El precio de la segunda oportunidad
img img El precio de la segunda oportunidad img Capítulo 3 El estigma del escándalo
3
Capítulo 6 El nido de los lobos img
Capítulo 7 El filo de la alianza img
Capítulo 8 El pacto de las cenizas img
Capítulo 9 El pecado del padre img
Capítulo 10 La corona de espinas img
img
  /  1
img

Capítulo 3 El estigma del escándalo

El lunes amaneció con una claridad hiriente. Para Clara, la luz que se filtraba por las persianas del ático no traía la promesa de un nuevo comienzo, sino la cruda exposición de su ruina. Se había quedado dormida en el sofá, con el cuerpo agarrotado y el sabor amargo de la bilis en la garganta. Al levantarse, el silencio del apartamento le pesó más que nunca; era el silencio de una vida que se había detenido en seco mientras el resto del mundo seguía girando con una indiferencia cruel.

Se vistió con una armadura de profesionalismo: un traje sastre azul marino de líneas severas, el cabello recogido en un moño impecable que no dejaba ni un mechón suelto y suficiente corrector para ocultar las sombras violáceas bajo sus ojos. No iba a permitir que nadie en la oficina viera a la mujer que se había desmoronado en el suelo del baño cuarenta y ocho horas antes. Si el mundo quería ver a la "novia abandonada", ella les daría a una ejecutiva de acero.

Al llegar a la agencia de marketing donde trabajaba como directora de cuentas senior, el aire cambió de densidad. El murmullo constante de la oficina se extinguió en un radio de cinco metros a su alrededor. Las conversaciones en el área de café se detuvieron abruptamente, dejando tras de sí un rastro de tazas suspendidas en el aire. Las miradas, rápidas y cargadas de un morbo mal disimulado, la persiguieron por el pasillo como si fuera un animal exótico y herido. Clara caminó con la barbilla en alto, sus tacones golpeando el suelo con una cadencia metálica que gritaba "no se acerquen".

No había pasado ni media hora cuando recibió el mensaje que esperaba y temía: su jefa, Beatriz, la llamaba a su despacho.

Beatriz era una mujer que valoraba la imagen de marca por encima de cualquier valor humano. Al ver entrar a Clara, no se levantó para recibirla ni mostró un ápice de la calidez que se espera tras una tragedia personal. Se limitó a señalar la silla frente a su escritorio de cristal, que brillaba bajo las luces dicroicas con una frialdad casi quirúrgica.

-Clara, querida -empezó Beatriz, entrelanzando sus dedos cargados de anillos-. Todos en la agencia estamos... consternados. Lo que ese hombre te hizo no tiene nombre. La prensa es despiadada.

-Gracias, Beatriz -respondió Clara, manteniendo su voz en un tono neutro-. Pero estoy aquí para trabajar. El lanzamiento de la campaña de Luxor es mañana y necesito revisar los últimos artes finales. Mi vida personal no afectará mis plazos.

-Ese es el problema -la interrumpió Beatriz con una suavidad letal-. He hablado con los clientes de Luxor esta mañana. Y con los de Inverness. Están preocupados. Tu nombre está en todos los tabloides, Clara, vinculado indisolublemente al escándalo de los Volkov. Los fotógrafos están en la puerta del edificio bloqueando el acceso de otros clientes. Nuestra agencia vende prestigio, sobriedad y control. Y ahora mismo, tú eres el epicentro de un terremoto mediático que no podemos permitir que se asocie con nuestras cuentas.

Clara sintió un frío repentino recorriéndole la columna vertebral. No era el frío del aire acondicionado, era el frío de la injusticia.

-¿Me estás diciendo que mi trabajo está en riesgo porque mi prometido decidió huir? -preguntó, su voz apenas un susurro cargado de indignación-. He traído más ingresos a esta agencia en los últimos dos años que cualquier otro director. Mi desempeño ha sido impecable.

-Y lo apreciamos, de verdad. Pero la percepción lo es todo en este negocio -Beatriz suspiró, fingiendo una pena que no sentía-. Hemos decidido que lo mejor es que te tomes una "licencia indefinida". Pagaremos dos semanas, como gesto de buena voluntad. Pero necesitamos que dejes tus cuentas hoy mismo. El equipo de marketing de los Volkov también ha llamado... sugirieron que cualquier asociación contigo ahora mismo es "incómoda" para ellos.

La mención de los Volkov fue la estocada final. Incluso después de destruirla emocionalmente, la sombra de Alexei seguía extendiéndose para arrebatarle lo único que le quedaba: su dignidad profesional. Alexei no solo se había ido, sino que su apellido funcionaba ahora como una barrera que le cerraba todas las puertas.

-Entiendo -dijo Clara, levantándose con una elegancia que dejó a Beatriz momentáneamente descolocada-. No te preocupes por la licencia. Considera esto mi renuncia. No trabajaré para alguien que no tiene el valor de defender a su mejor activo frente a un chisme de sociedad.

Salió del despacho sin mirar atrás. Recogió sus pertenencias personales en una caja de cartón -sus cuadernos de notas, su pluma favorita, una foto de su abuela- bajo la mirada vigilante de sus compañeros. El trayecto hacia el ascensor fue el más largo de su vida. Se sentía como si estuviera caminando por el pasillo de la catedral de nuevo, pero esta vez, el altar era una puerta de salida a la incertidumbre total.

Al salir a la calle, el acoso fue inmediato. El flash de una cámara la cegó.

-¡Clara! ¡Una declaración! ¿Es cierto que Alexei te dejó por una modelo en París? -gritó un reportero de un programa de chismes.

Clara no respondió. Se abrió paso hacia un taxi, su caja de pertenencias apretada contra el pecho como un escudo.

De regreso en el ático, la soledad se sintió distinta. Ya no era solo el dolor del amor perdido; era el miedo visceral de quien se descubre sin suelo bajo los pies. Se sentó en la mesa de la cocina y encendió su computadora. Tenía que empezar a buscar empleo de inmediato, pero sabía que en ese círculo, su nombre estaba quemado.

Fue entonces cuando sonó el timbre.

Clara se tensó. No esperaba a nadie. A través de la mirilla, vio a un hombre de unos cincuenta años, vestido con un traje gris carbón perfectamente entallado y un maletín de cuero que gritaba "abogado de élite". Reconoció a Marcus Thorne, el representante legal principal de la familia Volkov.

Con el corazón martilleando, abrió la puerta.

-Señorita Clara -dijo Thorne con una inclinación de cabeza-. Lamento las circunstancias. ¿Puedo pasar? Es un asunto de máxima urgencia.

Clara se hizo a un lado, permitiéndole la entrada. Thorne se sentó en el sofá, el mismo donde ella había llorado toda la noche, y colocó un documento sobre la mesa de mármol.

-Vengo de parte de Alexei -dijo el abogado, directo al grano-. Él es consciente del daño... colateral que su decisión ha causado. Especialmente en lo que respecta a su posición profesional y su imagen pública.

-¿Viene de parte de Alexei? -la voz de Clara salió cargada de veneno-. ¿Y por qué no viene él mismo? ¿Sigue siendo demasiado cobarde para dar la cara?

Thorne ignoró el comentario y abrió el documento.

-Alexei desea hacer una reparación. Este es un acuerdo de confidencialidad y compensación. Él le ofrece la propiedad total de este ático, libre de hipotecas, y una suma de cinco millones de dólares en una cuenta en el extranjero. A cambio, usted firmará este documento comprometiéndose a no dar entrevistas, no escribir libros sobre su relación y, esencialmente, a desaparecer de la esfera pública durante los próximos cinco años. No puede mencionar el nombre Volkov en ningún contexto mediático.

Clara miró el papel. Cinco millones de dólares. Era más dinero del que vería en toda su vida trabajando como directora de cuentas. Era la libertad financiera total. Podría irse a otro país, cambiar su nombre, empezar de nuevo sin preocupaciones.

Pero también era el precio de su silencio. Era la forma en que Alexei intentaba "limpiar" el desastre, comprando su voz para que su ascenso al poder como CEO billonario no se viera empañado por el testimonio de una mujer despechada. Él no quería repararla; quería borrarla.

-Él cree que todo tiene un precio -dijo Clara, mirando fijamente a Thorne-. Cree que puede comprar mi humillación con ladrillos y ceros en una cuenta.

-Es una oferta muy generosa, señorita -insistió el abogado-. Dada su situación laboral actual... que, por cierto, conocemos... me parece una salida muy sensata.

Clara se acercó a la mesa. Sus dedos rozaron el papel. Por un momento, la tentación de la seguridad fue inmensa. Podría rendirse, tomar el dinero y esconderse. Pero entonces, recordó la sensación de sus tijeras cortando la seda del vestido de novia. Recordó el vacío de la catedral.

Lentamente, tomó el documento y, bajo la mirada atónita de Thorne, lo rasgó por la mitad. Luego otra vez. Y otra. Los pedazos cayeron sobre el maletín del abogado como nieve sucia.

-Dígale a Alexei que se guarde su dinero para pagar a sus guardaespaldas -dijo Clara, con una calma que la sorprendió incluso a ella-. Porque no voy a desaparecer. No voy a callar por su comodidad. Si quiere que deje de ser una distracción para su imperio, tendrá que esforzarse mucho más que esto.

Thorne se levantó, su expresión de profesionalismo imperturbable finalmente rota por el asombro.

-Está cometiendo un error, señorita. Sin el apoyo de los Volkov, usted no es nada en esta ciudad.

-Puede que ahora no sea nada -respondió Clara mientras lo escoltaba a la puerta-, pero asegúrese de que Alexei sepa una cosa: hoy ha perdido la oportunidad de comprar mi silencio. Y eso es algo que ni todos sus billones podrán arreglar en el futuro.

Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Estaba desempleada, humillada y ahora, oficialmente en guerra con el hombre más poderoso que conocía. Pero por primera vez en tres días, Clara no se sintió como una víctima. Se sintió como una amenaza.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022