 8 El Vínculo de la Matriarca img
Capítulo 9 Investigación Discreta img
Capítulo 10 El Respiro en el Jardín img
Capítulo 11 El Evento Inesperado img
Capítulo 12 Defensa Sutil img
Capítulo 13 La Mirada de la Familia img
Capítulo 14 La Liberación Silenciosa img
Capítulo 15 El Secreto Murmurado img
Capítulo 16 Pistas y Pergaminos img
Capítulo 17 La Revelación en el Cristal img
Capítulo 18 El Secreto como Conector img
Capítulo 19 Tensión Sutil en la Junta img
Capítulo 20 La Venganza Pública y la Revelación img
Capítulo 21 Las Consecuencias de la Revelación img
Capítulo 22 La Intimidad Forjada en la Guerra img
Capítulo 23 La Estrategia del Compromiso Público img
Capítulo 24 La Consumación en Cayo Largo img
Capítulo 25 El Terreno Prohibido img
Capítulo 26 La Prueba de Lealtad y la Llave Final img
Capítulo 27 La Consecuencia Implacable img
Capítulo 28 La Trascendencia del Secreto img
Capítulo 29 El Jardín Oculto en Mendoza img
Capítulo 30 La Sorpresa Silenciosa img
Capítulo 31 La Sangre Compartida img
Capítulo 32 La Misión de Rescate Silencioso img
Capítulo 33 El Precio del Silencio img
Capítulo 34 El Precio del Silencio (Parte 2) img
Capítulo 35 El Eslabón Perdido img
Capítulo 36 La Sombra del Linaje img
Capítulo 37 El Precio de la Sangre img
Capítulo 38 La Paz Armada img
Capítulo 39 La Confesión de los Condenados img
Capítulo 40 El Santuario en el Abismo img
Capítulo 41 La Guarida de la Loba img
Capítulo 42 La Boca del Lobo img
Capítulo 43 El Rey Caído img
Capítulo 44 El Fantasma de la Lluvia img
Capítulo 45 La Terapia img
Capítulo 46 El Contacto img
Capítulo 47 El pacto del Relojero img
Capítulo 48 Muerte de Valeria Montez img
Capítulo 49 Infiltración Nivel 1 img
Capítulo 50 La Cena de los Demonios img
Capítulo 51 Sabotaje img
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Capítulo 3 La Rutina Impecable

La mañana en la Mansión D'Angelo se desplegaba con una precisión militar que Aarón apreciaba. A las seis en punto, la luz del sol golpeaba el mármol, a las siete, los informes de mercado estaban en su escritorio, y a las ocho y media, el chófer estaba listo. Era un universo de certidumbre.

Pero ahora, esa certidumbre tenía un nuevo punto focal: el ala de la casa de su madre, Doña Elena.

Aarón, que nunca desayunaba, se encontró tomando un café en la mesa del hall a las siete y cuarenta y cinco de la mañana. Su excusa era esperar un documento de la oficina de París. Su verdadero motivo era el horario de Valeria.

A esa hora, Valeria Montez ya había finalizado la primera sesión de fisioterapia de la mañana con Doña Elena, y comenzaba su labor como asistente de confianza.

Mientras Aarón hojeaba distraídamente un informe financiero, vio a Valeria emerger del pasillo. Llevaba ropa cómoda pero pulcra, su cabello oscuro recogido con la misma disciplina de su carácter. A diferencia de la noche anterior, hoy su rostro reflejaba solo profesionalismo, como si la conversación sobre historias y secretos nunca hubiera existido.

-Buenos días, Señor D'Angelo -saludó con una leve inclinación de cabeza, sin detenerse.

-Valeria -respondió él, su voz algo más grave de lo habitual. Sintió una ligera punzada de decepción por la brevedad del encuentro.

Ella continuó su camino hacia la cocina, supuestamente a preparar el té de hierbas especial de Doña Elena. Aarón observó cómo se movía, con una eficiencia silenciosa que contrastaba con el ritmo frenético de los demás empleados. No se apresuraba, pero tampoco perdía el tiempo.

Minutos después, Aarón dejó caer el pretexto de los informes y caminó hacia el salón principal, donde Doña Elena solía tomar su desayuno. La escena que encontró era un cuadro de intimidad prohibida.

Valeria estaba sentada al lado de Doña Elena, pero no como una empleada; más como una compañera o una nieta. Doña Elena bebía su té y Valeria leía en voz baja las noticias del día. No las noticias financieras que Aarón seguía, sino artículos sobre arte, política local y jardinería. Eran conversaciones de la vida, no de los negocios.

-...y la subasta benéfica del Museo del Prado está generando controversia por el precio base de la escultura -leía Valeria, con un tono neutro, pero cautivador.

-Tonterías -bufó Doña Elena con afecto-. Si fuera mía, ni la pondría en subasta. Aarón, hijo, deja de acechar el pasillo y siéntate.

Aarón entró, sintiéndose de repente como un extraño en su propia casa. Se acercó a su madre y besó su frente.

-Veo que te mantienen al día, madre.

-Valeria me mantiene cuerda -replicó Doña Elena, tomando la mano de Valeria-. No solo me ayuda con mis articulaciones, sino que me recuerda que hay un mundo fuera de los balances contables que tú nos obligas a vivir.

Aarón sintió una punzada de celos que tuvo que reprimir. Valeria había logrado en dos meses lo que él, como hijo, no había logrado en años: darle paz y una conexión auténtica a su madre.

-Me alegra que te sientas bien -dijo Aarón, dirigiéndose a Valeria con un tono formal, intentando reestablecer la jerarquía-. Valeria, ¿puedes asegurarte de que la información del viaje de mi madre a la clínica la semana que viene esté lista?

Valeria asintió sin alterarse.

-Ya está archivada, Señor D'Angelo. Todos los documentos médicos y la coordinación del transporte están listos en la carpeta azul sobre el escritorio.

Su eficiencia era tan impecable que no dejaba margen para una conversación. Era un muro profesional construido con perfección.

Doña Elena, notando la tensión subyacente entre su hijo y su asistente, intervino con astucia:

-Valeria, mientras Aarón intenta imponer su ritmo, ¿por qué no le cuentas sobre la traducción de anoche?

Valeria dudó un instante, mirando a Aarón con una reserva que él encontró fascinante.

-Doña Elena me pidió que tradujera unas notas antiguas de la abuela Lucía -explicó Valeria-. Estaban en un dialecto poco común y contenían referencias a la historia familiar, específicamente a la casa de campo en la que creció su madre.

Aarón se inclinó levemente. Este era el puente que había estado buscando.

-¿La casa de campo? ¿La de Castilla? Mi abuela no solía hablar mucho de ella. ¿Había algo de valor?

Valeria dudó visiblemente, un destello de conflicto en sus ojos.

-Solo valor sentimental, Señor D'Angelo. Describía los jardines, las rosas...

-Tonterías -interrumpió Doña Elena, con una sonrisa pícara-. Yo le dije a Valeria que buscara la historia detrás de la casa, Aarón. Se rumorea que la casa de campo original no estaba en Castilla, sino en la costa. Y que fue... reubicada. ¿Puedes imaginar algo tan absurdo, hijo?

Aarón notó el juego de su madre. Ella estaba utilizando el misterio familiar como una forma de obligar a la interacción entre su hijo y Valeria. Era una táctica sutil y, para Aarón, frustrante.

-Madre, las leyendas rurales no son parte de los activos de D'Angelo. Valeria, agradezco tu dedicación a los intereses personales de mi madre.

El tono de Aarón era cortés, pero firme. Estaba marcando una línea: intereses personales, no de la empresa.

Valeria captó el mensaje de inmediato.

-Por supuesto, Señor D'Angelo. Mi enfoque principal es el bienestar y los requerimientos personales de Doña Elena.

Esa declaración, aunque profesional, reafirmó la posición de Valeria como intocable. Ella estaba bajo la protección directa e incondicional de la matriarca. Si Aarón intentaba acercarse a ella, no solo estaría cruzando la línea de CEO/empleada, sino que estaría traicionando la confianza de su madre y poniendo en riesgo su comodidad y salud.

Aarón observó el fuerte vínculo entre las dos mujeres. Valeria no era simplemente una empleada; era el pilar emocional de su madre. Atentar contra ella sería un acto de vandalismo contra la única paz que reinaba en el clan D'Angelo.

Se levantó de la silla, el café sin terminar, la verdad sobre Valeria latiendo bajo la superficie de su control. Ella representaba no solo un deseo prohibido, sino la posibilidad de la catástrofe familiar.

-Si me disculpan, tengo que llamar a la oficina de Singapur. Que tengan un buen día -dijo Aarón, retirándose del salón.

Mientras caminaba hacia su oficina, se dio cuenta de que su rutina ya no era impecable. Estaba infectada por la presencia constante y la barrera infranqueable de Valeria Montez. El silencio de su oficina, antes un refugio, ahora se sentía como una celda. Quería los hechos duros; ella le ofrecía leyendas que tenían el potencial de hundir su imperio.

            
            

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