Punto de vista de Jenna Hayes:
Las palabras de Doris me atravesaron, cada una un corte fresco.
-¡Desvergonzada! ¡Promiscua! ¡Lo has arruinado todo!
No había preocupación en su voz, solo asco.
Mi mirada volvió a caer sobre las fotos en el suelo. Reconocí las sábanas, el tenue patrón del papel tapiz. Era el dormitorio de Damián. Él las había tomado. Mientras yo estaba inconsciente.
La revelación me golpeó con la fuerza de un golpe físico. Un dolor agudo estalló en mi pecho, una sensación terrible que me dejó sin aliento. Mi visión se nubló.
Estas fotos, tomadas apenas anoche, ya habían circulado. Alguien había estado ansioso por difundirlas, por humillarme.
Damián. Apenas unos días atrás, me había abrazado, susurrando promesas. Juró que me amaba, juró que nos casaríamos después de la graduación. Me había engatusado, encantado, me había llenado de alcohol hasta que mi resistencia se desmoronó. Había interpretado el papel del novio devoto, haciéndome reír, haciéndome sentir segura. Me hizo creer que realmente le importaba.
Había arrastrado mi cuerpo semiinconsciente a su cama, una y otra vez, perdido en su propio deseo retorcido. Y yo, en mi patética esperanza, había creído que me amaría para siempre.
-¿Quién tomó estas, Jenna? -exigió Doris, su voz cortando la niebla de mi shock. Me agarró del brazo, su agarre firme-. ¡Dime! ¿Quién es?
Sus ojos no buscaban mi dolor. Buscaban respuestas, control de daños. Su reputación. La reputación del señor Reynoso. Eso era todo lo que importaba. No yo. Nunca yo.