Capítulo 5

Matilde POV:

En el instante exacto en que Eduardo pronunció la palabra "boda", Bella lanzó un jadeo dramático. Se llevó la mano al pecho y se tambaleó, fingiendo mareo. "¡Ay, Eduardo! Me siento tan... tan débil. Creo que mi tobillo no está del todo bien después de todo. Y la emoción de verte... me agota" .

Eduardo, como un títere con hilos, se levantó de inmediato. La preocupación borró cualquier rastro de nuestra conversación. "¡Bella! ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Un médico?" . Me miró de reojo, apenas un parpadeo de reconocimiento. Su atención, su preocupación, su mundo entero, giraba alrededor de ella. Yo no estaba allí. Nunca lo estuve.

Bella se apoyó en él, su cuerpo lánguido contra el suyo. "Solo necesito... que me lleves a casa, mi amor. Me siento mareada. No quiero arruinar el momento de Matilde, pero... no puedo más" .

Eduardo ya estaba decidiendo, su mente un torbellino de pánico por Bella. "Matilde, yo... tengo que llevar a Bella. Su salud es lo primero. Volveré. Lo prometo. Para hablar de la boda" .

Sonreí. Una sonrisa serena, casi beatífica. "Por supuesto, Eduardo. Haz lo que debas. La salud de Bella es primordial" .

Él dudó un segundo, una fracción de segundo de culpa, luego asintió y la ayudó a levantarse. Bella, acurrucada en sus brazos, me lanzó una mirada fugaz por encima del hombro de Eduardo. Una mirada llena de triunfo, de burla, de victoria absoluta. No la devolví. No sentí nada.

Eduardo la ayudó a salir, sus pasos apresurados. "Vuelvo enseguida, Matilde. ¡No te vayas!" .

Observé cómo se perdían en la distancia, la figura de Bella aferrada a él como una enredadera. La calma en mi interior era absoluta. Una comprensión profunda y liberadora me invadió. Esto era todo. El final. No había vuelta atrás. Eduardo había sellado nuestro destino con su ceguera y su debilidad. Su partida fue la última pieza de un rompecabezas que me mostraba la imagen completa de mi liberación.

Regresé a la hacienda, a la habitación donde había pasado los últimos cinco años de mi vida. Mis movimientos eran precisos, metódicos. Empaqué mis pocas pertenencias. No había lágrimas, solo una determinación fría y cortante.

De repente, la voz de Eduardo resonó en mi mente, a través del vínculo que una vez creí irrompible. Matilde, perdóname. Bella se puso peor. Creo que necesita descansar. No podré volver esta noche. Pero mañana, sí. Mañana planearemos la boda. ¡Lo juro! Mañana serás mi esposa, mi Matilde. Mi destinada.

Una risa sin alegría escapó de mis labios. Tomé un pequeño amuleto, una reliquia familiar que había guardado oculta durante años. Un objeto de poder ancestral.

Con el amuleto en la mano, comencé a recitar. Las palabras antiguas, olvidadas por la mayoría, fluyeron de mi boca con una fuerza que me sorprendió. Mi voz se convirtió en un eco, un cántico de poder que llenó la habitación.

"Escúchame, Eduardo Calvet" , envié a través del vínculo, mi voz mental resonando con una autoridad que nunca antes había usado. "He dejado tu dominio. He roto mi voto. No estoy más atada a ti. Declaro ante los Antiguos, ante el cielo y la tierra, que nuestra conexión está rota. Mis hilos ya no están anudados a los tuyos. No somos nada. Y nunca más nos volveremos a encontrar" .

La energía fluyó a través del amuleto y por mis venas. Un dolor agudo me atravesó, como si un rayo me hubiera partido por la mitad. Mis músculos se contrajeron, mi visión se nubló. Era la separación de nuestras almas, una agonía que superaba cualquier otra. Pero no me detuve. Mi voluntad era más fuerte que el dolor.

A lo lejos, sentí un grito desgarrador, un aullido de puro tormento. Era Eduardo. Sabía que era él. El vínculo se rompió por completo, no con un desgarro, sino con un silencio atronador. Ya no había nada. Solo libertad.

"Guardias" , dije, mi voz aún resonando con el poder recién desatado. "Preparen mi salida. Regresamos a casa" .

Miré por última vez el horizonte, el sol que se alzaba sobre las tierras de Eduardo. Ya no existía para mí. Había nacido de nuevo. Y esta vez, lo haría a mi manera.

            
            

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