Las Cenizas de Nuestro Amor
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Capítulo 5

Hugo POV:

El grito desgarrador de mi abuelo resonó en el salón. Su cuerpo inerte en el suelo, la sangre manchando sus labios. El mundo se detuvo. Mi mente se negó a aceptar lo que veían mis ojos.

Escuché el latido frenético de mi propio corazón, un tambor sordo en mis oídos. La imagen de la sangre en los labios de mi abuelo se grabó a fuego en mi mente, una visión infernal que me perseguiría para siempre.

El terror, puro y primario, me atravesó, eclipsando el dolor y la culpa. Tenía que salvarlo. Tenía que salvar al único hombre que siempre había creído en mí, a pesar de mis interminables errores.

Abracé el cuerpo sin vida de mi abuelo, mi camisa empapada de su sangre. Mis manos temblaban incontrolablemente mientras lo levantaba. "¡Abuelo! ¡Resiste, por favor!" Grité, mi voz desgarrada por el pánico. "¡Por favor, no me dejes!"

No respondió. Su cuerpo estaba frío, inerte en mis brazos.

Corrí por el pasillo, gritando órdenes a los sirvientes, que ahora me miraban con una mezcla de horror y piedad. "¡Llamen a una ambulancia! ¡Rápido!"

El caos se apoderó de la mansión. Los sirvientes corrían de un lado a otro, algunos llorando, otros haciendo llamadas frenéticas. La familia Serrano, ese bastión de poder y prestigio, se desmoronaba ante mis ojos.

Llegamos al hospital en cuestión de minutos, una eternidad para mí. Los médicos y enfermeras se apresuraron a atender a mi abuelo. Yo me quedé allí, en la sala de espera, mis manos manchadas de sangre, mi mente en blanco. La imagen de su rostro agonizante se repetía una y otra vez en mi cabeza.

Horas después, un médico salió de la sala de operaciones, su rostro cansado, sus ojos rojos. "Lo hemos estabilizado," dijo, su voz monótona. "El señor Don Leopoldo ha sufrido un infarto fulminante. Su corazón está muy débil. El estrés emocional ha sido demasiado para él."

Un rayo de esperanza me atravesó. "Entonces... ¿se pondrá bien?" pregunté, mi voz apenas un susurro.

El médico me miró, sus ojos llenos de un reproche silencioso. "No lo sabemos. Ha caído en un coma. Solo el tiempo dirá si su voluntad de vivir es lo suficientemente fuerte." Hizo una pausa, su mirada se endureció. "

Las emociones fuertes pueden ser mortales para un corazón tan delicado. Sus acciones de hoy casi le cuestan la vida a su abuelo, señor Serrano."

Cada palabra fue un clavo en el ataúd de mi culpa. La verdad era insoportable. Fabiana, el bebé, Silvana, mi abuelo... todo se había derrumbado por mi culpa. Por mi arrogancia, por mi ceguera, por mi maldito egoísmo.

Me dejé caer en una silla, mis manos cubriendo mi rostro. El olor a alcohol en mi ropa se mezclaba con el aséptico aroma del hospital, una combinación nauseabunda que me revolvía el estómago. Quería vomitar, quería gritar, quería desaparecer.

La traición de Fabiana. La muerte de mi hijo. La partida de Silvana. El estado crítico de mi abuelo. Todo era el resultado de mis propias acciones. Por primera vez en mi vida, no podía culpar a nadie más que a mí mismo.

Me quedé allí, inmóvil, durante horas. La noche se convirtió en un amanecer gris y melancólico. El sonido de los monitores médicos, los pitidos constantes, eran un recordatorio cruel de lo cerca que estuve de perderlo todo. Y de lo mucho que ya había perdido.

El miedo me carcomía. El miedo a la soledad. El miedo a la responsabilidad. El miedo al vacío que Silvana había dejado en mi vida. Solo entonces, en ese abismo de desesperación, comencé a comprender el verdadero significado de la pérdida.

Mis manos temblaron mientras recogía el anillo de compromiso de Silvana del suelo, donde había caído cuando mi abuelo me arrojó su teléfono. Estaba helado, y su frialdad se extendió por todo mi cuerpo.

            
            

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