Los días se convirtieron en semanas. Carlos, fiel a su palabra, se divorció de mí. Los papeles llegaron, fríos e impersonales, a través de su abogado. Ninguna palabra de él, ninguna explicación, ninguna disculpa. Solo la finalidad de ello.
Entonces, Carmen comenzó su desfile público. Fotos de ella y Carlos en unas lujosas vacaciones en el extranjero, radiantes, de la mano. Una nueva publicación en sus redes sociales: una foto de un certificado de divorcio, claramente el mío, manipulado para que pareciera que ella era la parte agraviada. El pie de foto: "Finalmente libre. Después de tanto dolor, mi héroe es mío. Nuestro viaje comienza ahora".
Y luego, la avalancha. Su historia cuidadosamente elaborada de una exesposa vengativa, una mujer mentalmente inestable, un monstruo celoso que la había aterrorizado. Los medios, alimentados por la reputación de Carlos y la histeria de Carmen, produjeron artículo tras artículo, pintándome como la villana. Internet explotó. Mi nombre se convirtió en sinónimo de "exesposa loca", "acosadora", "abusadora". Mis redes sociales se inundaron de mensajes de odio, amenazas de muerte. Llamadas anónimas, llenas de veneno, hacían sonar mi teléfono sin parar.
No sentí nada. Mi corazón, una vez una cosa vibrante y palpitante, era ahora un peso muerto en mi pecho. El dolor había alcanzado un crescendo, y luego simplemente se había estabilizado. Estaba entumecida.
Pero un destello de algo, una chispa de desafío, permanecía. No los dejaría ganar. No los dejaría enterrarme viva.
Fui a una doctora de confianza, una amiga especializada en medicina forense. Me hizo un examen completo, un informe detallado de la agresión. Luego, presenté una denuncia policial, no solo por la agresión, sino por el divorcio. Había terminado de estar en silencio.
Llamé a Carlos. Mi última llamada a él, para siempre. Respondió, su voz débil, distante.
-Carlos Mejía.
-Soy Alejandra.
Una breve pausa. Luego, la voz melosa de Carmen de fondo:
-¿Quién es, cariño? No será esa loca otra vez, ¿verdad?
Seguido por el tierno murmullo de Carlos:
-No, cielo. No te preocupes. Solo una molestia.
Colgó. Así de simple. Sin un adiós, sin una explicación. Solo un clic de desdén.
Suspiré, una exhalación larga y cansada. Mi corazón se sentía como una ciruela pasa arrugada. Realmente se había ido.
Mis dedos, extrañamente firmes, abrieron mi aplicación de redes sociales. Comencé una transmisión en vivo. Mi rostro, pálido y tenso, apareció en la pantalla.
-Hola a todos -comencé, mi voz clara y tranquila, cortando la zumbante anticipación-. Mi nombre es Alejandra Castillo. Y estoy aquí para contarles la verdad.
Lo expuse todo. El descubrimiento del aniversario. El diario de Carmen, con pruebas fotográficas. El aborto espontáneo. Carmen mudándose a mi casa. La caída escenificada. El falso aborto espontáneo. El almacén. El audio manipulado. La agresión. Cada detalle feo y brutal, presentado con calma, racionalmente, con documentos y fotos de apoyo. Mostré el informe forense, la denuncia policial.
-Carmen Hernández -dije, mi voz elevándose ligeramente-, es una estafadora. Fabricó un historial de abuso para manipular a Carlos, para robarme a mi esposo, para robarme mi vida. Orquestó todo para incriminarme, para hacerme parecer una villana trastornada.
La sección de comentarios explotó. Duda. Incredulidad. Luego, lentamente, un cambio. "¡Dios mío! ¡Ese diario es real!" "¡Tiene pruebas!" "¡Esto es una locura!" "¡Carlos Mejía, eres un desgraciado!" La marea estaba cambiando.
-No hago esto por venganza -declaré, mirando directamente a la cámara, mis ojos ardiendo con un fuego frío-. Hago esto por mi verdad. Por mi dignidad. Y por el hijo que perdí, por sus mentiras y crueldad.
Terminé la transmisión. Mi teléfono sonó de inmediato. Era Carlos.
-¡Alejandra! ¡¿Qué demonios fue eso?! -rugió, su voz crepitando de furia-. ¡Estás tratando de destruir a Carmen! ¡Estás tratando de matarla con tus mentiras!
-¿Mentiras, Carlos? -Mi voz era apenas un susurro-. ¿Te molestaste siquiera en mirar las pruebas? ¿Alguna vez, por un segundo, consideraste que podría estar diciendo la verdad?
Se quedó en silencio por un momento. Un silencio largo y agonizante. Mi corazón se agitó, un pajarito diminuto y desesperado atrapado en una jaula. Por favor, Carlos. Solo una pizca de fe. Solo un momento de duda en ella, y de fe en mí.
-Carlos -comencé de nuevo, mi voz temblorosa-, estaba embarazada. Perdí a nuestro bebé. Y fui agredida sexualmente en ese almacén. Tengo un tumor cerebral, uno mortal. ¿Me crees?
Su respuesta, cuando llegó, fue una sentencia de muerte.
-Alejandra -dijo, su voz plana, desprovista de emoción-, de verdad que ya no tienes remedio. Estás completamente desquiciada. Hago esto por tu propio bien.
Colgó.
El teléfono se me resbaló de los dedos, cayendo al suelo con un estrépito. El último destello de esperanza, el último hilo desesperado que me conectaba con él, fue cortado. Mi mundo se oscureció.