La ecuaciion del Perdon
img img La ecuaciion del Perdon img Capítulo 5 La Puerta de Cristal
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Capítulo 6 Aceptamos sus términos img
Capítulo 7 La Cena y el Precio de la Memoria img
Capítulo 8 El Costo del Acero img
Capítulo 9 El Arma del Arrepentimiento img
Capítulo 10 La Negociación de la Dignidad img
Capítulo 11 El Látigo del Subordinado img
Capítulo 12 El Daño Colateral Inocente img
Capítulo 13 La Monotonía de la Humillación img
Capítulo 14 La Frontera del Crisol img
Capítulo 15 La Frecuencia Inestable img
Capítulo 16 El Territorio del Fénix img
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Capítulo 5 La Puerta de Cristal

La mañana en la oficina de De la Vega & Asociados no amaneció; explotó.

Gabriel de la Vega estaba en medio de una reunión de emergencia sobre un retraso en la construcción de su proyecto inmobiliario más ambicioso cuando el pánico se hizo tangible. Su secretaria personal, una mujer habitualmente imperturbable, irrumpió en la sala con una palidez alarmante.

-Señor De la Vega, tiene que ver esto. Es la carta formal de Phoenix Global Capital.

Gabriel tomó el sobre, su logo de fénix dorado grabado a fuego. La misiva era seca, profesional, y devastadora: Phoenix Global, como nuevos propietarios de Banco Ágora, anunciaban una revisión inmediata y drástica de todas las líneas de crédito otorgadas a De la Vega & Asociados, citando "riesgos de exposición inaceptables".

-Esto es absurdo -gruñó, golpeando la carta contra la mesa de caoba-. Tenemos un historial impecable con Ágora. ¡Diez años! Esto es un error, un tecnicismo.

-Señor -intervino el director financiero, con la voz quebrándose-, ya llamé al Banco Ágora. Dicen que el nuevo CEO, una tal A. V. Steele, es implacable. Están cerrando los grifos. Necesitamos cubrir un vencimiento de deuda en menos de 72 horas o nos enfrentamos a una ejecución hipotecaria en el Proyecto Centenario.

El pánico se convirtió en desesperación. Este no era un simple "ajuste de riesgo"; era un ataque quirúrgico diseñado para inmovilizarlos. Gabriel sentía la misma náusea que diez años atrás, el pánico de ser incapaz de controlar una situación que lo sobrepasaba.

Su madre, Doña Eloísa, irrumpió en su oficina minutos después, su rostro una máscara de furia y confusión.

-¡Quién es esta tal Steele! ¿Un fondo buitre? ¡Ningún inversor extranjero se atrevería a tocar a De la Vega! ¡Esto tiene que ser un error de comunicación!

-No lo es, madre -respondió Gabriel, la tensión marcando líneas profundas alrededor de sus ojos-. No buscan dinero; buscan desestabilización. He revisado los reportes. Phoenix Global es una firma de capital de riesgo nacida en Seúl, su crecimiento ha sido meteórico. Es su CEO, A. V. Steele. Es una sombra, nadie sabe quién es, pero es la que firma las órdenes.

Doña Eloísa se puso de pie, su autoridad recuperada por la necesidad. -¡Pues vamos a buscarla! ¡Vamos a negociar! Necesitan saber que somos demasiado grandes para caer. Llama a su oficina. Exige una reunión cara a cara. No vamos a permitir que una advenediza asiática destruya el trabajo de tres generaciones.

Gabriel, sintiendo que la soga se tensaba alrededor del cuello de la empresa, obedeció. Después de múltiples y frustrantes llamadas a intermediarios y abogados, Elías, el asistente personal de A. V. Steele, finalmente respondió con una frialdad robótica.

-La señora Steele tiene una agenda muy estricta, señor De la Vega. Entiende la urgencia de su situación, pero solo tiene un margen de diez minutos entre reuniones esta tarde. Si no le sirve, tendrá que esperar la semana que viene.

No había opción. Gabriel aceptó. La reunión se programó para las 4:00 p.m. en el headquarters de Phoenix Global Capital, el rascacielos de cristal más nuevo de la ciudad.

A las 3:55 p.m., Gabriel y Doña Eloísa entraron en el lobby glacial de Phoenix Global. Todo era cristal, acero pulido y silencio. La atmósfera era de poder absoluto y distante.

Elías los recibió con un asentimiento breve y los condujo al piso ejecutivo, un espacio minimalista dominado por una vista panorámica de la ciudad. La oficina de la CEO era una habitación de ángulos rectos, la luz de la tarde filtrándose a través de las persianas motorizadas.

A. V. Steele estaba de pie, de espaldas a la entrada, mirando por el ventanal, su figura envuelta en una silueta de poder inexpugnable. Elías indicó las sillas de cuero y se retiró.

Doña Eloísa tomó la iniciativa, su voz untuosa. -Señora Steele, gracias por recibirnos. Somos la familia De la Vega. Entendemos que en la adquisición de Banco Ágora se pudieron haber heredado algunos... malentendidos.

La figura frente al cristal no se movió, solo respondió con una voz baja, sin inflexión, un eco de la autoridad que Gabriel había oído en las llamadas.

-No hay malentendidos, señora De la Vega. Hay hechos. Y los hechos indican que su empresa es un riesgo. Ustedes no han venido a negociar; han venido a rogar.

La palabra "rogar" golpeó a Doña Eloísa en su orgullo, y su tono cambió de repente. -¡Le exijo respeto! Mi hijo, Gabriel, y yo, hemos construido esta ciudad. Tenemos influencia política. ¡Si usted nos estrangula, habrá consecuencias!

En ese momento, A. V. Steele giró.

La luz de la tarde iluminó su rostro con una claridad cruel. El traje austero, el cabello tirante... pero bajo esa armadura, los ojos. Esos ojos que una vez brillaron con amor y ahora eran obsidiana pulida.

El aire se salió del pecho de Gabriel. El tiempo pareció doblarse y romperse. Diez años se evaporaron en un segundo. Era Amara. Era imposible, pero era ella. La boca se le secó, y la única palabra que su cerebro pudo formar fue su nombre, apenas un susurro que la voz no pudo llevar.

-¿Amara...?

Doña Eloísa tardó más en reconocerla, pues Amara había borrado la timidez de su rostro. Pero cuando el recuerdo de la humillada prometida se superpuso a la fría mujer de negocios, su expresión se transformó de la ira al horror más puro.

Amara (A. V. Steele) observó la conmoción de ambos sin una pizca de emoción. No había triunfo en su mirada, solo un reconocimiento clínico.

-Mi nombre es A. V. Steele, señor De la Vega -dijo, su voz perfectamente controlada, como si pronunciara el nombre de una extraña. Caminó lentamente hacia el escritorio, sus movimientos eran precisos, letales-. La mujer que conociste, Amara Valdés, está... indisponible.

Se sentó detrás del imponente escritorio, tomando su posición de poder.

-Ustedes han venido a discutir la deuda. Y yo les diré mis términos. -Hizo una pausa para dejar que el pánico se instalara de nuevo-. La única forma de que yo considere no ejecutar la deuda en setenta y dos horas es si Gabriel de la Vega me entrega el control total de la división de desarrollo de patentes de su empresa como garantía colateral.

Gabriel, aún tambaleándose por el impacto de su identidad, apenas la escuchó. Su mente estaba fija en el cambio brutal de la mujer.

-¿Eres tú? ¿Cómo...? ¿Por qué has vuelto?

Amara se inclinó ligeramente, sus ojos clavados en los de él.

-Volví, Gabriel, porque las deudas emocionales son la forma de interés más alta que existe. Y ahora, estoy aquí para cobrar la tuya. En cuanto al porqué... -su voz se suavizó ligeramente, un tono peligroso que evocaba el pasado-... lo sabías. Elegiste el dinero por encima de todo. Y yo acabo de demostrarte que el dinero es lo único que puedo manejar mejor que tú.

Doña Eloísa, recuperada parcialmente, intentó un ataque final: -¡Esto es chantaje! ¡Nosotros te humillamos, sí! ¡Pero tú no puedes...

-Puedo, señora De la Vega -la interrumpió Amara, su autoridad era absoluta-. Usted puede ir a la prensa y contarles que la mujer que humillaron se levantó y está a punto de desmantelar su imperio. O puede dejar que su hijo firme el acuerdo de garantía. Tienen veinticuatro horas.

Se levantó, la señal inequívoca de que la reunión había terminado. Gabriel se quedó clavado en su sitio, observando a la mujer que había despreciado, ahora su verdugo. La vieja chispa, la familiaridad de sus ojos, la belleza endurecida... todo se mezclaba con la verdad financiera: ella tenía el poder de destruirlo.

-Amara... -dijo Gabriel, finalmente encontrando su voz, pero era la voz de un hombre desesperado, no de un amante.

Amara lo miró una última vez, y fue una mirada que no prometía perdón.

-Elías los acompañará a la salida. Espero la respuesta mañana.

                         

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