Su prioridad absoluta era el dinero. Los tres mil dólares que le quedaban tras pagar el depósito se evaporarían en semanas. Sabía que no podía aplicar a puestos de marketing bajo su verdadero nombre; el apellido "Volkov" -aunque nunca llegó a ser el suyo- estaba tan pegado a su historia que cualquier búsqueda en Google la marcaba como paria. Necesitaba un lugar donde pudiera observar sin ser vista, un lugar que manejara efectivo y que no hiciera demasiadas preguntas sobre su pasado reciente.
Fue así como terminó en The Gilded Cage (La Jaula Dorada), un club privado situado en el corazón del distrito financiero. Era un lugar donde los techos eran altos, las luces bajas y el humo de los puros de mil dólares creaba una neblina de opulencia. Allí, los hombres que tomaban las decisiones que movían el mundo se sentían seguros.
-Buscamos camareras para el turno de noche. El uniforme es sobrio, la discreción es obligatoria y el salario es mínimo, pero las propinas pueden pagar tu alquiler en una semana -le dijo el gerente, un hombre de ojos astutos llamado Marco, mientras examinaba a Clara de arriba abajo-. Tienes clase. Demasiada para este lugar. ¿Problemas con un ex marido?
-Problemas con la vida -respondió Clara con sequedad.
-Me gusta. Aquí no queremos chicas que hablen, queremos chicas que sean parte de los muebles. Si un cliente te pide fuego, se lo das. Si te cuenta que va a hundir una moneda, te vuelves sorda. ¿Entendido?
Clara asintió. Se recogió el cabello en una trenza apretada, se puso unas gafas de montura negra que cambiaban la forma de su rostro y adoptó el nombre de "Claire".
Durante las primeras tres noches, Clara aprendió el arte de la invisibilidad. Servir un Macallan 25 años requiere precisión; hacerlo mientras ignoras que el hombre que lo bebe está discutiendo cómo desmantelar una acería en Ohio requiere una voluntad de hierro. Clara se convirtió en una experta en leer el lenguaje corporal: los hombros tensos antes de una apuesta fuerte, la risa nerviosa tras una pérdida, el silencio gélido de los que saben que tienen el poder.
El jueves por la noche, el club estaba especialmente concurrido. Una celebración de "la nueva era tecnológica" llenaba la sala VIP. Clara entró con una bandeja de cristal cargada de copas de champán. Su corazón dio un vuelco al ver los logotipos en las servilletas de seda: VGT (Volkov Global Tech).
Él no estaba allí, pero sus lugartenientes sí. Eran los mismos hombres que habían sonreído en su cena de ensayo, los mismos que habían evitado su mirada en la catedral.
-...Alexei está obsesionado con la integración de Aura -decía uno de ellos, un hombre llamado Julian, a quien Clara recordaba como el director financiero de confianza de la familia-. Cree que la IA de esa empresa es la pieza que falta para su dominio total.
-Es una jugada arriesgada -respondió otro, un hombre mayor con el rostro enrojecido por el alcohol-. Aura tiene un agujero negro en su código de seguridad que nadie ha reportado todavía. Si Alexei la compra antes de la auditoría de diciembre, estará adquiriendo una bomba de tiempo.
Clara se acercó a la mesa, moviéndose con la gracia mecánica que había perfeccionado. Dejó las copas con delicadeza, sus dedos apenas rozando la superficie de madera oscura.
-¿Un agujero negro? -preguntó el primer hombre, bajando la voz-. ¿Estás seguro?
-Mi sobrino trabaja en el desarrollo. Dice que el sistema de cifrado tiene una puerta trasera que los fundadores ocultan para inflar el precio. Si alguien lo descubre después de la fusión, las acciones de VGT caerán al sótano. Alexei está tan cegado por la victoria que no está mirando los detalles. Cree que es infalible.
Clara se retiró hacia las sombras de la barra, con el pulso acelerado. "Agujero negro". "Puerta trasera". "Bomba de tiempo". Las palabras resonaban en su cabeza como una melodía de guerra. Sabía exactamente de qué estaban hablando. En su antigua vida, ella había gestionado crisis de comunicación para empresas tecnológicas; entendía que un fallo de seguridad de ese calibre podía destruir a un gigante si se filtraba en el momento adecuado.
Se encerró en el pequeño baño del personal, respirando agitadamente. Tenía una información que valía millones de dólares. Si llamaba a un periodista, podría hundir el lanzamiento de la nueva era de Alexei antes de que despegara. Podría vengarse. Podría verlo caer desde su pequeño apartamento de ochocientos dólares y reírse de las ruinas de su imperio.
Pero algo la detuvo.
Miró sus manos, que aún olían al perfume caro de los clientes y al desinfectante del club. Si filtraba la noticia ahora, sería un golpe de gracia, una explosión rápida. Pero ella no quería solo una explosión; quería el tablero completo. Si Alexei compraba Aura y ella poseía el conocimiento del fallo, tendría una palanca de poder sobre él que ningún abogado de cinco mil dólares la hora podría anular.
"No te apresures", le susurró la voz de su abuela en su memoria. "La mejor venganza se cocina a fuego lento".
Salió del baño con una calma nueva. Ya no era solo una mesera intentando sobrevivir; era una jugadora en la sombra.
Al terminar su turno, a las cuatro de la mañana, Clara caminó hacia su casa. El frío de la madrugada le despejaba la mente. Al pasar por un quiosco cerrado, vio la portada de una revista de negocios que colgaba de un hilo: Alexei Volkov, mirando a la cámara con una confianza que bordeaba la arrogancia. El titular rezaba: "El hombre que no puede perder".
Clara sonrió, una sonrisa que no tenía rastro de la dulzura de la novia que él abandonó.
-Todos perdemos algo, Alexei -susurró para sí misma-. Tú solo has olvidado lo que se siente al estar en el suelo. Pero no te preocupes, yo estoy aquí para recordártelo.
Al llegar a su apartamento, no se acostó. Encendió su vieja computadora y empezó a investigar todo sobre la empresa Aura. Si iba a usar esa información, necesitaba entender cada engranaje, cada línea de código mencionada. Pasó las siguientes horas en foros de tecnología oscura y bases de datos de patentes, usando sus habilidades de analista para conectar los puntos que el "infalible" Alexei Volkov había pasado por alto.
Había empezado la construcción de su propia "Estrategia Veritas", pero esta vez, no sería para clientes corporativos. Sería para ella misma.