La abogada del padrino
img img La abogada del padrino img Capítulo 5 VOCES EN LA SOMBRA
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Capítulo 6 EL ENEMIGO EN CASA img
Capítulo 7 BANQUETE DE SOMBRAS img
Capítulo 8 EL BRINDIS DE LA SOSPECHA img
Capítulo 9 EL CÍRCULO SE CIERRA img
Capítulo 10 BAJO TIERRA img
Capítulo 11 LA CARTA BAJO LA MANGA img
Capítulo 12 EL ARQUITECTO DEL ENGAÑO img
Capítulo 13 EL PRECIO DE LA INMUNIDAD img
Capítulo 14 LA NUEVA ARQUITECTURA img
Capítulo 15 LA PRIMERA ENTREGA img
Capítulo 16 GINEBRA Y EL ESPECTRO DEL HELVÉTICO img
Capítulo 17 EL PRECIO DE LA TRAICIÓN img
Capítulo 18 EL ARMA DE LA GUERRA ECONÓMICA img
Capítulo 19 LA CASUALIDAD Y EL CONTRATO img
Capítulo 20 EL NOMBRE DEL INOCENTE img
Capítulo 21 EL MATRIMONIO CORPORATIVO img
Capítulo 22 EL FUEGO CRUZADO LEGAL img
Capítulo 23 LA SANGRE DEL CAPO img
Capítulo 24 EL LEGADO RECUPERADO img
Capítulo 25 EL ARCHIVO DEL PATRIMONIO img
Capítulo 26 LA MADRE DEL LEGADO img
Capítulo 27 LA LLAVE EN LA SOMBRA img
Capítulo 28 LA VISITA CONYUGAL img
Capítulo 29 LA LIBERACIÓN Y EL DOCUMENTO CLAVE img
Capítulo 30 LA SUCESIÓN NO DESEADA img
Capítulo 31 LA CLAVE DE DIANA img
Capítulo 32 EL ARCO DEL NUEVO LEGADO img
Capítulo 33 LA CITA CON LA HISTORIA img
Capítulo 34 EL EXPEDIENTE SIETE img
Capítulo 35 LA SOMBRA DE ROMA img
Capítulo 36 LA CENA DE LA VIEJA GUARDIA img
Capítulo 37 EL ARCHIVO EN EL RELICARIO img
Capítulo 38 EL PRECIO DEL ARQUITECTO img
Capítulo 39 EL CAMPANARIO Y LA MENTE MAESTRA img
Capítulo 40 EL LEGADO DE LA FE img
Capítulo 41 LA SOMBRA DEL INQUISIDOR img
Capítulo 42 LA CONQUISTA DE LA REINA img
Capítulo 43 EL DESPERTAR DEL AS img
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Capítulo 5 VOCES EN LA SOMBRA

El amanecer sobre la ciudad no trajo claridad, solo una luz gris y difusa que se filtraba a través de las persianas del ático de Valeria. No había dormido. Las sábanas de hilo egipcio, normalmente un refugio de frescura y descanso, se habían sentido esa noche como un sudario enredado alrededor de su cuerpo.

A las seis de la mañana, Valeria ya estaba de pie, con una taza de café negro en la mano, observando la isla de mármol de su cocina. El gemelo de Silvio ya no estaba allí. Lo había escondido en el lugar más seguro y cliché que se le ocurrió: dentro del depósito de agua de su cafetera de espresso italiana de repuesto, esa que nunca usaba y que adornaba la estantería más alta. Era un escondite temporal, desesperado, pero suficiente para pasar el día.

Se vistió con una lentitud ritual. Eligió un traje blanco inmaculado, un contraste deliberado con la oscuridad que sentía crecer en su interior. El blanco proyectaba inocencia, pureza y, sobre todo, intocabilidad. Era un mensaje visual para Rafael Torres: No puedes mancharme.

El trayecto hacia la Fiscalía del Distrito fue una tortura silenciosa. La ciudad despertaba con su caos habitual, pero Valeria veía amenazas en cada motocicleta que se acercaba demasiado a su ventana y en cada coche con cristales tintados. La paranoia se estaba convirtiendo en su copiloto.

El edificio de la Fiscalía era una mole de hormigón brutalista, un laberinto de burocracia y linóleo desgastado que olía a papel viejo y desesperanza. Valeria caminó por los pasillos con la cabeza alta, ignorando las miradas curiosas de los secretarios y los murmullos de los abogados novatos que la reconocían como "La Reina de Hielo".

Rafael Torres la esperaba en su despacho. La puerta estaba abierta.

Rafael no había cambiado mucho desde sus días en la facultad de derecho, salvo por las líneas de fatiga alrededor de los ojos y algunas canas prematuras en las sienes que, injustamente, lo hacían parecer más distinguido. Estaba sentado detrás de un escritorio sepultado bajo montañas de expedientes, con la corbata aflojada y las mangas de la camisa remangadas.

Al verla entrar, se puso de pie, pero no sonrió. No hubo el cálido abrazo de los viejos tiempos, ni la broma cómplice. Solo una formalidad tensa.

-Valeria. Gracias por venir.

-Me citaste con una amenaza, Rafael. No es el tipo de invitación que se rechaza -respondió ella, cerrando la puerta tras de sí. Se sentó sin esperar a que se lo ofrecieran, colocando su bolso en el suelo-. Tienes cinco minutos antes de que tenga que estar en el juzgado. ¿De qué se trata esta farsa de la grabación?

Rafael suspiró y se pasó una mano por el cabello. Se dejó caer de nuevo en su silla, mirándola con una mezcla de frustración y algo que, dolorosamente, se parecía a la preocupación.

-No es una farsa, Val. Ojalá lo fuera. Sabes que no te habría llamado si no fuera serio.

Abrió un cajón y sacó una grabadora digital pequeña, un modelo antiguo, nada sofisticado. La colocó en el centro del escritorio, como si fuera una granada sin anilla.

-Esto llegó a mi oficina ayer por la mañana. Anónimo. Un sobre manila sin huellas, sin remitente. Solo decía: "La verdad sobre Arriaga".

-Cualquiera puede enviar un anónimo -dijo Valeria con desdén, aunque sus manos se apretaron sobre los reposabrazos de la silla-. Probablemente es algún loco buscando atención.

-Escúchalo -dijo Rafael, y presionó el botón de reproducción.

El audio comenzó con estática, un siseo blanco y áspero. Luego, se escucharon pasos. El sonido de una puerta cerrándose. Y entonces, las voces.

"Ernesto, esto no puede seguir así. Te estás volviendo descuidado."

El corazón de Valeria dio un vuelco violento contra sus costillas. Era su voz. No una imitación barata. Era su timbre, su cadencia, esa ligera pausa que hacía antes de enfatizar una palabra.

Luego, la voz del Senador Arriaga, temblorosa y agitada:

"No tengo elección. Ellos saben lo de las cuentas. Si no pago, publicarán todo."

La voz de Valeria de nuevo, fría, implacable:

"Entonces soluciona el problema, Ernesto. O lo solucionaremos nosotros. No me hagas limpiar tu desastre otra vez."

Hubo un sonido de algo rompiéndose, quizás un vaso, y luego la grabación se cortó abruptamente, volviendo a la estática.

El silencio en el despacho de Rafael fue ensordecedor. Valeria se quedó mirando la pequeña grabadora negra, sintiendo cómo la sangre se drenaba de su rostro. Era una falsificación perfecta.

-Yo nunca dije eso -susurró, y aunque intentó sonar firme, la incredulidad tiñó sus palabras-. Nunca estuve en esa habitación. Nunca hablé con Arriaga en esos términos. Es un montaje. Inteligencia Artificial. Deepfake.

-Eso pensé al principio -admitió Rafael-. Nuestros técnicos de audio lo analizaron toda la noche. Val, si es un deepfake, es el mejor que han visto nunca. No hay cortes digitales obvios, ni distorsiones en las frecuencias de la voz. El ruido de fondo, la acústica de la habitación... coincide con la suite del Hotel Imperial.

-¡Es imposible! -Valeria se puso de pie, furiosa-. ¿Me estás acusando de conspirar para matar a un senador? ¿Yo? Rafael, me conoces.

Rafael la miró fijamente, sus ojos oscuros buscando una grieta en su defensa.

-Conocía a la Valeria que quería cambiar el sistema desde dentro. No conozco a la Valeria que acepta defender al hijo de Máximo Mendoza veinticuatro horas después del asesinato.

Se levantó y rodeó el escritorio, apoyándose en el borde, cerca de ella.

-Mira, Val. Sé que esto huele mal. Sé que alguien está intentando implicarte. Pero la pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de fabricar una prueba tan elaborada contra ti? A menos que... ya estés metida en algo que no me estás contando.

Valeria sintió el peso del secreto de las Islas Caimán y del gemelo de Silvio. Estaba rodeada. Si le decía la verdad a Rafael sobre el chantaje de Mendoza, él la arrestaría por el fraude financiero. Si no decía nada, esa grabación podría ser usada para procesarla como cómplice de asesinato.

-No tengo nada que contarte, Rafael. Mi cliente es inocente. Y esta grabación es basura fabricada para sacarme del caso porque saben que voy a ganar.

Rafael negó con la cabeza, decepcionado.

-Si esa grabación sale a la luz, tu carrera se acaba. Te inhabilitarán preventivamente. La prensa te destrozará.

-¿Es eso una amenaza?

-Es una oferta -dijo Rafael, bajando la voz-. Ayúdame, Valeria. Sé que Mendoza te tiene agarrada por algo. Dame algo sólido contra Máximo o contra Gabriel. Conviértete en testigo protegido. Puedo hacer desaparecer esta grabación. Puedo decir que el análisis forense determinó que era falsa. Puedo protegerte.

La oferta colgaba en el aire, tentadora y letal. Rafael le ofrecía una salida, pero el precio era traicionar a un hombre que mataba a los traidores y a sus familias. Y además, Valeria no estaba segura de si Rafael realmente podía protegerla de Silvio Carvajal.

-No necesito que me salves, Rafael -dijo Valeria, recogiendo su bolso y recomponiendo su máscara de frialdad-. Y si intentas usar esa grabación en la corte, traeré a los mejores peritos de sonido del mundo para demostrar que es falsa. Y luego te demandaré por difamación hasta que tengas que vender este escritorio barato para pagarme.

Se giró y caminó hacia la puerta.

-Valeria -la llamó Rafael antes de que saliera.

Ella se detuvo, con la mano en el pomo.

-Ten cuidado. Lo que sea que estés haciendo... esos hombres no juegan con las mismas reglas que nosotros. Y esta grabación demuestra que alguien muy poderoso quiere verte caer, y no es Mendoza.

Valeria salió sin responder, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria.

De vuelta en su coche, sus manos temblaban tanto que tuvo que esperar dos minutos antes de poder meter la llave en el contacto. Su mente trabajaba a mil por hora. La grabación era aterradora no por lo que decía, sino por cómo sonaba. Las palabras... "No me hagas limpiar tu desastre otra vez".

Esa frase.

Valeria cerró los ojos, rebuscando en su memoria. Ella había dicho esa frase. Exactamente esa frase. Pero no a Arriaga.

Hace seis meses. En su propia oficina. Discutiendo con un cliente corporativo que había estropeado una fusión.

"No me hagas limpiar tu desastre otra vez."

Alguien la había grabado. En su despacho. En su santuario.

Condujo hacia su bufete, saltándose dos semáforos en ámbar. Al llegar a la torre, subió directamente al piso 42. Entró como un vendaval, ignorando el saludo de la recepcionista.

-¡Clara! -gritó mientras entraba en su oficina privada.

Su asistente apareció en la puerta un segundo después, con una tablet en la mano y cara de susto.

-¿Sí, señora Santander? ¿Pasó algo en la fiscalía?

-Cancela mis citas de la mañana. Nadie entra aquí. Nadie. ¿Entendido?

-Sí, por supuesto.

Valeria cerró la puerta y echó el pestillo. Se quitó la chaqueta blanca y la arrojó al sofá. Comenzó a recorrer la habitación. Miró debajo de las mesas, detrás de los cuadros, en las macetas de las orquídeas.

Si habían grabado esa frase en su oficina, tenía que haber un micrófono. O lo hubo.

Revisó la lámpara de escritorio. Nada. Revisó el teléfono fijo. Nada.

Se detuvo en el centro de la habitación, obligándose a pensar como el enemigo. Si ella quisiera grabarse a sí misma, ¿dónde pondría el dispositivo? En un lugar con buena acústica, cerca de donde ocurrían las conversaciones, pero que pasara desapercibido porque siempre había estado allí.

Sus ojos se posaron en el regalo que recibió hace un año de un "admirador anónimo" tras ganar un caso importante. Un elegante reloj de escritorio de bronce y mármol, estilo art decó. Siempre le había parecido un poco ostentoso, pero lo había dejado en la estantería detrás de su sillón porque daba un aire de autoridad.

Se acercó al reloj. Marcaba las 09:15.

Lo tomó con ambas manos. Era pesado. Le dio la vuelta. La tapa de las pilas parecía normal. Valeria tomó un abrecartas de su escritorio y forzó la tapa.

Dentro, junto al mecanismo del reloj y la batería AA, había un pequeño chip negro soldado de forma casera pero eficiente, con un diminuto punto rojo que parpadeaba intermitentemente. Un transmisor.

Valeria sintió un frío glacial en el estómago. Llevaba meses siendo escuchada. Cada llamada, cada estrategia, cada momento de debilidad. Quizás incluso sabían lo de las Islas Caimán por alguna llamada que hizo desde aquí.

Pero lo más aterrador no era el dispositivo. Era recordar cuándo llegó el reloj.

No fue un regalo de un cliente. Llegó en una caja con el logotipo de una tienda de antigüedades exclusiva. Y la tarjeta... la tarjeta solo decía: "Para que nunca pierdas el tiempo."

En ese momento, la puerta de su oficina sonó. Tres golpes secos.

Valeria se sobresaltó, ocultando el reloj detrás de su espalda instintivamente.

-Dije que no quería interrupciones, Clara -gritó.

La puerta se abrió. Pero no era Clara. La cerradura había sido ignorada como si no existiera.

Silvio Carvajal entró en su oficina, cerrando la puerta suavemente tras de sí. Llevaba el mismo traje oscuro, la misma sonrisa vacía. Y en su mano, sostenía un pequeño maletín.

-Disculpe la intrusión, abogada -dijo Silvio, sus ojos recorriendo la habitación como si buscara algo, deteniéndose un microsegundo en las manos de Valeria ocultas tras su espalda-. Máximo me envía. Dice que olvidó darle algo anoche. Algo que necesitará para defender a Gabriel.

Silvio dio un paso adelante. Valeria retrocedió, chocando contra la estantería. Tenía el micrófono en una mano y el conocimiento de que Silvio era un asesino en la otra. Y ahora, estaban solos en su torre de cristal, que de repente parecía una prisión transparente.

-¿Qué es? -preguntó Valeria, su voz apenas un hilo.

Silvio dejó el maletín sobre el escritorio y lo abrió. Dentro no había documentos, ni dinero.

Había una pistola. Limpia, negra, letal.

-Protección -dijo Silvio, mirándola a los ojos-. Las cosas se van a poner feas, Valeria. Y queremos asegurarnos de que nuestra inversión esté segura.

                         

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