La ecuaciion del Perdon
img img La ecuaciion del Perdon img Capítulo 1 El Bordado Roto
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Capítulo 6 Aceptamos sus términos img
Capítulo 7 La Cena y el Precio de la Memoria img
Capítulo 8 El Costo del Acero img
Capítulo 9 El Arma del Arrepentimiento img
Capítulo 10 La Negociación de la Dignidad img
Capítulo 11 El Látigo del Subordinado img
Capítulo 12 El Daño Colateral Inocente img
Capítulo 13 La Monotonía de la Humillación img
Capítulo 14 La Frontera del Crisol img
Capítulo 15 La Frecuencia Inestable img
Capítulo 16 El Territorio del Fénix img
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La ecuaciion del Perdon

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Capítulo 1 El Bordado Roto

El suave murmullo de las risas y el tintineo de las copas de champán se filtraban a través de las puertas dobles del salón de baile, creando una banda sonora distante para la quietud de la pequeña sala de costura. Amara Valdés no prestaba atención a la música; sus ojos estaban fijos en las intrincadas puntadas que daban forma a la rosa bordada en su velo de novia. Cada hilo de seda perlada era un latido, un sueño, una promesa que estaba a punto de hacerse realidad en menos de veinticuatro horas.

Una brisa suave, cargada con el aroma a jazmines del jardín de la mansión De la Vega, se coló por la ventana abierta, ondeando ligeramente la fina tela del velo. Amara sonrió, una sonrisa genuina que aún no conocía la amargura. Era la sonrisa de una mujer enamorada, a punto de casarse con Gabriel, el hombre que creía su destino, el heredero de una fortuna que ella, en su modesta cuna, nunca había ambicionado, pero que ahora se ofrecía como parte de su vida con él.

En la mesa auxiliar, un ejemplar de Cumbres Borrascosas, su novela favorita, permanecía abierto en una página cualquiera, olvidado. Amara siempre había sido una soñadora, una romántica incurable que encontraba consuelo en las historias de amor épico y sacrificio. Nunca imaginó que su propia historia tomaría un giro tan brusco hacia la traición.

Dejó el velo con delicadeza sobre una silla tapizada, el brillo de las perlas capturando la luz tenue de la lámpara. Se acercó a la ventana, aspirando el aire nocturno. Desde allí, podía ver el majestuoso jardín iluminado, salpicado de invitados que conversaban animadamente. Era la cena de bienvenida, el preludio a la gran boda. Mañana, se convertiría en Amara de la Vega. El pensamiento le hizo cosquillear el estómago de una manera que mezclaba nerviosismo y una felicidad abrumadora.

«Demasiado perfecto», pensó con una pizca de superstición. Siempre le había parecido que las cosas demasiado perfectas estaban destinadas a romperse. Pero rápidamente desechó la idea. No esta vez. Gabriel la amaba. Ella lo sabía. Recordó sus encuentros secretos, sus conversaciones hasta el amanecer, el modo en que él le miraba, como si ella fuera lo único que existía en su universo. Esos recuerdos eran su ancla.

Unos golpecitos suaves en la puerta la sacaron de sus cavilaciones. Era Elena, la joven y solícita ama de llaves, una mujer de expresión amable y ojos vivaces que siempre la trataba con un cariño que Amara apreciaba.

-Señorita Amara, Doña Eloísa me ha enviado. Quiere saber si necesita algo, o si ya va a unirse a la celebración. -La voz de Elena era suave, pero Amara percibió una leve tensión en ella.

-Gracias, Elena. Ya mismo bajo. Solo quería terminar algo. -Amara le ofreció una sonrisa. -¿Doña Eloísa parece... impaciente?

Elena dudó un instante. -La señora de la Vega está... organizando algunos detalles importantes con el señor Gabriel. El ambiente es un poco tenso, si me permite decirlo. Pero no se preocupe por ello, señorita. Los preparativos finales siempre son así.

Amara asintió, aunque una punzada de inquietud la atravesó. Doña Eloísa, la madre de Gabriel, era una mujer imponente, de una elegancia gélida y una voluntad de hierro. Siempre había sido cordial con Amara, pero nunca había habido una verdadera calidez entre ellas. Amara atribuía esto a la diferencia de clases y al recelo natural de una madre protectora. Se convenció de que, una vez casada, la relación mejoraría.

-Estaré allí en unos minutos -le aseguró a Elena.

La ama de llaves se retiró, dejando a Amara de nuevo en la quietud de la habitación. Miró el velo de nuevo. La rosa estaba casi terminada, pero faltaba un último pétalo. Tomó la aguja y el hilo, dispuesta a terminar su tarea. Mientras la luz de la lámpara se reflejaba en la superficie pulida de la mesa, su mirada se posó en un objeto que no recordaba haber dejado allí: una carpeta de cuero oscuro, ligeramente abierta, con unas iniciales grabadas en oro: "DLV". Gabriel.

La curiosidad, una semilla peligrosa, comenzó a germinar. Gabriel era meticuloso con sus documentos. ¿Por qué dejaría esto aquí? Amara dudó. Siempre había respetado la privacidad de su prometido. Pero la tensión de Elena, la imagen de Doña Eloísa "organizando detalles importantes" y una extraña sensación en su pecho la empujaron.

Se acercó a la mesa, sus dedos rozaron el borde de la carpeta. Estaba algo pesada. Con un suspiro, como si se estuviera entregando a una tentación menor, la abrió. Dentro, no había planes de boda ni notas románticas. En cambio, una serie de documentos legales, gráficos de flujo de activos y balances financieros se desplegaron ante sus ojos.

El título de uno de los documentos captó su atención: "Adquisición Estratégica: Patentes Valdés-Sierra (Proyecto Fénix)".

Patentes Valdés-Sierra. Ese era el nombre de la pequeña empresa de investigación y desarrollo que su padre había fundado con su socio, y que era su único legado significativo. Una empresa pequeña, sí, pero con un potencial enorme. Un potencial que Doña Eloísa siempre había minimizado, desestimando la "empresa de su difunto padre" como "un pasatiempo interesante".

Amara sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones. Sus ojos se movieron rápidamente por las páginas. Fechas, cifras, nombres... el nombre de la empresa de su padre se repetía una y otra vez, asociado a estrategias de compra, evaluaciones de riesgo y, lo más escalofriante, planes de fusión y adquisición firmados y sellados. Y en una de las últimas hojas, una línea la golpeó como un mazazo:

"Objetivo: Finalizar la transferencia total de propiedad mediante la unión matrimonial De la Vega-Valdés."

La aguja de bordar se resbaló de sus dedos, cayendo al suelo con un tintineo que pareció retumbar en la quietud de la sala. El hilo de seda perlada se desprendió, desenrollándose en un pequeño ovillo sobre el suelo de madera pulida. La rosa en el velo, que antes era una promesa de felicidad, ahora parecía una burla cruel, su último pétalo sin terminar, el bordado roto.

Amara sintió que el frío se extendía por sus venas, paralizándola. El murmullo de las risas y la música del salón de baile de repente sonaron huecos, distantes, como el eco de un mundo que ya no era el suyo. Sus manos temblaron al tomar la siguiente hoja, donde encontró un acuerdo prenupcial que, en cláusulas frías y legales, la despojaba de cualquier derecho sobre la fortuna De la Vega y, curiosamente, ponía a disposición la herencia de su padre a favor de un fideicomiso controlado por la familia de Gabriel. Era un contrato que ella nunca había visto, mucho menos firmado. La firma, una elegante caligrafía que parecía la suya, era una falsificación impecable.

Su garganta se cerró. Los ojos se le empañaron, pero no por tristeza, sino por una ira helada que nunca antes había conocido. El corazón, que un momento antes latía con anticipación amorosa, ahora resonaba con un ritmo brutal y doloroso. La "perfección" de su futuro se había revelado como una elaborada jaula de oro. Y ella, la ingenua Amara, había caminado directo hacia ella.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Necesitaba aire. Necesitaba respuestas. Pero, sobre todo, necesitaba confrontar la verdad que los documentos gritaban: su matrimonio no era una unión de amor, sino una fría transacción, y ella, Amara Valdés, la futura novia, era simplemente la pieza clave de una adquisición.

            
            

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